“Ya sé a dónde vamos…” Le dije a Alejo, tratando de
adivinar nuestro destino, cuando vi aparecer el cartel de Bruselas en la ruta.
Habíamos salido temprano desde París en el auto en un viaje sorpresa. Sorpresa
para mí; Ale supuestamente sabía a dónde íbamos y a Matías no le importaba en
lo más mínimo.
Bruselas, Bruselas, Bruselas… La ciudad se me
acercaba virtualmente y se achicaban los kilómetros en cada nuevo cartel. De
pronto, un improperio. Alejo se había equivocado de salida e íbamos en la
dirección incorrecta. A esta altura de mi vida, ya ni me altero…forma parte del
viaje. Mi marido continuó con los improperios otro rato hasta que agarramos la
ruta correcta y Bruselas se empezó a alejar nuevamente porque en realidad nos
dirigíamos a Brujas. Menos mal que se me ocurrió hablar.

Brujas es bastante más pequeña y en Septiembre
tiene un clima mucho menos acogedor. Básicamente llueve. Bienvenida la lluvia,
bienvenido el frío, bienvenidos a Brujas. En la antigüedad, la ciudad creció
por su industria de lana y su salida al mar. En 1297 se incorporó a Francia y
esto solo trajo problemas (para variar). En 1302 el pueblo de Brujas se cansó y
decidió asesinar a todos los franceses que encontró, esto llevó a una batalla y
perdió Francia. Durante el siglo XV, Felipe el Bueno trajo prosperidad a la
ciudad (con ese nombre, más vale que hagas cosas buenas), atrayendo artistas y
personalidades de Europa. Además, la llamada Escuela Flamenca creó una nueva
técnica de pintura al óleo que pronto ganó renombre internacional.
Todo muy bonito hasta que en el siglo XVI se cierra
la salida del canal al mar por acumulación de sedimentos y la ciudad sufre una
caída económica. En el siglo XVII comienza a desarrollarse la industria del
encaje y en el XIX Brujas se vuelve una de las ciudades turísticas más
importantes del mundo (ustedes dirán "Que rápido se recuperó", pero
pasaron tres siglos en tres renglones). Tanto en la Primera como en la Segunda
Guerra Mundial es ocupada por los alemanes pero la ciudad, afortunadamente,
permanece ilesa hasta su liberación. Hoy en día, su principal atractivo es el
casco histórico y sus estructuras medievales que quedaron prácticamente
intactas. Caminar por sus calles es viajar en el tiempo.
Entrar con el auto al centro histórico de las
ciudades europeas también es viajar en el tiempo y siempre me pone nerviosa.
Las calles se van angostando y empiezan a seguir trazados extraños. Brujas no
es una excepción, con sus callecitas medievales de ninguna manera pensadas para
que entre un auto. Afortunadamente, mi marido aprendió a manejar en Trujillo,
Extremadura, cuyo centro histórico es muy enrevesado. (Querido lector: además
de estar divagando, aporto este dato porque Game of Thrones se está rodando ahí
ahora mismo).
Con el auto felizmente estacionado (felizmente
porque Brujas es mucho más barato que París), buscamos nuestro hotel, cuyo
recepcionista curiosamente estaba ahorrando plata para ir a la Argentina. En
pleno centro, genial. Habitación sin persianas (al uso nórdico), no tan genial.
Matías se dedicó a hacer importantísimas llamadas desde el teléfono fijo de la
habitación (previamente desconectado, Matías tiene un año) y nosotros
descansamos del viaje de 3 horas y media de París casi hasta Bruselas y, antes
de llegar, hasta Brujas.
¿Qué hay para ver en Brujas? Si se meten en la
Wikipedia, les van a aparecer una lista de iglesias y poco más. Parecería que
no hay nada relevante para visitar, lo cual es fantástico porque te libera de
molestos Top Ten y te deja con la sola tarea de caminar por la ciudad, que es
lo único que no podés dejar de hacer. Así que eso hicimos: dejamos el hotel y
nos fuimos caminando las pocas cuadras que nos separaban de la plaza principal.

Desde allí hacia un lado está la plaza de Burg, la
más antigua de los Países Bajos y en donde se encuentra el edificio de la
Municipalidad (muy bonito) y a un costado, casi escondida, está la Iglesia de
la Santa Sangre. Se llama así porque guarda una reliquia con la sangre de
Jesucristo. La leyenda dice que llegó a Brujas después de la Segunda Cruzada,
pero lo cierto es que solo hay evidencia de la reliquia en la ciudad desde
1250, así que probablemente llegó después del saqueo de Constantinopla. El
frasco en el que se conserva sí es un frasco de perfume hecho en Estambul pero
tiene escrita una fecha de 1338. Les dejo la inquietud.
Aprovecho para hacer una descarga porque sino me
consume la ira: la entrada a la iglesia es gratis, pero como nosotros tuvimos
que tomar el ascensor para entrar (la iglesia está en un primer piso, aunque
parezca curioso), aparecimos frente a una boletería y, lógicamente, compramos
un ticket. Cuando giramos sobre nuestros talones, el ticket servía para visitar
la Sala de las Reliquias (o como se llame) que es básicamente un cuarto con
media docena de boludeces para nada relevantes. Aún así paseamos por el
minúsculo cuarto con la idea de amortizar los 4 euros, cosa que de ningún modo
logramos. Mientras tanto una señora asiática le pedía al de la boletería que le
devuelva el dinero. Están avisados.

Mientras escribo estas crónicas estoy estudiando el
mapa de Brujas, pero todavía no me oriento. No sé donde están los rincones que
más me gustaron y no me acuerdo de ningún nombre (tampoco es que sea demasiado
fácil recordarlos, hay palabras como Stadsschouwburg que no tengo idea
si es un sitio que visité o no). Así que en la parte logística, no voy a ser de
mucha ayuda. Sí les puedo decir lo siguiente: se va a todos lados caminando y
en algún momento llegás a los canales para tomar el clásico paseo en barquito (otra
cosa que vale la pena hacer).
Al día siguiente llovía. Compramos un paraguas para
no arruinar mi bella tradición de comprar un paraguas en cada lugar que visito
(y llueve, tampoco es que los coleccione). Entre los motivos animal print
y jean que había para elegir, mi marido optó por el de jean, vaya
a saber uno por qué. Paseamos bajo la lluvia y pronto el paraguas no alcanzaba
más y compramos unas bellísimas capas plásticas para cada uno. Ahora éramos
tres formas humanoides paseando por Brujas, una roja y dos azules. A Matías
todo el asunto de la lluvia y los paraguas le encantó. Intentó llevar el
paraguas él mismo durante aproximadamente 3 metros cuadrados que se hicieron
eternos y hubo que dejar pasar carruajes dos veces.
Bajo la lluvia recorrimos el parque Minnewater y el
llamado Lago del Amor. En aquel preciso momento no había demasiados amantes
valientes bajo la lluvia torrencial, solo patos. Cruzamos, con ignorante
felicidad, el puente que concede el amor eterno a aquellos amantes que lo
crucen ("eterno" me suena a tanto tiempo…) y paseamos por las
callecitas del parque. A la vuelta nos cruzamos un contingente de asiáticos
apostados en pleno puente, vaya a saber cómo organiza eso Cupido.

Brujas en flamenco significa “puentes” (no se lo
esperaban, no?) y, aunque podría caer en la muy utilizada descripción de “la
Venecia del Norte”, no lo voy a hacer porque se usa tantas veces que al final
pierde sentido. Además, para que eso signifique algo, uno tiene que haber ido a
Venecia y no todo el mundo estuvo en Venecia (por si alguien no estuvo, déjenme
decirles que es “la Brujas del Este”). Brujas tiene canales y puentes, pero
también tiene patos, tiendas de encaje y chocolate belga.
La gracia de la ciudad es la ciudad misma, es
caminar por sus callecitas empedradas, recorrer su peatonales y dejar pasar a
los carruajes (que pasan a toda velocidad), comprarse chocolates, maravillarse
por sus edificios medievales y pasear un poquito en esos barcos chatos que
recorren los canales. Todo es lindo y pintoresco. Cada rincón te inspira una
foto... o varias, y ya después elegirás aquella en la que los patos miren a la
cámara y la capa de lluvia se pliegue de la manera más favorable posible sobre
tus curvas. Después de todo, no hay mal clima para una ciudad como Brujas, que
vuelve mágica hasta a la más común de las lluvias.