-Hola, te llamo porque
estoy otra vez en el puente. Sí, ya sé, por eso te llamaba. ¿No me vas a decir
nada? Estaba acostado en la cama y me puse a pensar en la primera vez que me
sentí raro. Entonces ya no pude dormir ni nada. Daba vueltas en la cama y tenía algo en la panza. Ya sabía lo que significaba todo eso, así que, no
intenté resistirme y vine.
¿Y por qué lo iba a hacer?
Porque estaba sufriendo, ahí en la cama. Solo quería venir y mirar. Y ahora
estoy como hipnotizado. Creo que llevo dos horas acá. Me dio miedo eso, que me
di cuenta que estaba pasando el tiempo. No dejo de mirar para abajo, la gente
se ve tan chiquitita.
¿Nunca te conté la primera
vez que me sentí raro? Bueno, te lo cuento ahora, porque yo no voy a ir a
ningún lado y, de todos modos, ya te desperté. Estaba de vacaciones con mis
padres en una población de la costa que se llama Necochea y habíamos ido a
visitar un faro. Uno que estaba pintado con gordas rayas horizontales, blancas
y negras. Subimos miles de escalones y, cuando llegamos hasta arriba,
atravesamos una puerta metálica (de esas que hacen ruido al abrirse) y salimos al
exterior. El balcón del faro tenía un alambrado que iba desde el suelo hasta el
techo. Nos separaba del vacío y del precipicio ese alambrado.
Algo me pasó porque, cuando
me asomé hacia abajo, agarrándome con los dedos al tejido metálico, me dio una
sensación en la panza, como de calor, y me pegué a la pared del faro, alejándome
cuanto podía. Alguien preguntó si me daba vértigo. “Vértigo”, dijo, y yo no
sabía lo que significaba. Entonces asocié para siempre esa palabra a la
sensación inquietante que había tenido.
Si hubiera buscado la
definición de vértigo en ese momento, habría sabido que era el miedo a las
alturas. Cosa que no hice, porque uno no va por ahí comprobando sus sensaciones
con las definiciones del diccionario. Pero, mucho tiempo después, me sorprendí
al descubrir que lo que yo había sentido no era “ese” vértigo. No era el “vértigo” del diccionario. En ese
momento, pensé que quizás la percepción que todos llamábamos vértigo fuera
diferente para algunos, y no lo sabíamos. Por esa manía de no corroborarlo.
Se me ocurrió que alguna
gente, en lugar de sentir miedo a las alturas, sentía un irrefrenable impulso a
tirarse al vacío. Al menos eso era lo que yo había sentido. Pegado a la pared
del faro, no me había alejado del precipicio por miedo, sino por sorpresa. Me
sorprendió descubrir esa sensación y, ya a mi corta edad, supe que era
inaceptable. Por eso me alejé abruptamente del borde y la gente dijo que tenía
vértigo. Y yo les creí, porque no sabía lo que era.
Pensé en todos aquellos que
alguna vez se habían tirado. Alguien a quien la sorpresa le hubiera agarrado
desprevenido, sin gente alrededor que estuviera atenta a su reacción… a
descubrir si tenía vértigo. ¿Cuántos de ellos habrían sido suicidas verdaderos y
cuántos simplemente no habían podido resistirse a la tentación? Había gente
incomprendida ahí fuera.
Pasé mucho tiempo de mi
vida pensando que esa sensación era el vértigo: el inconfundible impulso de
tirarse al vacío. Comprendía perfectamente cuando la gente decía “sufro de
vértigo”. Me parecía absurdo que alguien con vértigo se asomara a un
precipicio, que se sometiera a ese riesgo voluntariamente. La otra gente
también lo entendía, lo respetaba. Pronto yo mismo comencé a decir que sufría
de vértigo.
Después de lo que me
pareció una vida de sufrimiento en solitario, sobre todo cuando descubrí la
verdadera definición de vértigo, encontré el grupo en internet. Me alegró hallar
a otros como yo y aprender qué pasaba. Supe de las personas que vienen falladas
y que, puestas ante un vacío, tienden a saltar. Me pareció tan simple cuando me
lo explicaron así… Saltan porque todo su organismo les indica que lo hagan y,
evidentemente, se mueren. Seres humanos fallados. Otra trampa de la naturaleza.
Siempre me niego a caer en
la trampa. Pienso “esta vez gano yo”. ¿Sabés lo que me impulsa a no saltar,
valga la redundancia? Que se me ocurrió que tal vez sea un método de control
poblacional.
¿Sabés qué? Andá a domir.
Ya empezó a salir el sol y me está dando en los ojos. Y además tengo hambre. La
cafetería de la esquina está abriendo.
Andá, andá. Nos vemos el martes. Chau.