9 de junio de 2017

El misterio de Stonehenge resuelto


Stonehenge estaba en mi lista de lugares alucinantes para conocer. Junto con las Pirámides y La Isla de Pascua. No tenía incluido a Machu Picchu porque creo que la cercanía a Argentina le restaba emoción (vean como razonaba mi mente joven). Aunque me había olvidado de Stonehenge, como quien se olvida de cuáles golosinas le gustaban cuando era chico (las mielcitas y los flin pafs, por si se lo preguntan). Pero Alejo, adelantándose a mis sueños como siempre, me lo recordó con la practicidad que lo caracteriza. Dijo "podríamos ir a Stonehenge…” y de pronto (¡oh sorpresa!) ya estábamos en camino a ver a mis rocosos amigos.


Trato de pensar como decirles que Stonehenge es una porquería sin que suene como acaba de sonar. Pero no se me ocurre.

Empecemos por el principio: Stonehenge se te aparece a un costado de la ruta. Ya eso arruina el momento sorpresa de Disney que tanto nos gusta a los turistas. Una maravilla arqueológica que empieza siendo chiquita a la distancia y se agranda a media que avanzás por la autopista, pierde misterio o, al menos, no lo gana.

El centro de recepción por el que se accede y donde se compran las costosas entradas es un moderno edificio con una especie de museo expositivo que muestra diferentes piezas arqueológicas y trata de explicar algunas de las teorías sobre qué es y por qué se construyó. Pero, sobre todo, intenta justificar la costosa entrada porque realmente no se entiende a donde va a parar tanto dinero (tal vez al otro edificio que están construyendo como expansión del primero, o quizás los ingleses compensan así el hecho de que Museo Británico sea gratis).

Pero el misterio que rodea a Stonehenge sobrevive aún después de pagar la entrada. Algo tan llamativo, que lleva ahí tantos siglos y sobre el que todavía no se tiene ninguna explicación es, al menos, novedoso. Y también muy inquietante, porque no estamos acostumbrados a no saber qué es lo que estamos viendo. Como Stonehenge fue construido por una civilización que no dejó documentación escrita, se ignora su finalidad, pero se cree que pudo haber sido un templo religioso, un monumento funerario o un observatorio astronómico. Sí se sabe a ciencia cierta que hubo 300 enterramientos humanos del 3030 al 2340 a.C., lo cual indica que, o bien murieron muy pocas personas, o era un cementerio “especial”). Las teorías más modernas parecen indicar que se trataba de un lugar de sanación, muchos de los cuerpos ahí enterrado sufrían deformidades y venían de lugares tan distantes como el Mediterráneo.



Me hizo acordar a un Machu Picchu menos rústico pero mucho más pobre, sobre todo en creatividad, dado que aquí nadie invento nada ni nos entretuvo con leyendas de dudosa procedencia (aún cuando las hay, a montones, tanto que durante muchos años, el monumento estuvo cerrado al público los días de solsticio y las festividades druidas o de religiones antiguas). Este ambiente de inconsistencia científica y falta de fantasía me decepcionó y además me aburrió.

Desde el centro de acogida se toman unos autobuses para ir hasta el sitio arqueológico, cuyo centro son los bloques verticales de roca (de 25 toneladas cada uno) que se encuentran distribuidos en 4 circunferencias concéntricas. Una vez allí se puede caminar solo por los caminos que rodean a Stonehenge. En eso no digo nada. Me parecería una aberración ver turistas subidos a las piedras para sacarse una foto. Cómo hice yo misma en el Coliseo de Roma.

El conjunto arquitectónico megalítico es grande (las rocas miden más de 4 metros), pero no tanto como para ser impresionante. Sus aspectos más relevantes son el misterio que rodea a su creación y el hecho de que las piedras, increíblemente pesadas, se trajeron desde lugares muy lejanos por gente prehistórica que no conocía los sistemas de poleas ni la rueda.

Todo el complejo está formado por mucho más que los famosos bloques de piedra. Hay un foso circular de 104 metros que rodea las rocas, hay 56 fosas llamadas “agujeros de Aubrey”, un camino de 3 km de largo, y las piedras  “del sacrificio” y “talón”. Pero todo esto (excepto la “piedra solar”) se ve a la lejanía y es apenas distinguible al ojo humano, solo son montículos que sobresalen del terreno o grandes depresiones en la tierra. No forma parte de la visita normal y requiere que te vayas por la banquina de Stonehenge.

Mi conclusión es que, a pesar de que el icónico monumento megalítico cumple la “proporción áurea” y forma parte de esos grandes misterios del mundo que tanto me apasionan, no cumple una proporción fundamental: la proporción turística, que es algo así como dificultad para llegar + coste de la entrada, dividido prestaciones y entretenimiento general de la atracción. Y además hay muchísimo viento. Pero, a no amargarse, porque existe un pequeño camino rural (que divide dos campos privados) por el que se llega a unos poquitos metros de Stonehenge, lo suficiente como para sacar fotos excelentes y cumplir con la visita de manera gratuita. Y si aún así no les compensa el esfuerzo, siempre pueden leerme a mí, que me sacrifico por el bien de la humanidad. De nada.

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