22 de agosto de 2010

Crónicas peruanas: Mi Casma la quiero medio hecha.

Casma merece una crónica aparte? Sin dudarlo un instante, no. Sin embargo, no todos las crónicas pueden hablar de lugares extraordinarios… algunas son “crónicas incómodas”.

Así que acá estoy, sentada en un banco de la plaza de Casma que está llena de gente. Absolutamente todos me miran. Todavía nadie se acercó a hablarme pero asumo que, si vengo a sentarme seguido, terminarán aceptándome como parte de la plaza.

Casma es una ciudad fea. No es mi intención hacer sentir mal a los casmeños, creo que ellos ya saben que su ciudad es poco agraciada. Cada construcción parece estar a medio terminar, de los techos sobresalen fierros y ladrillos apilados que parecen indicar que la casa podría seguir creciendo. Pero no se ve gente trabajando, así que asumiré que la obra está temporalmente paralizada. Imagínense eso, pero en toda una ciudad.

Ya había visto este fenómeno en otras ciudades del Perú. Según me explicaron, parece que mientras la casa está “en construcción”, se pagan menos impuestos (beneficio que solo dura 5 años), por eso es que todo está a medio hacer. Una mera cuestión impositiva, que convierte lo que de otra manera podría ser un pueblo humilde pero terminado, en una ciudad afeada por la aparente incapacidad de sus habitantes de decir “Vieja, hasta acá llegamos”.

Una vez que uno logra apartar el hecho de la construcción medio empezada-medio terminada, se puede concentrar a nivel del mar, (a nivel del mar, dije, porque lo que es el mar en sí, está como a 20 km) donde se ven multitud de casas y garajes que hacen las veces de negocios. A todo le falta un rasqueteo y una buena capa de pintura, a la mayoría de los locales les falta luz y una puerta decente, ya que abren y cierran a través de una persiana metálica.

El transporte consiste en una variedad de autos y miles de mototaxis (ese híbrido que se consigue al unir una moto a una especie de coraza con asiento en la parte de atrás); dicen que hay 4.000 en Casma. No sé qué categoría tendrán, cada uno de los vehículos tiene nombre, están decorados con todo tipo de artilugios, hasta los he visto con luces negras; pero no son lo suficientemente roqueros como para considerarlos motoqueros… escuchan cumbia.

Recientemente, se inauguró una plazoleta bastante linda, todo el mundo va a sacarse fotos ahí. Tiene un puentecito de madera que cruza una fuente iluminada con luces de colores. Por qué no? Imagínense lo que quieran… Es Las Vegas, es el Magic Kingdom del altiplano. No me voy a pasar diez párrafos explicando por qué Casma es fea.

Lo que sí les puedo decir es que, geográficamente, toda esta zona del Perú se parece mucho al norte de la Argentina (impactantes montañas de colores, el desierto y como rareza, el mar). Pero, de alguna manera, las ciudades son distintas.



Con esto de la crisis, la empresa (miren cómo la hago sonar: “la empresa”, chan chan chan chan, un monstruo empresarial que, decidido a arruinarnos las vidas, pretende aplicarnos un recorte de presupuesto y lavarnos el cerebro, jejejeje… “The Firm” un poroto, lo quisiera ver a Tom Cruise en Casma). La empresa sacó a mi marido del bello hotel en el que estaba y lo trasladó a uno menos bonito pero más barato, llamado “El Dorado”.

Ya en el hotel anterior, fue evidente que los niveles de lujo casmeños eran otros. Mi mamá, siempre tan bella y moderna, me pregunta en qué habitación estaba:

-En la 12, por? - le respondo ilusionada. Puede ser que mi familia haya caído de visita en Casma y esté buscándome?

-Para llamarte por teléfono, hijita - me responde mi madre.

Cómo contestarle que no tenía teléfono en la habitación sin que mi madre piense que estoy viviendo en una tienda de campaña en el desierto? Me acordé de ese término que tanto les gustaba cuando mi hermano iba a “Campamento”: vivac, eso es lo que pensó mi mamá, “mi hijita adorada está viviendo en un vivac!”.

Mis padres me criaron como una princesita, no necesito decirlo. Sin dejarse intimidar por la respuesta a la incógnita anterior, mi papá me preguntó, cuando llegué a “El Dorado”, si lo estaba llamando desde la recepción. “No, Papito, no hay recepción”- dije, mientras de fondo sonaba el timbre.

Yo llegué una noche y esperé pacientemente al día siguiente para expresar mi opinión: es como la vecindad del Chavo. Se acuerdan?

Desde la calle se ve una reja y un cartel (obviamente, dorado) pero cuando uno entra es un pasillo largo con puertas y ventanas que dan a las habitaciones. Es como un patio, con macetas con flores y eso. Al final del pasillo hay una especie de quincho con una cocina gigante. Ahí se pone una mesa larga con mantel en la cual almorzamos y cenamos todos los huéspedes a un horario previamente fijado (en general, 12.30, el almuerzo y 19 hs, la cena). En este sentido, se parece a un hostel.

Se come bien, eso sí, comida peruana casera y abundante; y se mira la televisión, partidos de fútbol o la telenovela top peruana, llamada “Al fondo hay sitio”.

Al no haber ventanas en las habitaciones que den a la calle (todas dan hacia el patio) uno se siente verdaderamente en una vecindad, apartado de la pasmosa Casma.

Lo anecdótico: la reja de la puerta está cerrada con llave (el acceso al vecindario es exclusivo, loco!) así que para entrar hay que tocar un timbre que suena en todas las habitaciones. De tal manera que, si entra alguien, nos enteramos todos, sea la hora que sea. Todavía no dejo de dar saltos en la cama cada vez que suena el timbre!

Cuando llega “el Inge”, mi querido esposo, cenamos con el grupo de obreros y administrativas de la obra (que copan los aposentos de “El Dorado”) y a la cama a ver la tele. A ver la tele? No, en serio, el televisor es de 10 pulgadas y está colgado de la pared a 5 metros de la cama. Olvídense de ver un programa con subtítulos, a menos que traigan largavistas.

Entre los personajes destacados, está el hijo más chiquito de la dueña, que es un piojito con rulos que usa el patio como centro recreacional (hay autos, dinosaurios y pelotas por todos lados) y me grita cada vez que llego.

Otra cosa a tener en cuenta es que acá es costumbre decirle a las señoras “seño”, como en el colegio. Así que yo llego, toco el timbre de la vecindad y vienen a abrirme:

-Hola, seño.

-Ya (los peruanos tienen el hábito de responder “ya” para todo, es como un “bueno”, o algo así).

-Qué hay de comer, seño?

Y un bandido de medio metro me grita desde el pasillo “Hola Mamaciiiiita!”. Jajaja… qué más se puede pedir para un día casmeño?

Y así pasan mis días en Casma. Leyendo en la plazoleta, mirando tele o resolviendo sudokus en el patio de la vecindad. Es una experiencia decisiva: o te volvés loco o buscás esa glándula dentro del cerebro que secreta paciencia y adaptabilidad. Nada que temer, my darlings.

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