Stonehenge
estaba en mi lista de lugares alucinantes para conocer. Junto con las Pirámides
y La Isla de Pascua. No tenía incluido a Machu Picchu porque creo que la
cercanía a Argentina le restaba emoción (vean como razonaba mi mente joven).
Aunque me había olvidado de Stonehenge, como quien se olvida de cuáles
golosinas le gustaban cuando era chico (las mielcitas y los flin pafs, por si
se lo preguntan). Pero Alejo, adelantándose a mis sueños como siempre, me lo
recordó con la practicidad que lo caracteriza. Dijo "podríamos ir a Stonehenge…”
y de pronto (¡oh sorpresa!) ya estábamos en camino a ver a mis rocosos amigos.
Trato de pensar
como decirles que Stonehenge es una porquería sin que suene como acaba de
sonar. Pero no se me ocurre.
Empecemos por el
principio: Stonehenge se te aparece a un costado de la ruta. Ya eso arruina el
momento sorpresa de Disney que tanto nos gusta a los turistas. Una maravilla
arqueológica que empieza siendo chiquita a la distancia y se agranda a media que
avanzás por la autopista, pierde misterio o, al menos, no lo gana.
El centro de
recepción por el que se accede y donde se compran las costosas entradas es un
moderno edificio con una especie de museo expositivo que muestra diferentes piezas
arqueológicas y trata de explicar algunas de las teorías sobre qué es y por qué
se construyó. Pero, sobre todo, intenta justificar la costosa entrada porque
realmente no se entiende a donde va a parar tanto dinero (tal vez al otro edificio
que están construyendo como expansión del primero, o quizás los ingleses
compensan así el hecho de que Museo Británico sea gratis).
Pero el misterio
que rodea a Stonehenge sobrevive aún después de pagar la entrada. Algo tan
llamativo, que lleva ahí tantos siglos y sobre el que todavía no se tiene
ninguna explicación es, al menos, novedoso. Y también muy inquietante, porque
no estamos acostumbrados a no saber qué es lo que estamos viendo. Como
Stonehenge fue construido por una civilización que no dejó documentación
escrita, se ignora su finalidad, pero se cree que pudo haber sido un templo
religioso, un monumento funerario o un observatorio astronómico. Sí se sabe a
ciencia cierta que hubo 300 enterramientos humanos del 3030 al 2340 a.C., lo
cual indica que, o bien murieron muy pocas personas, o era un cementerio
“especial”). Las teorías más modernas parecen indicar que se trataba de un
lugar de sanación, muchos de los cuerpos ahí enterrado sufrían deformidades y
venían de lugares tan distantes como el Mediterráneo.
Me hizo acordar
a un Machu Picchu menos rústico pero mucho más pobre, sobre todo en
creatividad, dado que aquí nadie invento nada ni nos entretuvo con leyendas de
dudosa procedencia (aún cuando las hay, a montones, tanto que durante muchos
años, el monumento estuvo cerrado al público los días de solsticio y las
festividades druidas o de religiones antiguas). Este ambiente de inconsistencia
científica y falta de fantasía me decepcionó y además me aburrió.
Desde el centro
de acogida se toman unos autobuses para ir hasta el sitio arqueológico, cuyo
centro son los bloques verticales de roca (de 25 toneladas cada uno) que se
encuentran distribuidos en 4 circunferencias concéntricas. Una vez allí se
puede caminar solo por los caminos que rodean a Stonehenge. En eso no digo
nada. Me parecería una aberración ver turistas subidos a las piedras para sacarse
una foto. Cómo hice yo misma en el Coliseo de Roma.

Todo el complejo
está formado por mucho más que los famosos bloques de piedra. Hay un foso
circular de 104 metros que rodea las rocas, hay 56 fosas llamadas “agujeros de
Aubrey”, un camino de 3 km de largo, y las piedras “del sacrificio” y “talón”. Pero todo esto
(excepto la “piedra solar”) se ve a la lejanía y es apenas distinguible al ojo
humano, solo son montículos que sobresalen del terreno o grandes depresiones en
la tierra. No forma parte de la visita normal y requiere que te vayas por la
banquina de Stonehenge.
Mi conclusión es
que, a pesar de que el icónico monumento megalítico cumple la “proporción
áurea” y forma parte de esos grandes misterios del mundo que tanto me
apasionan, no cumple una proporción fundamental: la proporción turística, que
es algo así como dificultad para llegar + coste de la entrada, dividido
prestaciones y entretenimiento general de la atracción. Y además hay muchísimo viento. Pero, a no amargarse, porque
existe un pequeño camino rural (que divide dos campos privados) por el que se
llega a unos poquitos metros de Stonehenge, lo suficiente como para sacar fotos
excelentes y cumplir con la visita de manera gratuita. Y si aún así no les
compensa el esfuerzo, siempre pueden leerme a mí, que me sacrifico por el bien
de la humanidad. De nada.
wow
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