¡Buenas, mis queridísimos!
Estamos en un lugar hermoso, lleno de parques y de flora por
todos lados. Nuestro barrio parece tener mucho amor por los árboles, los hay de
todo tipo y color, las veredas y los jardines de los edificios están decorados
con árboles de todas las especies. Y no solo eso, sino que también se respeta
la ubicación de cada árbol, porque hemos visto restaurantes construidos con un
árbol (probablemente más viejo que el restaurant mismo) en el medio del local.
Y también calles asfaltadas en las que hay árboles que crecen en medio, con su
cantero y todo. Los autos los esquivan y siguen su camino. Insólito, no me
digan.
Tulipanes en Göztepe Park |
Nuestro departamento queda solo a tres cuadras de la calle llamada
Bagdat Caddesi, donde están los negocios y los restaurantes más lindos y de
moda; y muy cerquita del paseo marítimo y del mar. Nos estamos dedicando a
conocer los lugares de comida de la zona, pero hay tantos que la tarea se va a
hacer eterna. Localizamos (eso sí) un muy buen sitio de “pide”, que son esas
pizzas alargadas; una pastelería exquisita de una italiana; los supermercados
cercanos (parece haber más costumbre de mercados chicos o almacenes que de
grandes supermercados); una ferretería donde Ale compró una sierra (¡una
sierra! Mi marido utilizó una sierra para cortar y luego colocar las cortinas
de la habitación, me casé con Mc Gyver); una tintorería y, la última
adquisición, una peluquería.
"Pide" |
La comunicación con los turcos no es fácil ni fluida. Por
estos lados, muy poca gente habla inglés y nosotros, con el merengue idiomático
que tenemos, nos estamos empezando a olvidar el inglés y el castellano también.
En la peluquería pedí un “color menu”, una palabra que creo que inventé yo. El
peluquero, junto a otros tres más que se
acercaron a asistir, escribía frases en su teléfono y le daba a la función de
traducir, y eso creaba las más insólitas oraciones jamás escuchadas.
Finalmente, con un dedo señalé el color y con otro el centímetro que quería que
me cortaran del pelo. El peluquero empezó a hacer las cosas y yo me dispuse a
hojear una revista, actividad que corresponde, evidentemente, a todas las
peluquerías de este mundo. Salí muy decente, incluso linda. Se puede decir que,
aunque no conseguí comunicarme en turco ni una sola palabra, fue un éxito,
capilarmente hablando.
…
Aunque vamos lento, nos estamos empezando a comunicar.
Sabemos muchas palabras sueltas y armamos algunas oraciones reumáticas. Algunas
palabras las tuvimos que aprender con rapidez, como nos sucedió al descubrir que
es costumbre por estas latitudes no poner los famosos dibujitos de hombre y
mujer en los baños de los restaurantes. En las puertas solo dice “Bay” o
“Bayan”. Así que a la fuerza metimos esos conceptos en nuestro cerebro para no
tener que pasar por una situación internacionalmente incómoda.
Con los nombres de los turcos Alejo está más canchero que
yo, por el trabajo. Para mí hay dos o tres (que son los equivalentes al Juan y
María nuestros) que los entiendo, y los otros son como una sucesión de vocales
impronunciable. Por suerte es recíproco el sentimiento, me di cuenta cuando iba
a Starbucks y le decía con toda claridad “C i n t i a” al señor que escribe las
tazas, y me encontraba re bautizada como “Simge” u otras variaciones. O también,
en el caso de la nueva tintorería (y eso que lo copió de un papel que escribí
yo) que quedé registrada para la eternidad como “Cintina”.
Pero la historia del éxito sucedió hace unos días cuando,
volviendo de mi caminata marina, una señora se me acercó haciendo aspavientos
con las manos. Me saqué mi auricular de la oreja con cara de “no hay chances
que le entienda, señora”, pero formuló una pregunta de la que entendí lo
suficiente como para saber qué responder. En mi mente se escuchó así “blablablá
dónde blablablá banco blablablá?”. ¡Sí, señora, le entiendo! Le hice un ademan
con el brazo, dije “300 metros, Bagdat Caddesi”, y se fue rápidamente, deshecha
en agradecimientos. Guiar gente por la calle, eso tiene que ser el nivel 3, por
lo menos, de la comunicación en turco.
…
A veces, no saber el idioma es conveniente (como cuando fui
a la peluquería y solo intercambié algunas oraciones dificultosas con el
peluquero) y hasta gracioso, porque cuando uno no entiende, las cosas suceden
como en una película muda, donde las expresiones y los gestos valen más que las
palabras.
Un ejemplo: estaba en el shopping Capitol, al que iba
mientras estaba en el hotel. Allí hay una hermosa fuente que a cada hora hace
un espectáculo con música y luces. Esta fuente ejerce una atracción especial en
los chicos, como que los hipnotiza y van tambaleándose directo hacia allá; pero
el hombre de seguridad no les deja hacer casi nada, no pueden correr alrededor,
ni meter las manos o los pies en el agua; actividades a las que, junto con los
bailes frenéticos durante los espectáculos musicales, parecen naturalmente
inclinados estos niños turcos. Era cuestión de tener paciencia nada más, para
ver cómo uno se caía de cabeza en la fuente. Pero nunca me imaginé que fuera
tan gracioso, ¡quedó con la cabeza sumergida y sacudiendo las patitas en el
aire! Duró solo un segundo, después vino la madre y todo el personal de
seguridad del Capitol, y se embarcaron en discusiones gesticulares. Van a tener
que vallar la fuente, pienso yo.
…
En cuanto a las cuestiones gastronómicas descubrí con
sorpresa, entre los quesos del desayuno del hotel, uno que es muy especial
porque se hace tiras, como hilos de queso, y viene armando una especie de
ovillo. Solo lo había visto en México, se llamaba queso Oaxaca allá, y de
pronto, me lo encuentro en el desayuno del hotel estambuleño. ¿Cómo llegó este
producto lácteo hasta acá? ¿O hasta allá?

…
Un asunto que merece su consideración aparte y, además, no
es la primera vez que lo nombro, es mi relación con los pájaros turcos. Ya dije
que había muchos pájaros por todos lados, hay una especie de cuervos grises que
me habían ido a ver a la habitación del hotel y ahora, cuando fuimos de pic-nic
con Ale a la zona frente al mar, nos acechaban, moviendo la cabeza de un lado
al otro (¿los pájaros no ven de frente?) y mirando con deseo la bolsa de las
papas fritas. Claro que mi lucha por establecer el límite humano-avícola quedó
totalmente anulada cuando mi marido, luego de despertar de su siesta en el pasto,
se puso a alimentar a los cuervos. Le pregunté si sabía lo que decía el dicho
popular, “Cría cuervos…”; pero me contestó cualquier cosa. Así que entendí que
no sabía el dicho, y siguió alimentándolos con papas fritas sin miedo a que le
saquen los ojos.
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El último valiente |
Hay también gaviotas, por todos lados. Es hermoso verlas
planear en las corrientes de aire y después ir a posarse en los techos de los
edificios. Desde las ventanas del departamento nuevo las veo ir y venir todo el
día, a veces pasan tan cerquita que parece que se fueran a meter dentro.
Entonces cierro la ventana. Pero, como mi experiencia con los pájaros turcos es
bastante limitada, dejé una bolsa de basura en el balcón. A la mañana
siguiente, tenía un agujero del tamaño de un puño por el que salían cosas, y los restos de una
servilleta con salsa de tomate estaban esparcidos por el suelo. O las gaviotas
o los cuervos, vinieron a violentar mi bolsa de la basura. Yo me pregunto si
los miles de gatos de mi barrio están gordos porque las señoras aburridas les
dan comida, ¿quién se va a hacer cargo de la cadena alimenticia?
…
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La playa de Caddebostan |
Poco duró la primavera y está llegando el verano a Estambul.
Empieza a hacer calor y la gente busca lugares donde tirarse a tomar sol y a
hacer vida de veraneante. Al costado del paseo marítimo hay grandes extensiones
de parque, ideales para empezar a broncearse, ir de pic-nic, o sentarse a la
sombra a leer un libro. También hay pequeñas playitas con arena y piedras.
Algunas personas ya se pusieron la malla y se asolean tiradas en la arena,
disfrutando de la tranquilidad de los días de semana. Muchos de los chicos se
meten al agua, tirándose de cabeza desde las escolleras, o juegan a la pelota
en la arena.
Y los infaltables: esos grupos de jubilados bronceados,
bronceadísimos, que se agrupan durante el día, al rayo del sol, con gorritas
marineras y ojotas que ya no se fabrican más. Toman sol como lagartos, algunos
pescan y otros juegan al backgamon o a las cartas. Son los mismos que podés ver
en Mar del Plata o en cualquier lado. ¡A esta gente sí que le gusta el verano!
No tanto la arena, porque se aglomeran en las explanadas de cemento que hay
junto al paseo, tiran la toalla sobre el borde y bajan al agua por los
escalones de piedra que terminan en la orilla. Son hermosos, esos viejos lobos
de mar, como diría mi papá.