8:00 hs. 26.12.2013
Aeropuerto de Hong Kong.
A escasos 70 kilómetros de Hong Kong hacia el sur, en el
delta del Río de las Perlas, se encuentra otra región administrativa especial:
la curiosa población de Macao. Una isla hasta el siglo XVII, cuando se
convirtió en península. Fue la primera base europea en el Extremo Oriente y la
última zona en volver al control chino, en 1999, luego de ser durante 450 años
colonia portuguesa.
Una curiosidad de este lugar es que, durante mucho tiempo,
no tuvo moneda propia, así que usaba las que iban llegando del extranjero y les
estampaba la palabra “Macao” en caracteres chinos. Debió haber sido sumamente práctico el cambio en esa época. Hoy en día es la Las Vegas
del sudeste asiático, con una afluencia aún mayor que su melliza americana, ya
que hay muchos más chinos de lo que uno pensaría, algunos tienen grandes
fortunas y todos tienen prohibido los juegos de azar tanto en la China
continental como en Hong Kong.
Desde Hong Kong tomamos un ferry muy veloz que en poco más
de una hora nos dejaba en Macao. En realidad, perdimos el ferry que queríamos
tomar porque no contamos con la terrible cola de migraciones que había para
“entrar” oficialmente a China. Típico de este país asiático: trámites
engorrosos, colas desordenadas y visas inesperadas que pagar (hubo un momento
de pánico cuando el señor de migraciones me dijo “acompáñeme un momento” y me
llevó a un cuartito en el fondo. Ale, que ya había pasado del lado de adentro
de China, me miraba por el vidrio con cara de “Todo está perdido. No te
resistas”. Por suerte, lo único que el señor chino quería de mí, eran 15
dólares para pagar la visa de entrada.).
Entre pitos y flautas, perdimos mucho más tiempo del que
teníamos previsto y solo nos quedaban unas poquitas horas para recorrer la
tierra de la perdición asiática (o, mejor dicho, para correr por la tierra de
la perdición asiática).
Desde el embarcadero de Macao nos tomamos uno de los tantos
colectivos de los casinos que son gratuitos y te llevan por la ciudad. Bajamos
en el MGM y, cuando entramos (la entrada a todos los hoteles y casinos es
gratuita), nos recibió el lobby más fabuloso que veríamos en Macao, ambientado como
el fondo del mar: con corales creciendo como árboles desde el piso de mármol,
cardúmenes de peces plateados flotando por la habitación y algas gigantes que
llegaban hasta el cielorraso de vidrio, que imitaba la superficie. En el centro
de la escena, una formidable pecera circular que iba desde el suelo al techo,
llena de todo tipo de animalitos marinos nadando a varios metros por encima de
nuestras cabezas.
La ostentosidad de Macao, sus dimensiones extraordinarias y
su fijación por las peceras gigantes y el mar, nos cautivaron en un instante. Las
avenidas de la zona de los casinos se asemejan a las de una ciudad de fantasía
llenas jardines. Se suceden un casino detrás de otro… Imagínense creaciones
extraordinarias sacadas de la fantasía de algún arquitecto: edificios
colosales, decoraciones extravagantes, dorado enceguecedor en todos los
rincones. Destaca principalmente el Grand Lisboa por ser el más enorme, totalmente
dorado (al gusto local casi ofensivo), con una bola gigante estilo planetario
en la entrada y un edificio que termina como la copa de una palmera. Descomunal,
ostentoso y definitivamente ordinario para el gusto europeo. También está el
Wynn, también dorado pero mucho más moderno, que detrás de la recepción tiene
una pecera enorme llena de medusas que brillaban gracias a una luz ultravioleta
en el agua. Y el Sands, con una araña de cristal como una cascada tan grande, que
cubre los tres pisos del casino.
Las limitaciones de mi prosa esta vez se van a sentir más
que nunca, porque no se podía sacar fotos dentro de los casinos (así que no hay
documentación visual para acompañar estas crónicas) y además, todo parece menos
impresionante en las fotos. Pero confíen en mí, lectores, era como estar en la
película “Querida, encogí a los niños”, versión casinos.
Curiosidades del mundo de los casinos asiáticos: los
jugadores no bebían alcohol. Fumaban y mucho, pero la camarera que repartía
tragos por las mesas de juego, solo servía agua, jugos y leche… Algo insólito,
no me digan.
Después de dos intentos fallidos con las maquinitas: en una
ganamos 10 patacas (la moneda local) que vaya a saber uno a qué equivalían; y
en la otra nos jugamos el billete de 10 patacas y se lo tragó sin dar nada a
cambio; nos dedicamos a seguir al verdadero jugador de la familia, Tadeo, que
andaba en busca de una ruleta. Caímos en una electrónica (lo mejor que pudimos
conseguir) en la que se podía apostar en dos ruletas a la vez. Siendo 25 de
diciembre, apostamos al 25 en la ruleta roja. Salió pero en la verde. Luego a
color y ganamos, así que nos envalentonamos un poco. Tomás dijo “el 4”, pero le
jugamos a la verde y salió en la roja. Por último, Pedro dijo “el 1 en la verde”,
pero nadie le hizo caso y jugamos en la roja. Salió el 1 en la verde.
Mis cuñados pasaron el resto del día haciendo cálculos sobre
lo que pudimos haber ganado si hubiéramos apostado bien. Pero nos divertimos un
rato y dejamos totalmente alterado al chino que teníamos apostando al lado
nuestro, que no descifraba nuestra técnica (o más bien, la falta de ella) y,
sobre todo, no entendía nuestras risas cada vez que perdíamos.
El centro histórico de Macao es completamente distinto. Es
una maravillosa mezcla entre la cultura portuguesa y la china (fue declarado
patrimonio histórico por la Unesco en 2005). Tiene ese aire colonial tan
nuestro, de edificios pintados con colores claros, con recovas en la plaza
principal e iglesias a cada paso. Seguimos a la multitud navideña (no se
olviden que era 25 de diciembre y esto, una ex colonia católica) hasta la Plaza
del Senado, rodeada por la Casa da Misericordia, la Iglesia de San Domingo y,
por supuesto, el Leal Senado. Todos
edificios escritos con nombres tan castellanos y en alfabeto tan latino que
casi se me cae una lágrima, después de cinco días de ver palitos y pinitos por
todos lados.
Macao de noche es aún más increíble, toda la ciudad se
enciende de luces y colores extravagantes, como si uno estuviera dentro de un
parque de diversiones. Quizás la comparación sea más acertada de lo que parece:
es un gran parque de diversiones para adultos. Juegos, espectáculos, hoteles de
lujo y los acompañamientos tradicionales para estas cosas: prostitución y
drogas. Solo estuvimos unas horas recorriendo todo esto, pero valió la pena el
viaje, las colas migratorias y las corridas por la ciudad (habíamos calculado
que teníamos como máximo 15 minutos para ver cada casino)... Porque rincones
del mundo como éste, llenos de casinos deslumbrantes, edificios dorados con
decoraciones insólitas, peceras gigantes llenas de medusas, construcciones
coloniales en Asia, iglesias jesuitas abandonadas y bocaditos de cerdo
prensado, no se ven todos los días.
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