Viena es, probablemente, una de las ciudades más musicales
que existen. Recibió a Mozart en sus años de esplendor, cuando componía obras
enteras en una noche, produciendo el estupor general por su talento; todavía
tiene la Ópera más famosa de Europa y en su Cementerio Central descansan los
restos de compositores como Beethoven, Strauss y Brahms.
La Opera de Viena |
La música clásica para mí fue siempre algo entre lo divino y
lo humano, y de lo cual no entendía mucho. Pero es imposible no dejarse atrapar
en Viena por tanta tradición musical y talento reunidos en una sola ciudad y,
sobre todo, tanta elegancia.
Uno de los parques |
Con sus majestuosos edificios imperiales, poco cuesta
imaginarse a los carruajes recorriendo las calles de adoquines, deteniéndose en
la puerta de algún teatro para dejar que bajen señoras con pomposos vestidos o distinguidos
señores con bastón y sombrero que acuden a la obra del momento. Los carruajes
siguen estando, y las calles de adoquines también… Es curioso, pero toda esa
Viena sigue estando ahí, impertérrita ante el paso de los años (aunque un poco
reconstruida tras la Segunda Guerra Mundial).
Una visita obligada en Viena (aunque odie esa frase y,
además, luego de haber comprado la guía el último día, me dé cuenta de que me
faltaron mil cosas por ver) es la plaza llamada Stephansplatz, donde se
encuentra la Catedral de San Esteban. Una iglesia muy curiosa porque tiene el
techo cubierto de tejas esmaltadas de colores verde, blanco, amarillo y azul. Como
sus paredes se han oscurecido con los años, presenta caras grises y otras
ennegrecidas, eso le da un aspecto bastante tenebroso que combina perfectamente
con el interior.
En los alrededores de
Stephansplatz, que es uno de los lugares más visitados de la ciudad, se hallan
las peatonales más elegantes. Los altos edificios señoriales de diferentes
estilos, casi todos en tonalidades crema o amarillo, con balcones de hierro y
techos verdes o de tejas negras, albergan las primeras marcas. En una de estas peatonales se encuentra la
Columna de la Peste, de 18 metros de altura y que fue erigida luego de que la
ciudad venciera la epidemia en el 1600, así que está llena de personajes
tenebrosos y en la punta tiene gordas decoraciones doradas con el escudo de los
Habsburgo (la casa real vienesa).
Otra de las cosas que hay que ver es el Museum Quartier, que
es la zona de parques donde se concentran los mayores museos de la ciudad. Es
un sitio precioso, lleno de flores, donde la gente va a pasear o a leer
sentados en el pasto. Cruza por el Museum Quartier la avenida llamada
Ringstrasse, el lugar donde antes estaban las murallas de la ciudad y es hoy un
anillo que encierra el centro histórico de Viena. A los costados de la
Ringstrasse se encuentran los imponentes edificios del Parlamento (que llama la
atención por ser completamente blanco), la Ópera Estatal de Viena
(probablemente el edificio más hermoso de la ciudad), el Teatro del Pueblo y la
Municipalidad (con estilo gótico y de piedra oscura, que parecería sacada de un
cuento de terror si no fuera porque la adornan miles de malvones rojos).
Frente al Rathaus (o municipalidad) hay una plaza que sirve
de lugar para todos los festivales que se realizan en verano. Estando nosotros
tocó el Festival de Cine que, en realidad, era más de música porque pasaban en
una pantalla gigante videos de conciertos. Luego del anfiteatro (que consistía
en cientos de sillas frente a la pantalla), sobre la plaza se abrían paso una
gran cantidad de puestos de comidas de todo el mundo.
Bratwurst, con chucrut y mostaza dulce |
Por supuesto que la comida estelar de Viena (así como de
Alemania) es la salchicha o “bratwurst”. Las hay largas y flacas, gordas,
blancas y rojas, vienen hervidas o a la parrilla; para todos los paladares, y
aunque sus nombres sean imposibles de pronunciar, solo basta con señalarlas con
el dedo en los puestitos de la calle o en las fotos de un menú. Casi siempre
vienen acompañadas de chucrut y de una mostaza casera que es terriblemente
dulce.
Apfelschmarrn |
De postre nos tocó probar el “apfelschmarrn”, una comida
típica de Austria que consiste en trocitos de panqueques o crepes caramelizados
en una sartén y que se sirven con compota de frutas. Muy rico, muy pesado. Como
también lo es la Sachertarte, una torta de chocolate famosa en la cuidad. Todos
los platos austríacos parecen estar hechos para el más crudo invierno.
Visitamos dos de los palacios de Viena: Belvedere y
Schönbrunn. El primero, aunque se trata de dos edificios muy bonitos (uno en la
parte alta y otro en la baja, separados por un jardín), no me impresionó
demasiado. Además, por dentro es una galería de arte que contiene obras del
famoso pintor austríaco Gustav Klimt, que yo desconocía por completo, como era
de esperar. El segundo, el Palacio de Schönbrunn, me encantó. Conserva la mayor
parte de sus habitaciones imperiales de la época del 1700 (contaba con más de
1000 estancias), con los muebles originales, espejos y arañas de techo. Muchas
de ellas tienen una curiosa decoración: paneles chinos pintados, que se
incrustan a las paredes a través de marcos dorados.
Palacio de Schönbrunn |
En los jardines, que son inmensos y suben por la colina
hasta llegar a la llamada Glorieta (un pabellón desde el que se tiene una
maravillosa vista del parque y del palacio), se encuentran fuentes magníficas
como la de Neptuno o las Ruinas Romanas, y el zoológico que fue el primero en
el mundo. El palacio de Schönbrunn también alberga insólitas historias como la
de Sisi, la emperatriz, obsesionada con su belleza y su pelo, y con un ligero
problema de anorexia. Y también aquella sobre la enorme pintura de la paz y de
la guerra en el techo del salón principal sobre el que cayó una bomba (que no
llegó a explotar) durante la Segunda Guerra Mundial y solo destruyó la alegoría
de la guerra.
De los parques que adornan Viena, el más lindo es el
Stadtpark, un enorme jardín inglés con lagos y sus correspondientes patos, en
el que se encuentra la estatua dorada de Strauss y un monumento a Schubert.
Mientras paseábamos por la ciudad entramos a la iglesia de
Karlskiche, flanqueada por dos columnas gigantes y desde cuya cúpula se tiene
una maravillosa vista de Viena. Vista que no disfruté en lo más mínimo, luego
tener que subir por un ascensor transparente de dudosa seguridad y por una
escalera de andamio hasta el techo de la cúpula (que se curvaba sobre mi
cabeza) y salir por un hueco a la parte más alta, rodeada de ventanitas
enrejadas. Toda la excursión me perturbó sobremanera.
Más lindo fue el paseo por el Naschtmarkt, el mercado de
moda donde se pueden comprar productos de todo tipo y origen, y luego sentarse
a comer bocadillos elegantes o a tomar el cóctel del verano, que en este caso
se llamaba “Hugo”.
También visitamos la casa donde vivió Mozart (aquella que
aparece en la película Amadeus) y recorrimos las vacías habitaciones
imaginándolo componer a altas horas de la noche en aquel lugar recargado de
decoración (y con poca tranquilidad entre mujer, niños, invitados y hasta un
perro). Luego nos perdimos en el
Cementerio Central, donde nos entretuvimos viendo tumbas de lo más
escalofriantes hasta encontrar aquellas de Beethoven, Strauss, Brahms y un
señor llamado Boltzmann, un renombrado matemático e inventó una ecuación que
hoy está gravada en su tumba. Bien por usted. Mozart no tiene tumba ya que,
tras dilapidar su fortuna en entretenimientos varios, fue enterrado en una fosa
común. Me pregunto si fue la envidia lo que evitó que alguien pusiera el dinero
para un entierro al que fue, tal vez, el genio musical más grande de la época.
Muy interesante el post y las imágenes muy bonitas. Ya te sigo. Cariños Lou
ResponderEliminarGracias!!
EliminarYa estoy mirando tus blogs también!
Besos