Alguna gente me pide consejos turísticos de la Argentina y
me da vergüenza e ira admitir que no conozco tantos lugares como quisiera. Las
recomendaciones desde Ushuaia hasta La Quiaca se las debo. También les debo la
temporada de esquí, los glaciares y la diferencia entre Santa Teresita y Mar
Azul. Humildemente puedo recomendar algún triste restaurante en Buenos Aires
que, probablemente, ya haya pasado de moda o quizás cerró. Perdón. Hay muchos
lugares de mi propio país que me faltan conocer. También convengamos que la
Argentina es muy grande, enorme, gigante. Y generalmente las preguntas
turísticas vienen de gente que si maneja 5 horas en cualquier dirección, se
sale del país, o se cae al agua.
Este año me falta menos que el año pasado porque fuimos al
Norte. El Norte Argentino suena un poco como el Wild West americano, ¿no?

Volamos a Salta porque teníamos un casamiento. En el pasillo
del avión, Ale me estaba diciendo “En este vuelo seguro hay gente que también va
a la boda…”, cuando una señora le dijo “Hola Alejo” y era la madre del novio,
que lo había reconocido por una foto que Ale acababa de mandar al grupo de
Whatsapp creado para el casamiento. Vaya mundo tecnológico en el que vivimos.
Les doy un minuto para procesar y releer el párrafo si lo precisan.
El vuelo Buenos Aires-Salta fue muy movido, Ale palideció
mientras intentaba recordar los fundamentos físicos que hacen que un avión
vuele y no se caiga, mientras yo leía y Mati dormía a pata revoleada. Aterrizamos
en el adorable aeropuerto de Salta y buscamos nuestras valijas mientras nos
empezábamos a encontrar más gente conocida. El casamiento puede decirse que
empezó en el avión. A la americana (ver referencia anterior).
Auto alquilado con sillita para bebés. Matías ya ni
protesta, todo en su mundo es intercambiable (ojalá que le estemos enseñando
desapego a las cosas materiales y no desapego a la realidad, el tiempo dirá).
Mientras recorríamos las calles desproporcionadamente
grandes de la ciudad de Salta (donde caben hasta 4 autos en paralelo), yo
miraba por la ventana en busca de aquella belleza que hizo crear el slogan:
Salta, la linda. La frase la inventó un profesor del Colegio Nacional llamado
José Vicente Solá y, aunque cada tantos años la provincia intenta crear un
slogan nuevo, la gente sigue repitiendo “Salta, la linda” y no hay forma de
hacerle entrar en la cabeza otro adjetivo para Salta. La sencillez hace a la
frase y es probablemente la mejor campaña turística que se haya visto desde
Nueva Zelanda (…link a crónica…..). El slogan, luego habría de saber, que se
refiere a la provincia. Porque lo que es la ciudad, no la describiría como
linda. Quizás confortable, práctica, amplia, con mucho movimiento. ¿Pero linda?
No. Admito que “Salta, la aceptable”, era un slogan horrendo.

Paseamos por el centro, las peatonales, la catedral, la
plaza. A veces es más significativo sentarse a tomar un helado que entrar a
museos e iglesias. Ésta no era una de esas veces, puesto que Salta tiene un
enorme valor histórico y hay ciertas cosas que valen la pena ver. El Cabildo es
una. En 1813, Manuel Belgrano derrotó a los realistas españoles en la Batalla
de Salta, liberando así el territorio argentino, y en el Cabildo de la ciudad
se enarboló la primera bandera argentina libres del poder colonial.
Además del Cabildo, aunque estábamos limitados por un niño
de un año (me gustaría revisar la palabra “limitados” y cambiarla por
“redirigidos a otras actividades”), pienso que valdrá mucho la pena visitar el
Museo de Arqueología de Alta Montaña (o MAAM, genial el nombre) para ver las
Momias de Llulliallaco, tres niños congelados hace 500 años como ofrenda
incaica al volcán.
Nosotros cambiamos museos e iglesias por un helado en la
peatonal y corretear por la plaza juntando limas del suelo; pero estuvimos ahí,
mirando el balcón en el que habrá flameado orgullosa la bandera argentina.
Cenamos en la calle Balcarce, el lugar donde están los
restaurantes con espectáculos folklóricos y los bares de moda. También tuvimos
nuestra cuota de cena-show en la Peña Boliche Balderrama, un lugar tan
tradicional como turístico. Aunque aburren bastante a todo el mundo con un documental
de cómo se creo la peña; la verdad es que tienen un espectáculo asombroso y
unos artistas con gran talento. Matías luchó por mantenerse despierto ante el
alucinante despliegue de ponchos pero se durmió entre zapateos y chacareras.
Puede ser que se me haya caído una lágrima cuando salieron al escenario con la
bandera argentina y me sentí turista en mi propio país.
Al día siguiente nos esperaba el camino hacia el norte y teníamos
dos opciones: la autopista o la ruta por la selva. Ruta por la selva fue la
decisión unánime de mi marido, porque él valora estas cosas, y yo algunas veces
me arrepiento de las horas de más en el auto (sobre todo si Matías se aburre y
enloquece), pero otras muchas veces está todo bien, y miramos el paisaje y
llegamos a destino más o menos sin contratiempos. Por suerte, ésta fue una de
esas veces.

La selva dio paso a otra ciudad, y en el camino cambiamos de
provincia. Llegamos a Jujuy, a la capital San Salvador de Jujuy más
precisamente (para mis lectores extranjeros o aquellos que no se aprendieron
las capitales de las provincias en el colegio). Se la llama “La tacita de plata”
pero intentaré no averiguar los orígenes del slogan así no arruino la reputación
turística de otra ciudad más… Además Jujuy me gustó mucho, es pequeña, también
colonial, más limpia y con la mitad de gente. Quizás se debiera a que era
feriado, pero de cualquier modo, me causó una mejor impresión (tanto es así que
ni me fastidió el hippie que vino a vendernos sus artesanías porque estaba
juntando plata para volver a Uruguay para las fiestas, supuestamente).
La provincia de Jujuy también tiene historias para contar:
en 1812 Manuel Belgrano se hace cargo del ejército que luchaba por la
independencia argentina. Ante un inminente ataque español, Belgrano ordenó la
evacuación de toda la zona diciendo “Llegó pues la época en que
manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reunirnos al Ejército de mi
mando, si como aseguráis queréis ser libres…”.Y, como al heroísmo hay
que ayudarlo un poco, amenazó con pasar por las armas a quien no cumpliera. El
23 de Agosto, 1500 personas con todas sus posesiones, abandonaron la ciudad de San
Salvador y recorrieron los 360 kilómetros que los separaban de Tucumán, arrasando
todo a su paso para no ayudar a las tropas realistas. Dieron así origen al
llamado “Éxodo Jujeño”.
La provincia de Jujuy se divide en tres regiones: la Puna,
la Quebrada de Humahuaca y los Valles Orientales. A diferencia de lo que yo
pensaba antes de llegar, la Quebrada de Humahuaca no es un punto específico,
sino todo un valle de 155 kilómetros entre montañas de colores. Es un surco de
origen tectónico-fluvial, recorrido por el Río Grande. Allí se encuentran los
principales pueblos turísticos: Purmamarca, Tilcara y la Humahuaca.
Es difícil describir algo que uno ha visto millones de veces
en fotos, para gente que probablemente lo vio antes que yo. Yo lo vi en los
manuales del colegio, en las propagandas de la tele, en las agencias de turismo
y hasta en un están del Fitur (Feria Internacional de Turismo) en Madrid antes
de llegar en persona. No me decepcionó. La Quebrada de Humahuaca es majestuosa,
enorme, tornasolada e inhóspita. Fue declarada Patrimonio de la Humanidad (acá
en París) en 2003, lo cual produjo una bifurcación cerebral en sus habitantes
que se enfurecieron porque los precios se dispararon y a la vez se beneficiaron
económicamente del flujo de turismo e inversiones. Una encrucijada que no hay
persona que no nombre al menos una vez.


Tilcara fue el siguiente pueblo y
además, nuestro lugar de hospedaje. Nos esperaban la prima de Alejo, cuya respuesta
al mensaje que le habíamos mandado preguntándole su dirección fue “No tengo
dirección jajaja”. Nos reímos (en silencio, para no despertar a Mati) y
seguimos sus coordenadas unidas a puntos de referencia tales como un
“Bienvenidos a Tilcara” escrito en la montaña. Un rato después, llegamos a la
casita de adobe más adorable del mundo y con la mejor vista del cerro. Me
encantaron sus paredes y suelos coloridos, pintados con pigmentos naturales,
sus ventanas a un Tilcara que encendía poquitas luces de noche, su galería
llena de plantas y flores amarillas, y el gato de la casa, al que Matías
atormentó durante dos días. No podríamos haber elegido un mejor lugar para
quedarnos. Y con el agregado de que tuvimos guía turística al día siguiente,
que nos fue diciendo los nombres de los cerros, mostrando miradores,
enseñándonos el cruce del Trópico de Capricornio y contándonos sobre mil
asuntos locales que hacen tanto para entender esta tierra.
Hay indicios de presencia humana
en esta región desde hace 10.000 años. Omaguacas, uquías, quechuas y tilcaras
fueron algunas de las tribus indígenas que habitaron desde el 1000 al 1480. Hoy
en día se los llama “pueblos originarios” para evitar la palabra “indio” que es
usada de manera peyorativa, y están esparcidos por los lugares más remotos de
la cordillera. Además de nuestro adorable hospedaje, una prima, restaurantes
elegantes que no aceptan tarjetas de crédito y peñas folklóricas, hay una
leyenda popular en Tilcara.
La llamada Maldición de Tilcara
cuenta que la Selección Argentina de Fútbol visitó la ciudad antes del Mundial
México 86 con la intención de aclimatarse a la altura. Los jugadores hicieron
promesas a la Virgen de Punta Corral (la patrona de la ciudad) de volver si
ganaban el Mundial. Aunque ganamos… no cumplieron sus promesas y hasta que no
vuelvan a Tilcara, dice la leyenda, que no volveremos a ganar.
Llegamos a Humahuaca que nos
recibió con su enorme Monumento a los Héroes de la Independencia. Por las
escalinatas, bajamos a la plaza principal de la ciudad, con sus infaltables
puestos de artesanías y su simpática iglesia blanca de adobe. Paseamos, comimos
tamales y humitas (de las cosas más deliciosas que he probado), compramos
artesanías… Y se hizo la hora de las despedidas y de la vuelta. Vuelta a Salta,
vuelta a Buenos Aires, vuelta a París. Miren que damos vueltas para llegar a
casa. Pero valen la pena los miles de kilómetros, los aviones y las despedidas,
si es para recibir enormes dosis de cariño y esta vez, además, una dosis
gigante de orgullo por los maravillosos rincones de nuestro país que tuvimos la
suerte de descubrir en este viaje.