12 de noviembre de 2016

Brujas bajo la lluvia


“Ya sé a dónde vamos…” Le dije a Alejo, tratando de adivinar nuestro destino, cuando vi aparecer el cartel de Bruselas en la ruta. Habíamos salido temprano desde París en el auto en un viaje sorpresa. Sorpresa para mí; Ale supuestamente sabía a dónde íbamos y a Matías no le importaba en lo más mínimo.

Bruselas, Bruselas, Bruselas… La ciudad se me acercaba virtualmente y se achicaban los kilómetros en cada nuevo cartel. De pronto, un improperio. Alejo se había equivocado de salida e íbamos en la dirección incorrecta. A esta altura de mi vida, ya ni me altero…forma parte del viaje. Mi marido continuó con los improperios otro rato hasta que agarramos la ruta correcta y Bruselas se empezó a alejar nuevamente porque en realidad nos dirigíamos a Brujas. Menos mal que se me ocurrió hablar.

Brujas, Brujas, Brujas. De pronto, llegamos. Bélgica pasó de ser la campiña belga a una ciudad bastante poblada, y después al centro histórico de Brujas. Todo en unos pocos minutos. Lo primero que me sorprendió (gratamente, debo admitirlo) fue que no había casi gente en la calle. Europa sin gente? Dónde hay que firmar? Sobre todo porque en mi cabeza asimilaba bastante Brujas a Praga, donde los adoquines y las muchedumbres pudieron conmigo.

Brujas es bastante más pequeña y en Septiembre tiene un clima mucho menos acogedor. Básicamente llueve. Bienvenida la lluvia, bienvenido el frío, bienvenidos a Brujas. En la antigüedad, la ciudad creció por su industria de lana y su salida al mar. En 1297 se incorporó a Francia y esto solo trajo problemas (para variar). En 1302 el pueblo de Brujas se cansó y decidió asesinar a todos los franceses que encontró, esto llevó a una batalla y perdió Francia. Durante el siglo XV, Felipe el Bueno trajo prosperidad a la ciudad (con ese nombre, más vale que hagas cosas buenas), atrayendo artistas y personalidades de Europa. Además, la llamada Escuela Flamenca creó una nueva técnica de pintura al óleo que pronto ganó renombre internacional.

Todo muy bonito hasta que en el siglo XVI se cierra la salida del canal al mar por acumulación de sedimentos y la ciudad sufre una caída económica. En el siglo XVII comienza a desarrollarse la industria del encaje y en el XIX Brujas se vuelve una de las ciudades turísticas más importantes del mundo (ustedes dirán "Que rápido se recuperó", pero pasaron tres siglos en tres renglones). Tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial es ocupada por los alemanes pero la ciudad, afortunadamente, permanece ilesa hasta su liberación. Hoy en día, su principal atractivo es el casco histórico y sus estructuras medievales que quedaron prácticamente intactas. Caminar por sus calles es viajar en el tiempo.

Entrar con el auto al centro histórico de las ciudades europeas también es viajar en el tiempo y siempre me pone nerviosa. Las calles se van angostando y empiezan a seguir trazados extraños. Brujas no es una excepción, con sus callecitas medievales de ninguna manera pensadas para que entre un auto. Afortunadamente, mi marido aprendió a manejar en Trujillo, Extremadura, cuyo centro histórico es muy enrevesado. (Querido lector: además de estar divagando, aporto este dato porque Game of Thrones se está rodando ahí ahora mismo).

Con el auto felizmente estacionado (felizmente porque Brujas es mucho más barato que París), buscamos nuestro hotel, cuyo recepcionista curiosamente estaba ahorrando plata para ir a la Argentina. En pleno centro, genial. Habitación sin persianas (al uso nórdico), no tan genial. Matías se dedicó a hacer importantísimas llamadas desde el teléfono fijo de la habitación (previamente desconectado, Matías tiene un año) y nosotros descansamos del viaje de 3 horas y media de París casi hasta Bruselas y, antes de llegar, hasta Brujas.

¿Qué hay para ver en Brujas? Si se meten en la Wikipedia, les van a aparecer una lista de iglesias y poco más. Parecería que no hay nada relevante para visitar, lo cual es fantástico porque te libera de molestos Top Ten y te deja con la sola tarea de caminar por la ciudad, que es lo único que no podés dejar de hacer. Así que eso hicimos: dejamos el hotel y nos fuimos caminando las pocas cuadras que nos separaban de la plaza principal.

La gente estaba, obviamente. El turismo había llegado a Brujas (en el siglo XIX). Solo que nos lo encontramos recién cuando llegamos a la Market Place que es la plaza principal (donde antiguamente se hacía el comercio de lana). En el enorme espacio de una hectárea que ocupa la plaza, se destaca principalmente el Belfort van Brugges o campanario de Brujas, una edificación medieval altísima. Fuera de esto, quizás lo que más llame la atención son los edificios flacos y de colores, con techos escalonados, que rodean la plaza.

Desde allí hacia un lado está la plaza de Burg, la más antigua de los Países Bajos y en donde se encuentra el edificio de la Municipalidad (muy bonito) y a un costado, casi escondida, está la Iglesia de la Santa Sangre. Se llama así porque guarda una reliquia con la sangre de Jesucristo. La leyenda dice que llegó a Brujas después de la Segunda Cruzada, pero lo cierto es que solo hay evidencia de la reliquia en la ciudad desde 1250, así que probablemente llegó después del saqueo de Constantinopla. El frasco en el que se conserva sí es un frasco de perfume hecho en Estambul pero tiene escrita una fecha de 1338. Les dejo la inquietud. 

Aprovecho para hacer una descarga porque sino me consume la ira: la entrada a la iglesia es gratis, pero como nosotros tuvimos que tomar el ascensor para entrar (la iglesia está en un primer piso, aunque parezca curioso), aparecimos frente a una boletería y, lógicamente, compramos un ticket. Cuando giramos sobre nuestros talones, el ticket servía para visitar la Sala de las Reliquias (o como se llame) que es básicamente un cuarto con media docena de boludeces para nada relevantes. Aún así paseamos por el minúsculo cuarto con la idea de amortizar los 4 euros, cosa que de ningún modo logramos. Mientras tanto una señora asiática le pedía al de la boletería que le devuelva el dinero. Están avisados.

Hacia el otro lado de la Market Place, siguiendo una de sus muchas calles peatonales, se llega a la Iglesia de San Salvador. No tengo recuerdos de esta iglesia (viajar con un niño produce estas cosas en el cerebro materno), pero está en el Top Ten para visitar en Brujas, así que cumplo nombrarla. Claro que para nosotros este breve recorrido de unas pocas calles incluyó una parada a comer (en un lugar que, para angustia de Alejo resultó ser orgánico y natural) y otra para que Mati se subiera a la calecita. 

Mientras escribo estas crónicas estoy estudiando el mapa de Brujas, pero todavía no me oriento. No sé donde están los rincones que más me gustaron y no me acuerdo de ningún nombre (tampoco es que sea demasiado fácil recordarlos, hay palabras como Stadsschouwburg que no tengo idea si es un sitio que visité o no). Así que en la parte logística, no voy a ser de mucha ayuda. Sí les puedo decir lo siguiente: se va a todos lados caminando y en algún momento llegás a los canales para tomar el clásico paseo en barquito (otra cosa que vale la pena hacer).

Al día siguiente llovía. Compramos un paraguas para no arruinar mi bella tradición de comprar un paraguas en cada lugar que visito (y llueve, tampoco es que los coleccione). Entre los motivos animal print y jean que había para elegir, mi marido optó por el de jean, vaya a saber uno por qué. Paseamos bajo la lluvia y pronto el paraguas no alcanzaba más y compramos unas bellísimas capas plásticas para cada uno. Ahora éramos tres formas humanoides paseando por Brujas, una roja y dos azules. A Matías todo el asunto de la lluvia y los paraguas le encantó. Intentó llevar el paraguas él mismo durante aproximadamente 3 metros cuadrados que se hicieron eternos y hubo que dejar pasar carruajes dos veces. 

Bajo la lluvia recorrimos el parque Minnewater y el llamado Lago del Amor. En aquel preciso momento no había demasiados amantes valientes bajo la lluvia torrencial, solo patos. Cruzamos, con ignorante felicidad, el puente que concede el amor eterno a aquellos amantes que lo crucen ("eterno" me suena a tanto tiempo…) y paseamos por las callecitas del parque. A la vuelta nos cruzamos un contingente de asiáticos apostados en pleno puente, vaya a saber cómo organiza eso Cupido.

Nuestra última actividad turística fue subirnos a uno de los barquitos que recorren los canales. La suave llovizna que caía cuando embarcamos (acá van a cometer el error de imaginarse una gran embarcación, cámbienla por una balsa grande), pronto se convirtió en lluvia y luego en diluvio, y el barquito se cubrió de paraguas como desplegando una caparazón. El recorrido se convirtió en una osadía contra la lluvia, sosteniendo el paraguas y además a un niño resbaladizo por la capa mojada que insistía en ver a los patos desde muy cerca; con ocasionales miradas de reojo a los edificios destacados del paseo. Me encantó, la ciudad bajo la lluvia es mucho más divertida (me atajo antes de que me agredan: cuando uno está de paseo y no hace frío y está todo bien).

Brujas en flamenco significa “puentes” (no se lo esperaban, no?) y, aunque podría caer en la muy utilizada descripción de “la Venecia del Norte”, no lo voy a hacer porque se usa tantas veces que al final pierde sentido. Además, para que eso signifique algo, uno tiene que haber ido a Venecia y no todo el mundo estuvo en Venecia (por si alguien no estuvo, déjenme decirles que es “la Brujas del Este”). Brujas tiene canales y puentes, pero también tiene patos, tiendas de encaje y chocolate belga. 


La gracia de la ciudad es la ciudad misma, es caminar por sus callecitas empedradas, recorrer su peatonales y dejar pasar a los carruajes (que pasan a toda velocidad), comprarse chocolates, maravillarse por sus edificios medievales y pasear un poquito en esos barcos chatos que recorren los canales. Todo es lindo y pintoresco. Cada rincón te inspira una foto... o varias, y ya después elegirás aquella en la que los patos miren a la cámara y la capa de lluvia se pliegue de la manera más favorable posible sobre tus curvas. Después de todo, no hay mal clima para una ciudad como Brujas, que vuelve mágica hasta a la más común de las lluvias.