Cualquiera que se haya ido a vivir a otro lugar del mundo ha
tenido la increíble oportunidad de ver como su cerebro luchaba por adaptarse (o
no) a un entorno diferente. A veces el desafío es bastante duro, sobre todo
cuando incluye nuevos idiomas (o aunque el idioma sea el mismo, tiene tantas
variaciones que resulta difícil comunicarse) y otras nos parece que llegamos a
un lugar conocido y enseguida nos sentimos cómodos. Pero eso es solo un lado de
la moneda… al otro lado está la nicotina de la expatriación. Llamémoslo
inquietud o insatisfacción, llamémoslo como quieran. La verdad es que “estamos
jodidos”, como dijo Jorro aquella vez en México, cuando esto recién empezaba y todavía
ni siquiera podíamos imaginarnos hasta qué punto tenía razón.
No crean que es algo que uno sabe desde el principio.
Funciona al margen del cerebro consciente, mientras uno está tratando de
adaptarse al entorno. Un día se puede decir que lo lograste: ahí estás
cómodamente sentado en el sillón de tu casa, viendo un canal de la tele cuya programación
ya te sabés y tomando una bebida local por la que desarrollaste gusto y que
ahora compras voluntariamente, cuando de pronto una bacteria cerebral se agita
y te susurra al oído “Qué hacés acá tirado en tu sillón tan cómodamente cuando
podrías estar mucho más jodido en otro lado del mundo?” Y aunque todo tu
cerebro consciente ya está preparando batallones de leucocitos para reventar a
esa malvada bacteria, la nicotina de la expatriación que todavía tenés alojada
en algún lugar del organismo, con su masoquismo geográfico, te hace decir “Siii…por
favor, quiero estar jodido en otro lugar del mundo”.

Así que no me pregunten demasiado… Estábamos cómodamente
sentados en nuestro sillón en Madrid y de pronto nos vamos a mudar a París.
Alejo fue de avanzada (como corresponde ahora a un padre de familia) y Matías y
yo vamos y venimos por ahora.


Así que ahora les escribo desde una casita francesa temporal
llamada Adagio Val D’Europe, donde estaremos viviendo al menos hasta la semana
que viene. El apart hotel debe su nombre a un inmenso centro comercial (que
recibe la ridícula cifra de 16 millones de visitas al año) y queda ubicado en
una simpática población cerca de París, cuya razón de existir es que está al
lado de Disneyland (también conocido como Eurodisney). Pero por mucho que me
tienten esas orejas negras que vemos a lo lejos, ya habrá tiempo de ir… acabamos
de empezar nuestra propia fantasía parisina.