24 de marzo de 2014

Una silueta del futuro en Shanghái

28 de diciembre 2013 18:50 horas
Hotel Doubletree, Shanghái.

Shanghái nos recibió recubierta de smog, con una niebla densa que flotaba por encima de la ciudad y que no nos dejaba ver el final de los edificios. Contrastando con el ambiente gris helado de afuera, en el hotel nos esperaba un enorme árbol de Navidad y varias casitas alpinas hechas de galletas.

Desde el aeropuerto, tomamos el Maglev, un tren de altísima velocidad que nos llevó hasta el centro de la ciudad. La velocidad se notaba poco (aunque llega a los 300 km/h), lo que nos impresionó mucho más fue la inclinación de la vía, a veces tan pronunciada que el tren parecía ir deslizándose de costado por los suburbios industriales de Shanghái.

Aunque solo quedaban unas poquitas horas de luz, nos subimos a dos taxis y encaramos hacia el centro. La ciudad es tan grande que habríamos de tomar taxis a todos lados. La relación con los taxistas fue terriblemente complicada. Para empezar, nadie habla inglés. Bueno, decir “nadie” sería generalizar mucho pero, para que se den una idea, aún en el lujoso hotel en el que estábamos, la gente de la recepción tenía serias dificultades para entendernos. Mis cuñados llamaron para comprar 24 horas de internet y a los pocos minutos les enviaron a su habitación una aspiradora. El segundo intento no fue mucho mejor: los comunicaron con el restaurante.

Para moverse por la ciudad, había que pedirles a los locales que nos escribieran en un papel el nombre del lugar en chino y luego salíamos en busca de un taxi. Por alguna razón que no terminamos de entender nunca, nos tomaba un promedio de tres taxis conseguir uno. Me explico: muchos taxis no paraban para subirnos y, de los que lo hacían, solo algunos se decidían a llevarnos. Aunque estuviéramos todos sentados en el taxi, cuando le mostrábamos el papelito con el lugar al que queríamos ir, no les gustaba y nos hacían bajar. Y no intentábamos ir al Himalaya o algo así, íbamos a lugares comunes, turísticos, normales. Un verdadero misterio los taxistas chinos, vuelven bastante tedioso el simple proceso de desplazarse por las ciudades.


El centro histórico de Shanghái se llama comúnmente “The Bund” y queda justo en la orilla este del río Huangpu. Sobre la avenida que bordea el río se alzan sobrios edificios de piedra gris que me hicieron acordar mucho a Rusia. Los rasgos soviéticos de su arquitectura sería una de las pocas cosas que nos recordarían que estábamos en un país comunista. Para desentonar con este aspecto de la ciudad, al otro lado del agua, se dibujaba la futurista silueta de la parte financiera de Shanghái, que ya empezaba a brillar con sus luces de colores entre la niebla.



Hacía mucho frío al día siguiente, razón por la que decidimos tomarnos un autobús turístico en el que nos refugiamos del aire gélido y recorrimos la gran ciudad desde las alturas.

La Plaza del Pueblo es uno de los atractivos más famosos y es el sitio desde el que se miden las carreteras de Shanghái. Sin embargo, no hace demasiado honor a su nombre, porque en las calles alrededor de este hermoso parque se encuentran algunos de los concesionarios más caros del mercado: Porche, Mercedes, Jaguar; y muchas otras marcas internacionales de prestigio como Hershey’s y Imax. Todo muy comunista, al mejor estilo de distribución de las riquezas uno-para-ustedes-diez-para-mí en el que suelen caer estos desafortunados líderes, vaya uno a saber por qué.

Quizás el barrio más hermoso de Shanghái sea la llamada Concesión Francesa, una zona que, como su nombre indica, fue otorgada al cónsul francés en 1849 y perteneció a Francia por casi cien años. Se convirtió rápidamente en el barrio residencial preferido de los habitantes extranjeros (británicos, americanos y rusos) que se instalaron en preciosas residencias a lo largo de la Avenue Joffre. El barrio dejó de ser francés en 1943 y luego sufrió algunos cambios con el advenimiento del comunismo en China. La avenida Joffre pasó a llamarse Huaihai, aunque sigue siendo una belleza y ahora aloja a las casas de ropa y joyas más exclusivas de la ciudad; y, aunque en principio se quitaron los plátanos de sombra que adornaban la calle, símbolo inequívoco de la presencia occidental, hoy están de nuevo porque, afortunadamente, los volvieron a plantar.

La siguiente parada fue el Templo del Buda de Jade, un bonito conjunto de edificios rojos y amarillos, con techos de madera puntiagudos y decenas de lámparas de papel. Entramos al patio del templo y nos envolvió una nube de incienso. Parece ser que la tradición indica que uno debe quemar cierta cantidad de palitos de incienso para purificarse, así que los asistentes (al menos los locales o foráneos pero también budistas), estaban parados en medio del patio, con palitos de incienso encendidos y haciendo reverencias a un par de Budas de jade dentro de uno de los edificios. No sabría decirles si la cantidad de palitos de incienso guardaba relación con el volumen de pecados a purificar o, más bien, con la economía doméstica del pecador, pero había alguna gente con miles de palitos, formando algo así como una antorcha gigante; y otros con unos pocos. No juzguemos.


Nosotros, por las dudas, quemamos algunos inciensos también. Mi suegro nos repartió una porción de palitos a cada uno (diría que bastante equitativa, sin distinguir santos de pecadores), los encendimos en una fogata que había en el medio del patio (aunque solo fuera por acercarnos al fuego un ratito, con el frío que hacía) y nos paramos con cara de circunstancia religiosa frente a los Budas gemelos.

Para desentumecernos luego de la visita al glacial templo lleno de patios, nos metimos en un restaurant con fotos en el menú (imprescindible en China) y comimos algunas especialidades locales: pollo, arroz y distintas versiones de sopa de noodles. Ya para esta altura estábamos empezando a manejar los palitos con aceptable destreza. Aunque tengo que admitir que, afortunadamente, suelen estar acompañados de una cuchara de esas cortitas. De cualquier modo, éramos capaces de manejarlos lo suficiente como para realmente comer y no hacer un desastre en el intento. Tiene su truco: hay que prestar atención y copiar la técnica de los locales en la medida de lo posible, que se acercan los platos a la cara (o, en nuestro caso, la cara al plato). De no ser así, cada vez que algún ingrediente se te cae desde lo alto, produce una ola en la sopa y terminás salpicando a todos los integrantes de la mesa.

Nuestra entrada del bus turístico incluía un paseo en barco por el río y allá fuimos, congelados de nuevo, una vez que se pasó el efecto agradable de la sopa. No sé por qué, habíamos estimado que el lugar donde nos íbamos a morir de frío iba a ser Beijing. Con lo cual, estábamos guardando nuestros ropajes más invernales para esos días. Les adelanto que en Beijing hizo calor, así que en Shanghái nos congelamos espontánea y gratuitamente.

Al atardecer, el barco nos llevó por el río Huangpu, una cinta de agua oscura por la que navegaban curiosos barcos chatos que transportaban carbón y arena, y enormes transoceánicos. Navegamos un rato, refugiados del viento, mientras el sol se ponía entre los edificios.



La curiosidad del día fue cuando cruzamos al otro lado del río, para visitar la zona financiera, en un minúsculo huevito sobre rieles, que va por un túnel debajo del agua. Estaba promocionado como si fuera el prodigio del transporte shanghainés, pero en realidad era más parecido a uno de esos juegos extraños de los parques de diversiones, donde los carritos se meten por un túnel oscuro y lo mismo te aparecen peces de neón que luces estroboscópicas. Algo muy raro. Todo parece indicar que los chinos están un poco locos.

La que di en llamar “zona financiera” de Shanghai (que no sé si es verdaderamente la zona financiera o no) en realidad es el distrito de Pudong y es de otro mundo. O de éste, pero más adelante en el tiempo. Es como yo me imaginaba el futuro: lleno de rascacielos interminables, jardines de ensueño y luces por todos lados. En la plaza principal, tiene una pasarela elevada en forma circular que recorre todo el contorno de la plaza, algo que podría haber pensado Disney. La vista nocturna fue tan maravillosa que ni siquiera saqué muchas fotos (mentira, no saqué porque mi cámara no puede con la nocturnidad y mis manos temblorosas por el frío). Todo parecía tan nuevo, todo brillaba y se encendía de colores gracias a miles de luces navideñas. Algo espectacular.


El edificio más llamativo de todo este conjunto es The Pearl, un gigantesco pincho con aspecto de molécula que se ve desde casi toda la ciudad. Es algo tan futurista que parece de fantasía. No lo es. Como en muchos de estos altísimos edificios, se puede subir hasta lo más alto para ver la increíble vista panorámica. Más increíble de noche, ya que los chinos no parecen haber sido afectados por la crisis energética, ni la ecología (al menos en este aspecto) …así que todo brilla y en muchos colores, como para quitarle un poco de elegancia al espectáculo. Tomamos algo en piso 86 del bar de una de estas torres monumentales, la Jin Mao (el quinto rascacielos más alto del mundo), mientras mirábamos la ciudad a nuestros pies.


Además de la increíble vista nocturna que ofrece Shanghai, y su silueta del futuro, existe otro atractivo local que vale mucho la pena visitar: los Jardines Yuyuan. Son un maravilloso conjunto de edificios tradicionales chinos, de madera oscura y con esos techos puntiagudos tan característicos de esta zona. Tiene varios estanques y fuentes con coloridos peces, los atraviesan pasarelas techadas sobre el agua, templos budistas y muchos patios con decoraciones asombrosas. Todo está lleno de detalles, desde las ventanas cubiertas de entramados de madera hasta los dinteles decorados con dragones. Lo destacado de este palacio, supuestamente, es la exquisita piedra de jade (Currow Stone), pero no se imaginen algo fabuloso, ni siquiera algo verde. La gran piedra de jade es una enorme estructura agujereada y gris, similares a las que veríamos por todos lados y que parecen encantarles a los locales. Foto y a otra cosa.





Nos animamos a parar en uno de los cientos de puestitos de comida para probar lo más aceptable que encontramos: pichones de algún ave en una brochette. No me reten, podría haber sido peor porque también había arañas, gusanos, escorpiones y estrellas de mar. Algo había que probar. Ricos los pichones, aunque difíciles de comer. También paseamos por la deslumbrante peatonal Nanjing repleta increíbles carteles de neón sobre nuestras cabezas.


Al día siguiente, y con la inquietud característica de mi familia política, nos tomamos un tren y nos fuimos a la ciudad vecina de Hangzhou, considerada una de las ciudades más bellas de China. Es un lugar de fin de semana y de descanso para los que viven en Shanghái. Nosotros, lejos de relajarnos, anduvimos otra vez a las corridas pasando por el barrio antiguo con sus tradicionales casas de madera oscura, para llegar al Lago del Oeste, declarado Patrimonio de la Humanidad en 2011 y el punto más concurrido de la ciudad.



Paseamos por el lago en un barquito, el agua tan quieta que parecía un espejo en el que se reflejaban las colinas de alrededor. En una de ellas fuimos a visitar los jardines del monasterio budista de Lingyin un lugar absolutamente increíble, construido en lo alto de la colina, con vista al lago y rodeado de plantaciones de té. En medio de la espesa vegetación van apareciendo uno tras otro los edificios que conforman el monasterio: templos, pagodas, patios y residencias de los monjes. Inclusive hay budas de todos los tamaños tallados en la roca de la montaña. Algo muy hermoso y muy tradicional, uno se siente verdaderamente en la China de las películas. Especialmente cuando, en medio de los turistas que caminábamos por las calles del monasterio, pasaron los monjes a toda velocidad en un autito, con las túnicas naranjas flameando en el aire.




Shanghái sería, al final del viaje, la ciudad china que más me gustó. Presenta una extraña combinación entre la ciudad vieja con sus edificios soviéticos en el Bund, los jardines Yun con las casas tradicionales de techos puntiagudos y la magnífica silueta de rascacielos de Pudong. Quizás una mezcla acertada de lo que son y lo que quieren ser China y su habitantes, que a veces parecen tener rumbos casi irreconciliables y aún así, ahí están. Llenos de todo: lo moderno y lo ancestral, lo comunista y lo consumista… Todo junto en ese país de multitudes, de dinastías y de contrastes increíbles.

21 de marzo de 2014

Efecto Hollywood



No pensé que fuera a haber una ventanita, pero había una. En lo alto de la pared, profunda y con los consabidos barrotes de hierro. Una ventanita de calabozo en toda regla. “Será la misma habitación que usan para interrogar detenidos”, me dije mirando alrededor distraída.

Cuando se volvió a abrir la puerta, entró el detective Harris y su ayudante, un pequeño señor con anteojos y un cuaderno debajo del brazo.

– Me dice el oficial Morgan que usted puede haber visto la camioneta sospechosa esta tarde – comenzó el detective, mostrando un claro desconocimiento de la hora. Recién eran las 12 del mediodía. Abrió una carpetita verde. Justo como me hubiera imaginado a un expediente policial. Estaba nueva y era bastante flaca, no tendrían demasiada información sobre el sospechoso todavía…

– Si, vi una camioneta, aunque no le sabría decir si era la que usted busca, pero me pareció suficientemente sospechosa – contesté un poco molesta. Ya estaba cansada de estar ahí, esperando a que se decidieran anotar lo que yo tenía que decir y me dejaran ir a casa al fin. Me estaba arrepintiendo de haber venido siquiera. “Si nunca encuentran a nadie” pensé entre resignada y divertida.

Había salido a correr esa mañana. Hacía un día precioso y me hubiera sentido mal estar encerrada todo el día en casa. El truco estaba en ponerme las zapatillas aún antes de decidirme a salir, eso me impulsaba terriblemente. Corrí por la vuelta larga alrededor del pueblo que había ideado justo para días como ese: soleados, de cielo azul, las montañas nevadas, cero viento.

Antes de volver, paré a estirar un poco en un banco en la plaza de los niños. Lo hago siempre porque a esa hora no hay nadie y me gusta la vista que hay desde ahí. Mientras estiraba con la cabeza casi junto a las rodillas, no veía la calle pero sí escuchaba a los autos que pasaban cada tanto. Me hubiera gustado poder distinguir entre los diferentes vehículos pero no era así. Solo distinguía si iban rápido o lento, para arriba o para abajo de la cuesta. Información básica.

Pasó un auto, otro y luego una camioneta. Al llegar a donde estaba yo, aminoró la marcha, así que levanté la vista más por precaución que por curiosidad. “Es la clase de vehículo que usaría alguien para secuestrar gente” pensé inspirada en miles de escenas similares en la televisión. El conductor me estaba mirando. No queriendo parecer osada ni violenta, volví a bajar la cabeza en mis ejercicios. La camioneta, que no era tal, era más bien una combi, hizo un giro en U y retomó la calle pero en sentido contrario. El giro fue tan brusco que con la rueda delantera se subió a la vereda por un momento. Entonces vi de nuevo al hombre por el espejo retrovisor.

No le hubiera dado más importancia de no haber sido que mi suegro miraba el noticiero cuando llegué. Estaban buscando a un sospechoso que conducía una combi blanca. “Bingo”, dije incrédula.

Así fue como llegué hasta esta habitación, presumiblemente de detenciones, de la comisaría local. Ni me había bañado, pensé que en cuanto me sacara las zapatillas no iba a ir nunca a contarle mi sospecha a la policía. Ahora me estaba arrepintiendo.

La silla era incómoda, para empezar. Y yo estaba tan transpirada que me podía oler. Olía a sudor y a sol, una combinación aceptable para quien anda corriendo por ahí, pero no tanto para estar encerrada en un cuarto con los oficiales de la ley.

– ¿Y entonces? – volvió al ataque el detective Harris.

–Y entonces… – comencé sin ánimo de burla, por comenzar de algún modo, – vi una combi blanca, sin ventanas. No parecía demasiado nueva. No leí la patente, por si estaba pensando eso.”

Me hubiera encantado leer la patente, habría quedado tanto más profesional dando mi testimonio. Pero ¿quién lee patentes hoy en día? Yo no sabría ni por qué número empiezan.

– Está bien – me concedió el detective. – ¿Vió también al conductor?”

–Si, lo ví – respondí satisfecha. Ésta pregunta sí me la sabía. – Diría que de unos 65 o 70 años, canoso, bastante flaco, ojos celestes, llevaba una gorra con visera azul.”

– De acuerdo. Muy bien, señorita. – Me felicitó el detective y yo como una estúpida sonreí complacida. – ¿Le molestaría quedarse un rato más para que el agente Baccio trace un identikit del sospechoso? Usted es la primera que lo ha visto con tanta…claridad.

Parecía satisfecho con la aparición de una nueva pista pero desconfiado de mi descripción. “¿Ojos celestes?” pensé, “¿para qué dije que tenía ojos celestes? Ahora parece inventado.” Pero omitirlo hubiera sido igual de tonto, los había visto, eran ojos celestes. Si cerraba los míos todavía podía ver su cara, no sé por qué se me había grabado en las retinas. Tal vez para esto… mi humilde contribución a la humanidad.

– Por supuesto – contesté imbuida de un nuevo espíritu patriótico.

El detective se fue luego de darme un apretón de manos que me hizo levantar el brazo y, por consiguiente, olerme otro poco la axila. Y quedamos el agente del cuaderno y yo.

– Empecemos – dijo con ojos cansados incluso antes de empezar. – ¿Diría usted que tenía la cara ovalada o más bien redonda?”

– No va a hacer falta que dibuje, agente Baccio – respondí sacando mi celular del bolsillo. – Se parecía mucho al actor de Las Vegas. ¿Es Las Vegas la serie del dueño de un casino? ¿Con ese chico tan lindo que se casó con la cantante de Black Eyed Peas? – le pregunté mientras buscaba la foto en internet.

El agente asintió dudoso y sin soltar el lápiz, con el que había empezado a dibujar un óvalo que podría convertirse rápidamente en un redondel, si fuera necesario.

– Éste – dije poniéndole mi celular a unos centímetros de su nariz. – Era muy parecido a éste.


Baccio cerró su cuaderno y se llevó mi teléfono. Suspiré. Este día no se iba a terminar nunca.




Ningún actor de Hollywood fue dañado para escribir este cuento. Toda similitud con la realidad es mera imaginación.

14 de marzo de 2014

Los Ciudadanos del Mundo (Silvana F.)


 Por Cintia Ana Morrow para Argentinos.es

Dicen que el amor mueve montañas y, aunque aquello no puedo afirmarlo (ni negarlo, para el caso), descubrí que el amor sí que mueve personas. Muchas y a través de infinitos kilómetros.
Con esta personita en particular coincidimos hace muchos años en un aula mientras estudiábamos francés. Solíamos aguantarnos la risa cuando Madame nos hacía poner de pie para entonar la Marsellesa y esperábamos ansiosas la salida de clase para quedarnos charlando en la puerta. 
La vida nos reservaba muchas sorpresas inesperadas. A ella, un maravilloso viaje de descubrimiento personal la llevaría hasta la otra punta del planeta. Luego tendría que desprenderse todo lo que había construido para embarcarse en una nueva aventura, esta vez siguiendo a su príncipe azul. Se sumergiría en los entramados culturales de una sociedad curiosa y desconocida hasta ese momento, para reinventarse junto al hombre de su vida.

Los dejo con nuestra princesa moderna, Silvana Facciolo, una argentina que hoy nos cuenta cómo el amor y el deseo de crecer la impulsaron a ir más allá de las fronteras, de las religiones y de las razas.

Silvana, contame de dónde sos…

Soy Argentina (y orgullosa de serlo, como todos los argentinos). Nací y me crié en la ciudad de Mercedes, Provincia de Buenos Aires, a unos 100 kilómetros de la Capital del país.

Mercedes… me suena, famoso por sus chacinados y sus escritores ¿no? ¿Cuándo se presentó la oportunidad de irte al extranjero por primera vez?

La primera vez que viví afuera del país fue en el 2009. Me mudé a Australia por un año y amé absolutamente la experiencia. Por esas cosas de la vida, en el 2012 conocí a mi novio en Inglaterra y desde entonces mis relaciones con ese país se intensificaron. El año pasado, 2013, estuve un total 9 meses viviendo allá. Actualmente estoy de vuelta en mi amada Argentina, pero solo temporariamente hasta que me otorguen la visa.

Sé que a Australia llegaste por una razón muy especial. ¿Querés decir algo de aquella experiencia?

Mientras estaba estudiando en la facultad, ahí por el 2001, tuve un encuentro muy grande con Dios. Por años anhelé poder profundizar más en mi fe (Cristianismo) y ayudar a otros. Finalmente en el 2009, luego de ahorrar mucho y con ayuda de mi familia, pude inscribirme en un Instituto Bíblico en Sídney, Australia, por el período de un año. Por las mañanas estudiábamos la biblia y por la tarde salíamos a ayudar a los mas necesitados, de Lunes a Lunes. ¡Amé la experiencia! ¡Y amé Sídney! 

La segunda vez que partiste fue muy diferente… ¿Qué dejaste atrás, además de la familia?

Fue muy difícil dejar todo por amor. La verdad que en su momento aposté todo a mi relación y me daba miedo pensar todo lo que me estaba jugando. Dejé un trabajo seguro y estable, el departamento que había buscado por meses, regalé todos mis muebles…entre ellos antigüedades que había encontrado y comprado con sacrificio. Finalmente abandoné también mi hobby, que era la equitación. Vender mi caballo dolió mucho. Mantenerlo implicaba demasiado dinero ¡e Inglaterra es muy cara!

¡Me imagino! De pronto había que empezar a pensar en libras esterlinas. ¿En qué lugares de Inglaterra estuviste?

En el 2013 viví los 7 primeros meses en Derby, ciudad ubicada en el centro de Inglaterra, y los dos últimos meses del 2013, en Londres.

Aunque sea un país conocido, la vida Inglaterra guarda muchos secretos. ¿Tuviste alguna experiencia inesperada durante tu expatriación?

El choque cultural lo sentí muy fuerte. No fue tanto con los ingleses sino que mi novio es Sij y tanto el como su familia viven y se mueven como si estuvieran en Punjabi, India. 

Que maravilloso un novio Sij, algo tan diferente… ¿Vendrías a ser una versión moderna de la Princesa de Kapurthala?

 Jajaja ¡aunque muchísimo menos glamorosa! Algo interesante para compartir es que para ellos todas las mujeres toman el apellido Kaur, que significa princesa y los hombres el apellido Singh que significa leones. Así, que puedo decir que en cierto sentido pasaría a ser una princesa, o al menos la princesa de Palvinder (así se llama mi novio).

¡Espectacular! No sería la primera vez que exportamos princesas por el mundo… ¿Cómo es vivir en esa parte de la sociedad inglesa?

Inicialmente, los primeros meses vivíamos en el barrio de los musulmanes y Sijs, y una tenía que tener cuidado de no mirar a los hombres en los ojos, de no agarrarse de la mano en el barrio y menos aún dentro de la casa. Más de una vez, sin darme cuenta, besaba a mi novio o lo tocaba y me querían comer. También me encontré con familiares que le ofrecían novias de la India a mi novio… 
Aprendí a comer curry casi todos los días, y lo mejor de todo: aprendí a usar las manos y a no sorprenderme cuando los comensales eructan delante tuyo. ¡Aparentemente es una buena señal! 


Desde luego, estás viviendo una experiencia increíble y, lo mejor, en buena compañía. En medio de todas estas costumbres tan extrañas para nosotros, en qué lugar te sentiste más cómoda?
Me sentí mas cómoda en Londres. ¡Dame ruido, tiendas y museos para recorrer y soy feliz! Las ciudades occidentales siempre atraen y tienen eso de ser como tierra neutral. Uno enseguida se siente a gusto.
Me costó más vivir en Derby, y entender que hay gente que aunque viva en Inglaterra va a seguir pensando y actuando como en la India o en Irán, y que haga lo que uno haga o diga, no los vas a cambiar. Tal es el punto de esa resistencia al cambio que, aunque no podía creer, estando a 5 grados bajo cero ¡ellos se vestían con túnicas de colores y zapatos tipo ojotas! No hay con qué…no cambian. 
Aunque también quiero aclarar que los Sijs son gente muy amable, respetuosos de otras gentes y costumbres pero muy guardianes y desconfiados de los que quieren entrar en su comunidad.

Debe haber sido difícil asimilar todo eso en tan poco tiempo. ¿En qué aspecto sentís que te cambió?

Me enseñó nuevamente a adaptarme, a ser tolerante y a apreciar a las personas por lo que son, no por lo que piensan. Generalmente somos del concepto (o lo era yo) de que no tenemos ningún tipo de perjuicios, pero he aquí que siempre me había rodeado de gente como yo y los contactos con otras culturas habían sido muy light. Tuve que hacerme un “reseteo". Pensé que vivir en Inglaterra iba a ser mas o menos como lo fue vivir en Australia…sin embargo, allí cohabité con dos culturas: la inglesa y la india…y crecí. Crecí mucho.

¿Cómo llevás el hecho de estar lejos? ¿Hay algún ritual argentino para los días de melancolía?

Creo que cuando uno se va al exterior por decisión propia se hace mas ameno. Para ser honesta, no necesito hablar todos los días con mi familia. Sí, obviamente, estoy pendiente de lo que sucede en Argentina y para las ocasiones especiales desearía estar con ellos, pero no extraño. Aunque preguntame de a acá a dos años y te cuento como sigo ;)
En lo que hace al ritual argentino, no puede faltar el mate cuando hay yerba, comer casi la mayoría de las comidas con una ensaladita y, cuando se puede, ¡un rico bife!

Vivir en otro país es una experiencia maravillosa pero no todo el mundo se anima, ¿lo recomendarías?

Lo recomiendo 100% y si es posible, primero irse una sola, ni siquiera de novio porque ahí la cosa ya cambia. Creo que saca a relucir tu lado social a full: o te animas a hacer amigos y te expones, o te quedas sola en tu casa, aburrida sin hacer nada. Y para hacer amigos, hay que ser vulnerable y aprender de nuevo a escuchar a otros...
Por otro lado, el hecho de poder pisar suelo extranjero, hacer switch y pasar a hablar, pensar y soñar en inglés, me fascina. No siempre fue así, al principio me costaba mucho hablarlo, lo entendía pero hablarlo fluidamente costaba. Luego de vivir afuera eso cambió, y siento que otro mundo de posibilidades se me abrió. Hoy en día utilizo más el inglés a la hora de hacer búsquedas online o leer un diario que el español.
Vivir afuera, por poco tiempo o para siempre, siempre suma. Sea visto desde el intercambio cultural que se genera, o del gran amor y aprecio que te surge por tu país, vas a salir ganando algo.

¿Se te ocurre algún consejo para aquellos que están considerando la posibilidad de salir al extranjero?

El mejor consejo que se me puede ocurrir es el decirles que no tengan miedo. Que se animen a salir, a conocer y a invertir tiempo en otras personas. La vida como a toda buena comida hay que sazonarla bien. En Argentina usamos en la mayoría de los casos solo sal y pimienta, pero hay muchos más condimentos que no se consiguen acá… ¡y que vale la pena probar!


En pocas palabras:

Viajás con el pasaporte… Argentino
¿Amás u odiás los aeropuertos? Es una relación de amor y odio la mía
¿Pasta o pollo? Pasta, fácil y rendidora.
La comida argentina que más extrañás… El asado
Un lugar de vacaciones… Brasil, Bombas y Bombinhas
¿Qué elemento viaja con vos siempre? Un buen libro
¿Y qué te olvidás? ¡La planchita!
Cuando tenés tiempo lo dedicás a… Leer
¿Qué pedís que te lleven los que van a visitarte? ¡Yerba!
Un sueño cumplido: Estudiar por un año en un Instituto Bíblico en Australia.
Y uno por cumplir… Formar mi familia.