No pensé que fuera a haber una ventanita, pero había una. En
lo alto de la pared, profunda y con los consabidos barrotes de hierro. Una
ventanita de calabozo en toda regla. “Será la misma habitación que usan para
interrogar detenidos”, me dije mirando alrededor distraída.
Cuando se volvió a abrir la puerta, entró el detective
Harris y su ayudante, un pequeño señor con anteojos y un cuaderno debajo del
brazo.
– Me dice el oficial Morgan que usted puede haber visto la
camioneta sospechosa esta tarde – comenzó el detective, mostrando un claro
desconocimiento de la hora. Recién eran las 12 del mediodía. Abrió una
carpetita verde. Justo como me hubiera imaginado a un expediente policial.
Estaba nueva y era bastante flaca, no tendrían demasiada información sobre el
sospechoso todavía…
– Si, vi una camioneta, aunque no le sabría decir si era la
que usted busca, pero me pareció suficientemente sospechosa – contesté un poco
molesta. Ya estaba cansada de estar ahí, esperando a que se decidieran anotar
lo que yo tenía que decir y me dejaran ir a casa al fin. Me estaba
arrepintiendo de haber venido siquiera. “Si nunca encuentran a nadie” pensé
entre resignada y divertida.
Había salido a correr esa mañana. Hacía un día precioso y me
hubiera sentido mal estar encerrada todo el día en casa. El truco estaba en
ponerme las zapatillas aún antes de decidirme a salir, eso me impulsaba
terriblemente. Corrí por la vuelta larga alrededor del pueblo que había ideado
justo para días como ese: soleados, de cielo azul, las montañas nevadas, cero
viento.
Antes de volver, paré a estirar un poco en un banco en la
plaza de los niños. Lo hago siempre porque a esa hora no hay nadie y me gusta
la vista que hay desde ahí. Mientras estiraba con la cabeza casi junto a las
rodillas, no veía la calle pero sí escuchaba a los autos que pasaban cada
tanto. Me hubiera gustado poder distinguir entre los diferentes vehículos pero
no era así. Solo distinguía si iban rápido o lento, para arriba o para abajo de
la cuesta. Información básica.
Pasó un auto, otro y luego una camioneta. Al llegar a donde
estaba yo, aminoró la marcha, así que levanté la vista más por precaución que
por curiosidad. “Es la clase de vehículo que usaría alguien para secuestrar
gente” pensé inspirada en miles de escenas similares en la televisión. El
conductor me estaba mirando. No queriendo parecer osada ni violenta, volví a
bajar la cabeza en mis ejercicios. La camioneta, que no era tal, era más bien
una combi, hizo un giro en U y retomó la calle pero en sentido contrario. El
giro fue tan brusco que con la rueda delantera se subió a la vereda por un
momento. Entonces vi de nuevo al hombre por el espejo retrovisor.
No le hubiera dado más importancia de no haber sido que mi
suegro miraba el noticiero cuando llegué. Estaban buscando a un sospechoso que
conducía una combi blanca. “Bingo”, dije incrédula.
Así fue como llegué hasta esta habitación, presumiblemente
de detenciones, de la comisaría local. Ni me había bañado, pensé que en cuanto
me sacara las zapatillas no iba a ir nunca a contarle mi sospecha a la policía.
Ahora me estaba arrepintiendo.
La silla era incómoda, para empezar. Y yo estaba tan transpirada
que me podía oler. Olía a sudor y a sol, una combinación aceptable para quien
anda corriendo por ahí, pero no tanto para estar encerrada en un cuarto con los
oficiales de la ley.
– ¿Y entonces? – volvió al ataque el detective Harris.
–Y entonces… – comencé sin ánimo de burla, por comenzar de
algún modo, – vi una combi blanca, sin ventanas. No parecía demasiado nueva. No
leí la patente, por si estaba pensando eso.”
Me hubiera encantado leer la patente, habría quedado tanto
más profesional dando mi testimonio. Pero ¿quién lee patentes hoy en día? Yo no
sabría ni por qué número empiezan.
– Está bien – me concedió el detective. – ¿Vió también al
conductor?”
–Si, lo ví – respondí satisfecha. Ésta pregunta sí me la
sabía. – Diría que de unos 65 o 70 años, canoso, bastante flaco, ojos celestes,
llevaba una gorra con visera azul.”
– De acuerdo. Muy bien, señorita. – Me felicitó el detective
y yo como una estúpida sonreí complacida. – ¿Le molestaría quedarse un rato más
para que el agente Baccio trace un identikit del sospechoso? Usted es la
primera que lo ha visto con tanta…claridad.
Parecía satisfecho con la aparición de una nueva pista pero
desconfiado de mi descripción. “¿Ojos celestes?” pensé, “¿para qué dije que
tenía ojos celestes? Ahora parece inventado.” Pero omitirlo hubiera sido igual
de tonto, los había visto, eran ojos celestes. Si cerraba los míos todavía podía
ver su cara, no sé por qué se me había grabado en las retinas. Tal vez para
esto… mi humilde contribución a la humanidad.
– Por supuesto – contesté imbuida de un nuevo espíritu
patriótico.
El detective se fue luego de darme un apretón de manos que
me hizo levantar el brazo y, por consiguiente, olerme otro poco la axila. Y
quedamos el agente del cuaderno y yo.
– Empecemos – dijo con ojos cansados incluso antes de empezar. – ¿Diría usted que tenía la cara ovalada o más bien redonda?”
– No va a hacer falta que dibuje, agente Baccio – respondí
sacando mi celular del bolsillo. – Se parecía mucho al actor de Las Vegas. ¿Es Las
Vegas la serie del dueño de un casino? ¿Con ese chico tan lindo que se casó con
la cantante de Black Eyed Peas? – le pregunté mientras buscaba la foto en internet.
El agente asintió dudoso y sin soltar el lápiz, con el que
había empezado a dibujar un óvalo que podría convertirse rápidamente en un
redondel, si fuera necesario.
– Éste – dije poniéndole mi celular a unos centímetros de su
nariz. – Era muy parecido a éste.
Baccio cerró su cuaderno y se llevó mi teléfono. Suspiré. Este
día no se iba a terminar nunca.
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