Vista desde el Campanario |
La ciudad de Venecia en realidad está formada por 118 islas
que se comunican entre sí mediante 400 puentes. Uno de esos, el Puente de la
Libertad, une a Venecia con el continente. Por allí llegamos en auto como a la
una de la madrugada. Estacionamos en uno de los inmensos parkings que hay en la
Piazzale Roma y emprendimos la larga caminata hacia el hotel. La ciudad, para
el que aún no lo sepa, es completamente peatonal o náutica, es decir, uno solo
puede moverse a pie, en vaporettos (unos barcos achatados), en taxi acuático (especie
de lanchas) o en góndola (tal vez, la opción menos económica de todas, a 80
euros la media hora).
A las dos de la mañana la ciudad dormía mientras nosotros
acarreábamos las valijas de mano por calles y puentes. Las rueditas sobre el
empedrado hacían un barullo tremendo, por lo que Alejo me obligó a llevar mi
valija a cuestas durante una porción del recorrido para no causar molestias
acústicas a los vecinos, ya de por sí bastante fastidiados por los turistas.
Pero duró poco porque ¿qué sentido tiene tener una valija con rueditas y, más
importante, haber logrado empacar solo una maleta de manos para 13 días de
vacaciones, si no puedo arrastrarla por las calles con comodidad? Ninguno.
No llego a decir que Venecia me pareciera oscura, pero sí
color naranja tenebroso, carácter ampliamente reforzado por los edificios con
la pintura desconchada y los misteriosos canales de agua oscura y densa, como
aceite. Después de andar una buena media hora (con ocasionales vistazos al
mapa) recorriendo calles y cruzando puentes de cinco o seis escalones y
barandas de hierro a los costados; a través de un pasadizo que de ninguna
manera podría ser llamado calle (se llamaba “sotoportego”) encontramos nuestro
hotel: una casa antigua, una llave, una habitación con muebles de otra época y
filamentos dorados. El encanto veneciano.
La luz del día no ayudó a quitarle el aspecto tenebroso a
Venecia, llovía y la gente se apelotonaba por las callecitas, pegándose a las
vidrieras y chocándose los paraguas baratos que se compran en las vacaciones.
Las calles estaban llenas de charcos, lo que combinaba perfecto con una ciudad
de por sí muy acuosa. Pero aún así empecé a descubrir la majestuosa
arquitectura veneciana que cuenta la historia del gran reino de Venecia: una
ciudad de comerciantes y navegantes que creció hasta dominar los mares en el
medioevo, que fue la meca del comercio (sobre todo con China e India) y una de
las ciudades más grandes de Europa hasta principios del 1800.
El atractivo de Venecia nace de la mezcla entre la
singularidad de sus cientos de canales y el antiguo esplendor que desprenden los
palacios que rodean el Gran Canal y que hay esparcidos por toda la ciudad (hoy
alojan universidades, hoteles y escuelas de arte). Son construcciones de varios
pisos, con fachadas de piedra blanca y todo tipo de decoraciones: balcones,
columnas, hileras interminables de ventanas. Sin ser un estilo recargado,
recuerda a las épocas y las familias ricas que vivieron en esta ciudad.
Venecia está hecha (además, literalmente) para caminar y es
como más se disfruta, aunque tiene cierta gracia lo de las góndolas, con sus
pasajeros que casi sienten la necesidad de ir saludando por estar en tan
distinguido medio de transporte. Las góndolas son en general negras, decoradas
con motivos dorados y suelen tener los asientos (unos cinco) tapizados de
terciopelo rojo o con ricos ornamentos; puede parecer excesivo, pero verán que se
ajusta perfectamente al estilo local.
Me llamaron la atención dos cosas totalmente irrelevantes:
los gondolieri (señores vestidos con pantalones negros, remeras a rayas y sombreros
de paja que conducen las góndolas por los canales de la ciudad, ayudándose con
largos palos con los que se impulsan tocando el fondo) no van cantando. Pienso
que hay que acercarles una propina, pero solo vi a uno que cantaba y, para ser
sincera, creo que los demás se estaban burlando de él. La segunda: los palos
pintados a rayas blancas y de colores que emergen del agua y sirven para atar
las embarcaciones no están fijos, se mueven con el vaivén del agua, se mecen.
No parecen muy seguros ni estables, me produjeron incomodidad. En caso de
tsunami, va a haber góndolas en los balcones.
El sitio más turístico de la ciudad es la Plaza San Marcos,
un gran espacio pavimentado en medio de los edificios de las Procuradorías
(cuyas fachadas llenas de columnas forman una galería continua), tiene en uno
de sus extremos la Basílica de San Marcos y el Campanario (al uso italiano,
separado del cuerpo de la iglesia), la Torre del Reloj y el Palacio Ducal.
Basílica de San Marcos |
El Palacio Ducal, a un costado de la iglesia, tiene una
fachada que mira a la plaza y otra a la laguna de Venecia. Fue la residencia
del dux, sede del gobierno y hasta prisión. Está recubierto de mármol rosa y
blanco, y cuenta con hileras interminables de columnas en planta baja (que
forman una galería) y en el primer piso, a modo de balcón.
El Campanario no tiene muchos secretos, pero desde allí se
tiene una hermosa vista de la ciudad que ayuda a entender su formato tan
extraño. También desde allí efectuó algunas de sus mediciones el sufrido
Galileo Galilei, antes de determinar el movimiento de la Tierra alrededor del
Sol y la terquedad de la Iglesia Católica en un mismo gran hecho histórico. La
Torre del Reloj continúa siendo un misterio para mí, aunque Ale insistió en
leerme su historia, solo sé que tiene un reloj antiguo y un león alado (símbolo
de la ciudad).
Puente de Rialto |
Dos puentes deben verse al pasar por Venecia: el Puente de Rialto,
el más antiguo de los que cruzan el Gran Canal, que se construyó para dar
acceso al mercado; y el Puente de los Suspiros que, a diferencia del anterior,
no puede cruzarse desde la calle porque conecta los pisos superiores del
Palacio Ducal con la Prisión de la Inquisición. ¿Y quién querría cruzarlo con
semejante propósito? Solo aquellos a los que no les quedaba otra opción: los
prisioneros (que suspiraban cuando veían por última vez el cielo y el mar) en
los que se inspiró Lord Byron para darle ese nombre. Aunque la historia está muy
confusa y bastante alejada del carácter romántico que se le suele dar, gracias
a una leyenda que promete amor eterno a quienes se besen al pasar debajo suyo
en góndola. Me inclino a pensar que la historia nueva la inventó el sindicato
de gondolieri.
Venecia se enfrenta hoy en día (y desde su fundación en el
siglo V) al mismo elemento que le permitió ser tan grande y poderosa en otra
época: el agua. Aunque siempre estuvo sometida a inundaciones, ahora, por la marea
alta en primavera y otoño la Plaza San Marcos se inunda completamente dos veces
por día. Pero esto también tiene un
aspecto artístico, si se quiere, como las palomas extrañamente pintadas de
colores que andan por ahí… Cuando comienza a inundarse la plaza, el agua sube y
se filtra por los desagües creando grandes charcos que durante la noche
reflejan las luces de los edificios cercanos, los faroles, la basílica y hasta
la luna. Encantador, si obviamos el inconveniente urbanístico.
Procuradorías |
Hola!! Muchas gracias, me alegro que te guste!
ResponderEliminarYa mismo estoy visitando tu blog. Saludos =)