11 de mayo de 2010

Crónicas peruanas: Sancochados en Cajamarca...

(Este artículo salió publicado en el diario La Nación, sección Turismo, el domingo 11 de Julio de 2010, en la edición impresa.)


10 de Mayo de 2010

Queridísimos:

Es una hermosa noche de otoño en Huanchaco. No llega el frío que yo estoy esperando, me parece que estoy demasiado alta en el hemisferio… pero como para incentivarlo, ya me pongo las medias para dormir.

Como se imaginarán, nos quedaron muchas cosas por ver en México. Entre los horarios, el agotamiento psicológico y la falta de vacaciones, se hacía bastante dificultoso pasear por la nación mexicana… Prometimos que eso no iba a sucedernos en el Perú, así que andamos como con hormigas en el pompis, tratando de escaparnos a algún lado distinto cada fin de semana.

Aunque Perú no nos facilite el acceso a los lugares tan bellos que esconde, allá vamos… llegando lentamente a todos lados!

Este fin de semana nos tocó la hermosa ciudad de Cajamarca. Conociendo las rutas peruanas, nos sorprendió gratamente una línea asfáltica casi ininterrumpida hasta el valle de Cajamarca. Hicimos los 250 km en 4 horas y media, que para estas tierras es como andar en Exocet.

De a poquito nos fuimos adentrando en la Cordillera una vez más. Empezamos a ver unos paisajes increíbles de montañas, con las laderas sembradas de distintos colores y ríos que surcaban los valles. En este tipo de geografía se puede apreciar realmente cómo se formaron las montañas… Se ven grandes franjas de piedra que cruzan las laderas, como los anillos de un árbol. También se notan las zonas donde se apretujaron las montañas y aquellas otras donde dejaron un espacio, por el que pudo pasar un glaciar, y hoy solo queda un río. Es imponente, estar en la Cordillera y pensar “esto se fue moviendo hasta quedar así”.

A la vuelta de una esquina, nos sorprendió otra cosa… esta vez con un autor mucho más terrenal: la gran presa de Gallito Ciego. Una increíble masa de agua en el embalse, que cae desde lo alto formando bruma y en los días de sol, un arcoíris. Dejamos atrás la presa y muchos pueblitos de montaña, de esos que podríamos encontrar en el norte argentino, con nombres tan curiosos como “Tembladera” o “Choten”; y que con grandes carteles se enorgullecen de ser la ciudad más soleada o el pueblo rey del camarón.

Desde el Abra del Gavilán, el punto más alto de nuestro recorrido (3.000 mt) vimos por fin el inmenso valle de Cajamarca, con la ciudad asentada en la falda de la cordillera.

Aunque mi familia lo va a negar, y se empeña en decir que nunca me orienté en Mercedes, desde que me casé con un marido cuyos instintos lo llevan indefectiblemente al lado contrario de donde debería ir; gozo de un sentido de la orientación bastante acertado… al menos desarrollé un sentido de supervivencia que me hace decir con toda seguridad “por acá no es”.

Mi marido goza de un sentido complementario, que es el de la aventura y como todo hombre que se precie de tal, puede dar vueltas por la ciudad durante horas con tal de no herir su masculinidad preguntando.

Cajamarca nos venció a los dos. Si llegamos a alguna parte fue gracias a la amabilidad de los cajamarquinos (todos ellos, porque le preguntamos direcciones al 80 % de la población, pensaron que hacíamos un censo).

Al final llegamos al centro histórico! Las calles de la ciudad son muy típicas porque los edificios conservan un estilo muy colonial, con balcones llenos de flores, faroles que cuelgan de las paredes de las casas y alerones para proteger las veredas de la lluvia o del sol. Todo está muy bien cuidado y limpio, se respetaron las fachadas originales y toda la ciudad es de colores.

En el medio del centro histórico emerge un monte llamado Apolonia, donde se sentaba el inca Atahualpa. Bajando por una escalera curiosa entre puestos de frutas y señoras indígenas, se llega a la plaza de armas. En ella se encuentran dos iglesias: la Catedral (es muy distinta ya que nunca terminaron de hacer las torres) que estaba reservada para la población española desde la llegada de Pizarro; y la Iglesia de San Francisco, para los indígenas convertidos al catolicismo.

A unos pocos pasos de la plaza principal está el famoso Cuarto del Rescate. Cuenta la historia que el jefe inca Atahualpa y el conquistador Pizarro se encontraron en Cajamarca, y luego de unos intercambios de aptitudes no muy amistosos, se armó la hecatombe y Pizarro tomó preso al inca. Lo encerró y Atahualpa tentó a los españoles diciendo que llenaría ese cuarto de oro y plata para pagar su rescate. No fue suficiente, puesto que ellos tenían pensado quedarse con el oro y la plata igualmente.

Así que el imponente indígena fue condenado a morir en ese mismo cuarto, mientras se esparcía la noticia de su encierro y se desmoronaba el imperio Inca. La frase “dos potencias se saludan” toma otro rigor en Cajamarca… dos bestias peludas, uno más malo que el otro se encontraron, y uno tenía que ganar.

Pero, muchos años antes de que esto sucediera, cuando Atahualpa todavía era un capo, invadió el valle de Cajamarca, donde vivía un pueblo indígena de agricultores. Supuestamente llegaron a un acuerdo y Atahualpa se radicó en Cajamarca donde pasó sus días sentado en el cerro Apolonio o reposando en los baños termales.

Hay una zona del valle, conocida como Baños del Inca, situada sobre una falla geológica que permite que emerjan aguas termales a 70° C. Increíblemente, el agua sulfurosa sale a borbotones en enormes piletas donde se enfría hasta que puede ser utilizada para bañarse. Uno de los cuartos, el Pozo del Inca, es donde Atahualpa se sancochaba (hervía)de a ratos, mientras resolvía los asuntos del imperio…

Nosotros, que no seremos emperadores incas (de hecho estamos más emparentados con Pizarro, ahora que lo pienso…) pero nos queríamos sancochar, nos fuimos a un hermoso hotel en la campiña. El hotel era una antigua estancia y cuenta con su propio pozo termal, desde donde el agua se transporta por acequias hacia las piletas y los baños de las habitaciones. Un lujo! Atahualpa un poroto.

Así que nos dimos unos bañitos en el agua termal, revivimos y a los 20 minutos nos sentimos morir un poco… es que se supone que no hay que quedarse más de 20 minutos. Nunca había ido a un baño termal (si obviamos la experiencia en el psiquiátrico de Huaráz), y me pareció una cosa fantástica. Es como nadar en la bañera pero al aire libre y mirando las estrellas. Que buena idea!

A la mañana siguiente nos fuimos de excursión a Cumbemayo. El recorrido empezó subiendo la montaña, desde donde se ven los grandes picos que rodean a Cajamarca. La parte más alta divide las cuencas del Océano Pacífico del Atlántico, es decir que, para un lado, todos los ríos desembocan en el Pacífico y para el otro, en el Atlántico.

También se ve un enorme hueco rosa (por la piedra volcánica) donde antes había una montaña: es la mina de Yanacocha, la 2da mina de oro más grande del mundo, responsable del 10% del presupuesto estatal del Perú.

Luego aparecieron entre las montañas, los famosos Frailones, que son grandes formaciones de piedra volcánica que se fueron erosionando hasta darles la silueta de un fraile con su hábito, solo que de 70 mts de alto. Estos fantasmas gigantes se esparcen por las montañas en lo que se llama el Bosque de Piedras, tomando a veces formas de caras o de animales. Una vez dentro de este bosque, empezamos a seguir el rastro de Cumbemayo, un acueducto pre-inca hecho en el 1000 a.C. para desviar las aguas que se escurren de las montañas. Una increíble obra de ingeniería, sobre todo si se tiene en cuenta la época en que se hizo.

No entendimos bien cuál fue el propósito de hacer semejante acueducto, porque paralelo a este, a 80 mts, corre un río muy feliz y lleno de agua, exactamente en la dirección opuesta… Debe haber sido algún capricho indígena, como quién dice… “No me gusta ese río! Quiero que vaya para el otro lado! Hagan un acueducto o los sancocho a todos!”. Pasa en las mejores civilizaciones.

Con el misterio del acueducto invertido sin resolver, terminamos la excursión y volvimos a Cajamarca. Después de almorzar, fuimos a visitar el Cuarto del Rescate. Me pareció realmente impresionante, pero algunas cosas son medio increíbles… por ejemplo está dibujada la línea que pintó Atahualpa para decir “hasta acá te lleno el cuarto de oro”. Qué se yo, ni que la hubiera hecho con marcador indeleble.

Después nos dirigimos hacia las Ventanillas de Otuzco (en el camino tuvimos la insólita experiencia de ver a una oveja viajando en taxi). Son nichos cavados en la roca de un cerro, donde se sepultaba a los muertos en la época pre-inca. Son chiquitos porque se ponían en posición fetal, acurrucaditos… no es que se murieran así, los ponían así después, creo… después del rigor mortis, no? Muy curiosas y sobre todo, impresiona lo bien conservadas que están.

Para recomponernos de un día tan fatigoso, nos metimos cual Cocoon en las aguas termales hasta que los deditos se nos arrugaron y cenamos en el restaurant del hotel. Para lo cual mi marido se puso el jogging de gala.

Al día siguiente, gracias a internet, estuvimos en búsqueda de los famosísimos helados Holanda, porque a uno se le ocurrió poner que el mejor restaurant de Cajamarca era esta heladería y allá fuimos, Ale pidió el sabor “cielo cajamarquino” que no era nada que ver con nuestra “crema del cielo”… pero también era celeste. Y fin de la aventura!

Cantando bajito volvimos a casa con el entusiasmo de haber conocido otro lugar más… eso y que la ruta estaba asfaltada, cómo cambian las prioridades!

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