10 de marzo de 2014

Macao exprés

8:00 hs. 26.12.2013
Aeropuerto de Hong Kong.

A escasos 70 kilómetros de Hong Kong hacia el sur, en el delta del Río de las Perlas, se encuentra otra región administrativa especial: la curiosa población de Macao. Una isla hasta el siglo XVII, cuando se convirtió en península. Fue la primera base europea en el Extremo Oriente y la última zona en volver al control chino, en 1999, luego de ser durante 450 años colonia portuguesa.

Una curiosidad de este lugar es que, durante mucho tiempo, no tuvo moneda propia, así que usaba las que iban llegando del extranjero y les estampaba la palabra “Macao” en caracteres chinos. Debió haber sido sumamente práctico el cambio en esa época. Hoy en día es la Las Vegas del sudeste asiático, con una afluencia aún mayor que su melliza americana, ya que hay muchos más chinos de lo que uno pensaría, algunos tienen grandes fortunas y todos tienen prohibido los juegos de azar tanto en la China continental como en Hong Kong.

Desde Hong Kong tomamos un ferry muy veloz que en poco más de una hora nos dejaba en Macao. En realidad, perdimos el ferry que queríamos tomar porque no contamos con la terrible cola de migraciones que había para “entrar” oficialmente a China. Típico de este país asiático: trámites engorrosos, colas desordenadas y visas inesperadas que pagar (hubo un momento de pánico cuando el señor de migraciones me dijo “acompáñeme un momento” y me llevó a un cuartito en el fondo. Ale, que ya había pasado del lado de adentro de China, me miraba por el vidrio con cara de “Todo está perdido. No te resistas”. Por suerte, lo único que el señor chino quería de mí, eran 15 dólares para pagar la visa de entrada.).

Entre pitos y flautas, perdimos mucho más tiempo del que teníamos previsto y solo nos quedaban unas poquitas horas para recorrer la tierra de la perdición asiática (o, mejor dicho, para correr por la tierra de la perdición asiática).

Desde el embarcadero de Macao nos tomamos uno de los tantos colectivos de los casinos que son gratuitos y te llevan por la ciudad. Bajamos en el MGM y, cuando entramos (la entrada a todos los hoteles y casinos es gratuita), nos recibió el lobby más fabuloso que veríamos en Macao, ambientado como el fondo del mar: con corales creciendo como árboles desde el piso de mármol, cardúmenes de peces plateados flotando por la habitación y algas gigantes que llegaban hasta el cielorraso de vidrio, que imitaba la superficie. En el centro de la escena, una formidable pecera circular que iba desde el suelo al techo, llena de todo tipo de animalitos marinos nadando a varios metros por encima de nuestras cabezas.



La ostentosidad de Macao, sus dimensiones extraordinarias y su fijación por las peceras gigantes y el mar, nos cautivaron en un instante. Las avenidas de la zona de los casinos se asemejan a las de una ciudad de fantasía llenas jardines. Se suceden un casino detrás de otro… Imagínense creaciones extraordinarias sacadas de la fantasía de algún arquitecto: edificios colosales, decoraciones extravagantes, dorado enceguecedor en todos los rincones. Destaca principalmente el Grand Lisboa por ser el más enorme, totalmente dorado (al gusto local casi ofensivo), con una bola gigante estilo planetario en la entrada y un edificio que termina como la copa de una palmera. Descomunal, ostentoso y definitivamente ordinario para el gusto europeo. También está el Wynn, también dorado pero mucho más moderno, que detrás de la recepción tiene una pecera enorme llena de medusas que brillaban gracias a una luz ultravioleta en el agua. Y el Sands, con una araña de cristal como una cascada tan grande, que cubre los tres pisos del casino.


Las limitaciones de mi prosa esta vez se van a sentir más que nunca, porque no se podía sacar fotos dentro de los casinos (así que no hay documentación visual para acompañar estas crónicas) y además, todo parece menos impresionante en las fotos. Pero confíen en mí, lectores, era como estar en la película “Querida, encogí a los niños”, versión casinos.

Curiosidades del mundo de los casinos asiáticos: los jugadores no bebían alcohol. Fumaban y mucho, pero la camarera que repartía tragos por las mesas de juego, solo servía agua, jugos y leche… Algo insólito, no me digan.

Después de dos intentos fallidos con las maquinitas: en una ganamos 10 patacas (la moneda local) que vaya a saber uno a qué equivalían; y en la otra nos jugamos el billete de 10 patacas y se lo tragó sin dar nada a cambio; nos dedicamos a seguir al verdadero jugador de la familia, Tadeo, que andaba en busca de una ruleta. Caímos en una electrónica (lo mejor que pudimos conseguir) en la que se podía apostar en dos ruletas a la vez. Siendo 25 de diciembre, apostamos al 25 en la ruleta roja. Salió pero en la verde. Luego a color y ganamos, así que nos envalentonamos un poco. Tomás dijo “el 4”, pero le jugamos a la verde y salió en la roja. Por último, Pedro dijo “el 1 en la verde”, pero nadie le hizo caso y jugamos en la roja. Salió el 1 en la verde.

Mis cuñados pasaron el resto del día haciendo cálculos sobre lo que pudimos haber ganado si hubiéramos apostado bien. Pero nos divertimos un rato y dejamos totalmente alterado al chino que teníamos apostando al lado nuestro, que no descifraba nuestra técnica (o más bien, la falta de ella) y, sobre todo, no entendía nuestras risas cada vez que perdíamos.

El centro histórico de Macao es completamente distinto. Es una maravillosa mezcla entre la cultura portuguesa y la china (fue declarado patrimonio histórico por la Unesco en 2005). Tiene ese aire colonial tan nuestro, de edificios pintados con colores claros, con recovas en la plaza principal e iglesias a cada paso. Seguimos a la multitud navideña (no se olviden que era 25 de diciembre y esto, una ex colonia católica) hasta la Plaza del Senado, rodeada por la Casa da Misericordia, la Iglesia de San Domingo y, por supuesto, el Leal Senado.  Todos edificios escritos con nombres tan castellanos y en alfabeto tan latino que casi se me cae una lágrima, después de cinco días de ver palitos y pinitos por todos lados.


Caminamos por las peatonales iluminadas por lucecitas navideñas y llegamos hasta una calle llena de restaurantes que ofrecían a cada turista un trocito de las especialidades locales: unas galletitas similares a polvorones o un fiambre raro, como cerdo prensado con distintos niveles de dulzura y picante. Alguno buenísimo, debo admitir… Así nos fuimos alimentando, de a trocitos de cerdo de procedencia extraña, hasta que llegamos a una plazoleta con una maravillosa escalinata que subía hasta las ruinas de la Iglesia de San Pablo. De esta iglesia construida en el 1600, solo queda la fachada que fue tallada por los cristianos japoneses exiliados (parece un chiste, pero es un grupo humano verídico). Es una belleza porque por las antiguas ventanas de la iglesia, desde el pie de la escalinata, se ve el cielo.



Macao de noche es aún más increíble, toda la ciudad se enciende de luces y colores extravagantes, como si uno estuviera dentro de un parque de diversiones. Quizás la comparación sea más acertada de lo que parece: es un gran parque de diversiones para adultos. Juegos, espectáculos, hoteles de lujo y los acompañamientos tradicionales para estas cosas: prostitución y drogas. Solo estuvimos unas horas recorriendo todo esto, pero valió la pena el viaje, las colas migratorias y las corridas por la ciudad (habíamos calculado que teníamos como máximo 15 minutos para ver cada casino)... Porque rincones del mundo como éste, llenos de casinos deslumbrantes, edificios dorados con decoraciones insólitas, peceras gigantes llenas de medusas, construcciones coloniales en Asia, iglesias jesuitas abandonadas y bocaditos de cerdo prensado, no se ven todos los días.



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