28 de febrero de 2014

Crónicas chinas: ¡Feliz Navidad desde Hong Kong!


Pasar la Navidad del otro lado del mundo (y sobre todo en un lugar que, supuestamente, no celebra la Navidad) puede parecer algo exótico, pero hasta en el lugar más lejano uno puede encontrarse con el cariño inesperado de alguien lleno de espíritu navideño. Hong Kong tenía toda la parafernalia que corresponde a la Navidad, así que esa parte no la extrañamos. Sí echamos de menos los fuegos artificiales porque, aunque estábamos en el país de la pólvora y todos reunidos en el muelle esperando la medianoche, cuando llegaron las 12, no pasó nada. Nada.

22 dic 2013 Hora desconocida. En el avión, sobrevolando algún lugar de la India.

El viaje empezó en Estambul en algún momento de ayer y ya es la tercera vez que me ofrecen “pollo o pescado” en menos de 24 horas. Pensé que en Qatar Airways iba a haber más variedad alimenticia, al menos para distinguir entre cena, desayuno y almuerzo. Pero todo es “pollo o pescado”. Ya comí el pollo (en lo que, asumo, fue la cena) y el pescado (en la segunda cena). De desayuno no pude ni con lo uno ni con lo otro, así que solo pedí agua y un jugo de ananá que sabía mucho más intenso de lo que debería.

Tal vez no sea una mala manera de empezar estas crónicas chinas: con desacuerdos alimenticios. Vaya uno a saber lo que me espera cuando lleguemos a nuestro primer destino: Hong Kong.

En la escala en Doha (Qatar) nos encontramos a mi familia política. Aunque era mi primera vez en Medio Oriente, de Doha vi poco más que las pistas de aterrizaje cuando pasábamos de ida y vuelta del avión en el colectivo aeroportuario (que me gusta tanto, por cierto). Alejo se me ofendió (con esa forma tan suya de defender lugares extraños) cuando le dije que, hasta ese momento, la famosa Doha se parecía a Lima.

Me impresionaron los yacimientos petrolíferos que vimos desde la ventanilla del avión. En medio del desierto de arena se veían como plantas eléctricas una detrás de la otra, con ese brillo inquieto del fuego, indicación de los productos petrolíferos en general. Y de la ciudad de Doha me quedó el recuerdo de un montoncito de rascacielos con iluminaciones de colores que se veían muy modernos a la distancia.

Quiero aclarar desde ya que no se nada, ni averigüé nada sobre las ciudades que vamos a visitar en China. Mis últimas tres semanas en Estambul las pase entre reuniones navideñas, almuerzos de despedida, cajas de la mudanza y otros trámites pertinentes antes de abandonar un país del todo. Además sola, puesto que mi marido me había abandonado por la comodidad lingüística de Madrid.

Mi única preocupación del viaje consistió en decidir si me pintaba las uñas de celeste o rojo. Lo consulté con mi marido (estos asuntos le fascinan y a mi me encanta escuchar sus respuestas). “Rojo comunista” fue su decisión y rojas quedaron las uñas.

Así que no sé qué me espera en Hong Kong ni en China en general. De hecho, sé tan poco que ni sé cuantas horas de vuelo faltan para llegar. Y esta cuestión del “pollo o pescado” me tiene confundida y no ayuda para nada en ubicarme cronológicamente. Quizás sea algo bueno no saber nada del lo que nos espera, sobre todo en esta época en que todo se sabe y se ve. Me hace sentir un poco como esos exploradores de tiempos remotos que tenían un mapa hecho a mano y desembarcaban en lugares desconocidos sorprendiéndose de lo que descubrían a cada paso.

Mi visión solo estará contaminada por mi escaso conocimiento de la comida china de delivery, mi amor por los noodles (espero que sean chinos) y el recuerdo de los chinos que conozco de los supermercados vecinos, un recuerdo amable y quizás también un poco antihigiénico. No los recuerdo en Estambul, ya que casi no vi chinos ni asiáticos en general. Para el caso tampoco hay negros, ahora que lo pienso. Curioso pero irrelevante a estas crónicas.

¡A ver qué hay de aquel lado del mundo!


23 dic 2013 0:06 horas
Harbour View Hotel, Hong Kong

Cuando llegamos al moderno aeropuerto de Hong Kong, nos tomamos un tren que nos dejó en el centro de la ciudad. En el camino me sorprendió la vegetación casi tropical y la geografía montañosa. De pronto empezaron a aparecer edificios de departamentos altísimos, de esos que hay que estirar el cuello para ver donde terminan. Gigantes, como colmenas descomunales que, con sus colores pasteles, resaltaban en medio de la vegetación. Se fue formando ante mis ojos la ciudad de Hong Kong. Terriblemente distinta a todo lo que había visto, con esos edificios enormes de colores y las grúas sobre los barcos del puerto. Una combinación realmente diferente. No del todo atractiva, pero desde luego, curiosa.

Otra cosa terriblemente curiosa, sobre todo teniendo en cuenta que hay dos ingenieros civiles en la familia, fueron los andamios de bambú que cubrían los gigantescos edificios como una telaraña y llegaban hasta sus pisos más altos. Algo increíble….y tal vez, ¿un poco peligroso?


Hong Kong esta formada por una península y varias islas en el delta del Río Pearl, y es una región administrativa especial de la República Popular de China. Desconozco lo que eso signifique en términos legales, pero sí puedo afirmar que la diferencia a nivel práctico está en que entrar a Hong Kong es mucho más fácil que a China y que en la primera casi todo el mundo habla inglés, mientras que en la segunda no puedo afirmar ni negar que conozcan de la existencia de tal idioma.

Puede tener que ver con esto, el hecho significativo de que Hong Kong perteneció a la Corona Británica desde 1842, tras las Guerras del Opio en las que se enfrentaron Reino Unido y China. Durante la Segunda Guerra Mundial, Hong Kong fue ocupada por los japoneses, y luego, volvió a manos británicas hasta 1997, cuando se la incorporó nuevamente al territorio de China. Donde antes hubo un pequeño pueblo pesquero y productor de sal durante la dinastía Qin, hoy se alza esta moderna ciudad y centro financiero internacional.

Nuestro hotel estaba en la vera isla de Hong Kong pero la primera noche, tomamos un ferry para cruzar a Kowloon que es parte de la península. Allí se encuentran realmente muchos de los atractivos turísticos de la ciudad. Desde el Kowloon Pier (o muelle) vimos el Symphony of Lights, un espectáculo nocturno de luces y láseres que iluminan la magnífica silueta de Hong Kong junto al agua. Y que es mucho menos impresionante de lo que se imaginan. Es decir, el espectáculo en sí no le hace justicia a tan hermosa vista, se queda un poco corto. Pero, ahí sentada con una taza de chocolate caliente en la mano, para contrarrestar los poquitos grados de temperatura que hacían, junto a muchos otros turistas asiáticos cámara-en-mano, viendo la silueta edilicia de Hong Kong, que es verdaderamente maravillosa: con su reflejo en el agua, sus miles de luces navideñas decorando los edificios y los barcos que cruzan por la bahía; mucho no me podía quejar.


Después de las 600 fotos movidas de rigor y quizás unas pocas decentes, nos fuimos a pasear por el centro histórico de Kowloon. Cenamos en un restaurante chino, caminamos por la concurrida Canton Road, visitamos el increíble centro comercial Heritage 1881, con las tiendas más exclusivas y lleno de decoraciones navideñas, y nos sacamos fotos frente al famoso hotel The Peninsula, donde durante la llamada “Navidad negra” se firmó la rendición de Hong Kong frente a los japoneses el 25 de diciembre 1941.

El atractivo más famoso de Hong Kong es la Cumbre Victoria, la montaña más alta de la isla, también llamada simplemente “The Peak”, desde donde se tiene una increíble vista panorámica de toda la bahía.

Hicimos una cola muy enredada (luego nos acostumbraríamos a que todo es bastante enredado con los chinos) y tomamos el tranvía histórico que funciona desde 1926. Antiguamente lo tomaban los residentes europeos de la isla que construyeron sus casas en la Cumbre Victoria por sus hermosas vistas.

Desde lo alto, se ve toda la bahía en donde está emplazada la ciudad. La combinación entre la vegetación casi selvática que cubre la montaña, los altísimos edificios pastel con sus cientos de ventanitas minúsculas y las entradas del mar en el delta, son impresionantes… Me daban la sensación de estar en la cima del mundo.



Luego fuimos caminando hasta el Soho, un barrio que combina lo moderno y elegante, con cosas mucho más tradicionales como los mercados en la calle, llenos de todo tipo de alimentos y animales que nos resultaron imposibles de identificar, como corresponde a esta parte del mundo. Comimos nuestras primeras sopas de noodles en Mak’s Noodles, un restaurante minúsculo con mesas diminutas a compartir y un menú sencillo y plastificado. ¿La especialidad? Los noodles, por supuesto, en todas sus versiones. Yo entré en calor intentando comer con palitos y una cuchara (gracias a Dios) una sopa grasienta de dumplings de cerdo y noodles, y pasé del té aguado en vasos de dudosa higiene. El detalle emocionante: pegada en la vidriera, la entrevista a Anthony Bourdain de cuando pasó por ahí.


Después de una breve parada en el centro comercial IFC para comprobar que los productos Apple sí eran más baratos en Hong Kong que en el resto del mundo (gracias, Ale, por sacarme esa terrible duda), nos fuimos hasta el Victoria Park, donde unos simpáticos señores de la tercera edad hacían tai-chi. Desde allí, recorrimos la calle Great George totalmente alucinados por la cantidad y el tamaño de los carteles luminosos a cada lado, verdaderas gigantografías resplandecientes que se tapaban unas con otras.

Para dar por terminado el día, tomamos un tranvía de madera, flaquito pero de doble piso, hasta el barrio de nuestro hotel (cerca del Convention Centre)… Más comida china y a descansar a nuestra habitación con vista a otras ventanas.

25 dic 2013 1:47 horas
Habitación del hotel.

Fuimos hoy al pueblo de Aberdeen, del otro lado del Cerro Victoria, llamado así en honor a un Primer Ministro británico y famoso por sus barquitos de madera y restaurantes flotantes. Aunque el nombre suena prometedor, no fue tan lindo como esperábamos. Solo encontramos más edificios colmena en colores pasteles y un río por el que cruzaban barcos de madera estilo antiguos llamados sampans.


De vuelta en Hong Kong, nos dirigimos al barrio de Mid-level, una zona moderna, con muchas peatonales, restaurantes, negocios y la escalera mecánica al aire libre más larga del mundo, con 800 metros de longitud. Otra vez, siento desilusionarlos pero no es tan impresionante como uno pensaría: quizás sea porque cada cierta cantidad de metros se corta, o tal vez porque no tiene escalones, es más bien una cinta, o quizás porque va realmente lento, tanto que la gente que subía por las escaleras fijas a unos pocos centímetros de nosotros, nos adelantaba fácilmente. En definitiva: suena mejor como record Guinness que como experiencia, aunque es muy práctica para la gente de la zona, como lo demuestran sus 55.000 usuarios por día.

Después del paseo en cinta mecánica (que no terminamos, por cierto), almorzamos en un restaurant nepalí, para hacerle honor a la fama de ciudad muy cosmopolita que tiene merecida Hong Kong.

De noche nos tocó un paseo por la calle de los mercados de porquerías… Toda ciudad tiene una. Ésta era increíblemente luminosa por la inmensa cantidad de carteles de neón que adornaban los edificios. Había tantos que se mezclaban unos con otros formando una visión psicodélica de rojos y naranjas. Estaba llena de puestitos con imitaciones de todo lo que se puedan imaginar, junto con productos más tradicionales chinos, como kimonos, abanicos de papel y el famoso gatito que mueve la mano. Aunque, ¿hay algo más tradicional que el omnipresente “Made in China” de casi todo lo que compramos? Bueno, ahí estábamos… en la China donde se “made” de todo.



Como era 24 de diciembre a la noche, mi suegro decidió hacer una reserva para cenar en algún lugar elegante y merecedor de nuestro festejo navideño. Se sintió muy ofendido cuando, tras llamar al hotel que tenía uno de los mejores restaurantes chinos de la ciudad, le ofrecieron el buffet internacional. Rectificó a quien le hablaba del otro lado rechazando el buffet para turistas y confirmó nuestra asistencia al restaurant chino puro y autóctono. Error número uno.

Ya cuando llegamos a la puerta del hotel, había una larga cola de turistas europeos y asiáticos que esperaban para entrar. El recepcionista nos guió a nosotros por otro lado, porque íbamos al restaurante chino, y pasamos por delante de la cola pavoneándonos por nuestra osadía y espíritu aventurero. Error número dos.

Aunque el hecho de que en el elegante restaurante había solo dos mesas ocupadas, nos debería haber indicado algo, no hicimos caso y nos sentamos en nuestra mesa para siete. Mi suegro insistió en que leyéramos el menú navideño pero nadie hizo caso. Recuerdo haber leído la palabra “gallina” y con eso lo consideré suficiente. Error número tres y además, el definitivo.

Se sucedieron, sin temor a exagerarles, los platos más extraños y desagradables que probé en mi vida. Me sentía, no Anthony Bourdain, pero sí el gordito que prueba cosas horribles en el canal Discovery (Andrew Zimmern). Hubo sopa de aletas de calamar, un líquido blancuzco y cartilaginoso; le siguió el pepino de mar, algo parecido a una gelatina salada con forma de pepino (nos quedó la duda si era del reino animal o vegetal, tal es el nivel de confusión que teníamos). Luego, ensalada de aguas vivas, hongos gigantes, una gallina grasienta y cortada de manera tan compleja que siempre masticabas algún hueso. Los postres, si bien pensamos que nadie sería capaz de hacer un postre desagradable, no mejoraron. Consistieron en unos ravioles crudos de mango, una sopa con gusto a harina y cuadrados de gelatina con pasas y chile.

No comimos mucho pero eso sí, nos divertimos un rato. A cada plato que aparecía, y aunque al principio intentamos poner cara de que estaba todo bien y que nos esperábamos las delicatesen que nos traían, después directamente nos largábamos a reír de nuestra desgracia culinaria.

Después de la cena, nos unimos a la multitud de personas que caminaba por las calles del centro histórico de Kowloon rumbo al muelle. Todo era una fiesta, la gente estaba imbuida del espíritu navideño aunque no correspondiera a sus propias tradiciones, las calles estaban decoradas con adornos y no había una sola persona sin gorro de Papá Noel, cuernos luminosos como los de los renos o alguna otra decoración.



Había cientos, miles, millones de personas en la zona del muelle… Nos apretujamos entre ellos hasta encontrar un lugar estratégico que mirara a la silueta de Hong Kong frente al río, esperando las 12. No dieron ni campanadas, ni sirena de los bomberos, ni nada. No hubo fuegos artificiales ni brindis descontrolados. Se mantuvo estable el contagioso espíritu festivo y como a las 12:05, cuando vimos que ya no era una cuestión de los relojes, gritamos “Feliz Navidad!” y nos saludamos con efusividad como si no estuviéramos del otro lado del mundo intentando hacer lo mismo que en todas las reuniones familiares de fin de año.

En medio del extraño festejo, llamé a mi familia que, por supuesto, siendo las 12 del mediodía en Argentina, estaba preparando el almuerzo y intentando sobrevivir a los 35ºC de temperatura. Les dije que les estaba mandando la Navidad.

La gente siguió ahí, divirtiéndose, haciéndose fotos y paseando. Y nosotros nos sentamos a comer un merecido helado de McDonald’s para mitigar un poco el hambre. De pronto, se nos acercó un grupo de chicos jóvenes y nos pidieron sacarse una foto con nosotros. Nos extrañó un poco pero era Navidad… y todo el mundo estaba feliz. Después nos contaron que para ellos es tradición intercambiar fotos con extraños. Y son bastante rigurosos con ello también. Saqué la foto grupal y luego se me acercaron tres chicas a pedir que me sacara fotos con ellas, porque yo las había fotografiado y ellas a mí no. Lógica pura, ¿no? Me desearon “Mery Christmas” con timidez y luego me preguntaron “Can I get a hug?” (Puedes darme un abrazo?). ¡¿Pero cómo no?! ¡Sale un abrazo a las chicas chinas!

Como les dije: por muy lejos que estuviera para festejar la Navidad, no me faltó el cariño navideño… aunque haya venido del lugar menos pensado.

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