Milán es la segunda ciudad más grande de Italia, ubicada al
norte del país, fue fundada por los celtas en el 600 a.C. (llamada “Midland”) y
luego conquistada por los romanos. Aunque es muy conocida, suele quedar fuera
de los circuitos turísticos porque no tiene demasiado para ver pero, si están
por la zona (o mejor, si los invitan unos amigos a quedarse en su casa, como a
nosotros) vale la pena echarle un vistazo. Recorrer sus calles llenas de cables
por encima de las cabezas, admirar los edificios señoriales coloridos y
disfrutar de la vida más tranquila de los italianos del norte.
Es visitada y conocida como “la ciudad de la moda” y tiene
varias calles, entre ellas la Vía Montenapoleone y la Corso Vittorio Emanuele,
que son famosas por sus tiendas de lujo, una detrás de la otra: Armani, Dolce
& Gabanna, Gucci, Louis Vuitton, Channel, etcétera… Como se imaginarán, no
resulta accesible para todos los bolsillos, pero uno puede intentar mezclarse
con aquellos que sí se llenan los brazos de bolsas y, tal vez, entrar al Zara
de turno.
En el centro de la ciudad se encuentra la plaza principal,
rodeada de los edificios más hermosos de Milán: el Duomo (la catedral) y la
Galería Vittorio Emanuele II. El Duomo es una increíble obra arquitectónica que
se comenzó a construir en el 1386 y luego tardó cientos de años en terminarse,
la última puerta se inauguró en 1965. Está hecha completamente de mármol rosa
(aunque se ve blanca) y en el exterior está cubierta de detalles. En cada una
de sus torres o agujas hay una escultura de algún personaje relevante para la
ciudad, entre ellos Napoleón y La Madonnina, en honor a la Virgen. Por dentro
es de estilo gótico, oscura y muy alta (la nave central tiene 45 metros) y vale
la pena la entrada para observar los inmensos vitreaux de colores detrás del
altar que, se dice, son los más grandes del mundo.
La Galería Vittorio Emanuelle II es, según mi opinión, el
edificio más elegante de la ciudad. Se construyó en 1877 durante el auge de lo
que se llamó “la arquitectura del hierro”. Sus pisos son de mármol, los techos
son grandes bóvedas de cristal y hierro, y el espacio central es un octógono
con una enorme cúpula acristalada. Se la considera la precursora de los centro
comerciales modernos. Constituye el mejor ejemplo del buen gusto italiano,
donde hasta el local de Mc Donald’s parece fundirse con estilo. La galería
conecta dos monumentos importantes de la ciudad: el Duomo y el Teatro La de la Scala,
uno de los teatros de ópera más famosos del mundo y con el que se asocia al
compositor Giuseppe Verdi.
Nuestro itinerario por la ciudad consistió en un recorrido
del bus turístico y muchas tardes paseando por el centro, tomando un café
frente al Duomo o caminando por las peatonales, como la Vía Mercanti, una
hermosa calle que va desde la Plaza del Duomo a la entrada al Castillo
Sforzesco, otro ícono de la ciudad.
A unos pocos kilómetros de Milán, en la región de Lombardía
(donde se sitúa un hermoso libro que leí cuando era chica, “Corazón”), se
encuentra el Lago de Como, un sitio ideal para pasar una tarde de playa y
pic-nic. Se cree que tal vez haya sido el paisaje de fondo de “La Monalisa”.
También fue el escenario de películas como “Ocean’s twelve” y “Casino Royal”; y
hoy en día, en las preciosas villas que lo rodean, tienen sus casas famosos
como George Clooney y algunos jugadores de fútbol.
Para terminar nuestro viaje por Milán sucumbimos a la
segunda (o tercera) pasión local, después de la moda (y quizás, la comida): el
fútbol. Los dos grandes equipos de la ciudad son el Milan y el Inter, y nosotros
formamos parte de la hinchada del Inter (el único equipo italiano que
permaneció siempre en la A) por una noche. Un espectáculo: no solo fútbol, el
pack completo. La emoción de mi marido al formar parte de ese mundo por unos
días subsanó el hecho de pasar mi aniversario de 4 años de casados en la
cancha. ¡Las cosas que una hace por amor! Les adelanto que fui recompensada en
el siguiente destino...con comida.
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