21 de marzo de 2014

Efecto Hollywood



No pensé que fuera a haber una ventanita, pero había una. En lo alto de la pared, profunda y con los consabidos barrotes de hierro. Una ventanita de calabozo en toda regla. “Será la misma habitación que usan para interrogar detenidos”, me dije mirando alrededor distraída.

Cuando se volvió a abrir la puerta, entró el detective Harris y su ayudante, un pequeño señor con anteojos y un cuaderno debajo del brazo.

– Me dice el oficial Morgan que usted puede haber visto la camioneta sospechosa esta tarde – comenzó el detective, mostrando un claro desconocimiento de la hora. Recién eran las 12 del mediodía. Abrió una carpetita verde. Justo como me hubiera imaginado a un expediente policial. Estaba nueva y era bastante flaca, no tendrían demasiada información sobre el sospechoso todavía…

– Si, vi una camioneta, aunque no le sabría decir si era la que usted busca, pero me pareció suficientemente sospechosa – contesté un poco molesta. Ya estaba cansada de estar ahí, esperando a que se decidieran anotar lo que yo tenía que decir y me dejaran ir a casa al fin. Me estaba arrepintiendo de haber venido siquiera. “Si nunca encuentran a nadie” pensé entre resignada y divertida.

Había salido a correr esa mañana. Hacía un día precioso y me hubiera sentido mal estar encerrada todo el día en casa. El truco estaba en ponerme las zapatillas aún antes de decidirme a salir, eso me impulsaba terriblemente. Corrí por la vuelta larga alrededor del pueblo que había ideado justo para días como ese: soleados, de cielo azul, las montañas nevadas, cero viento.

Antes de volver, paré a estirar un poco en un banco en la plaza de los niños. Lo hago siempre porque a esa hora no hay nadie y me gusta la vista que hay desde ahí. Mientras estiraba con la cabeza casi junto a las rodillas, no veía la calle pero sí escuchaba a los autos que pasaban cada tanto. Me hubiera gustado poder distinguir entre los diferentes vehículos pero no era así. Solo distinguía si iban rápido o lento, para arriba o para abajo de la cuesta. Información básica.

Pasó un auto, otro y luego una camioneta. Al llegar a donde estaba yo, aminoró la marcha, así que levanté la vista más por precaución que por curiosidad. “Es la clase de vehículo que usaría alguien para secuestrar gente” pensé inspirada en miles de escenas similares en la televisión. El conductor me estaba mirando. No queriendo parecer osada ni violenta, volví a bajar la cabeza en mis ejercicios. La camioneta, que no era tal, era más bien una combi, hizo un giro en U y retomó la calle pero en sentido contrario. El giro fue tan brusco que con la rueda delantera se subió a la vereda por un momento. Entonces vi de nuevo al hombre por el espejo retrovisor.

No le hubiera dado más importancia de no haber sido que mi suegro miraba el noticiero cuando llegué. Estaban buscando a un sospechoso que conducía una combi blanca. “Bingo”, dije incrédula.

Así fue como llegué hasta esta habitación, presumiblemente de detenciones, de la comisaría local. Ni me había bañado, pensé que en cuanto me sacara las zapatillas no iba a ir nunca a contarle mi sospecha a la policía. Ahora me estaba arrepintiendo.

La silla era incómoda, para empezar. Y yo estaba tan transpirada que me podía oler. Olía a sudor y a sol, una combinación aceptable para quien anda corriendo por ahí, pero no tanto para estar encerrada en un cuarto con los oficiales de la ley.

– ¿Y entonces? – volvió al ataque el detective Harris.

–Y entonces… – comencé sin ánimo de burla, por comenzar de algún modo, – vi una combi blanca, sin ventanas. No parecía demasiado nueva. No leí la patente, por si estaba pensando eso.”

Me hubiera encantado leer la patente, habría quedado tanto más profesional dando mi testimonio. Pero ¿quién lee patentes hoy en día? Yo no sabría ni por qué número empiezan.

– Está bien – me concedió el detective. – ¿Vió también al conductor?”

–Si, lo ví – respondí satisfecha. Ésta pregunta sí me la sabía. – Diría que de unos 65 o 70 años, canoso, bastante flaco, ojos celestes, llevaba una gorra con visera azul.”

– De acuerdo. Muy bien, señorita. – Me felicitó el detective y yo como una estúpida sonreí complacida. – ¿Le molestaría quedarse un rato más para que el agente Baccio trace un identikit del sospechoso? Usted es la primera que lo ha visto con tanta…claridad.

Parecía satisfecho con la aparición de una nueva pista pero desconfiado de mi descripción. “¿Ojos celestes?” pensé, “¿para qué dije que tenía ojos celestes? Ahora parece inventado.” Pero omitirlo hubiera sido igual de tonto, los había visto, eran ojos celestes. Si cerraba los míos todavía podía ver su cara, no sé por qué se me había grabado en las retinas. Tal vez para esto… mi humilde contribución a la humanidad.

– Por supuesto – contesté imbuida de un nuevo espíritu patriótico.

El detective se fue luego de darme un apretón de manos que me hizo levantar el brazo y, por consiguiente, olerme otro poco la axila. Y quedamos el agente del cuaderno y yo.

– Empecemos – dijo con ojos cansados incluso antes de empezar. – ¿Diría usted que tenía la cara ovalada o más bien redonda?”

– No va a hacer falta que dibuje, agente Baccio – respondí sacando mi celular del bolsillo. – Se parecía mucho al actor de Las Vegas. ¿Es Las Vegas la serie del dueño de un casino? ¿Con ese chico tan lindo que se casó con la cantante de Black Eyed Peas? – le pregunté mientras buscaba la foto en internet.

El agente asintió dudoso y sin soltar el lápiz, con el que había empezado a dibujar un óvalo que podría convertirse rápidamente en un redondel, si fuera necesario.

– Éste – dije poniéndole mi celular a unos centímetros de su nariz. – Era muy parecido a éste.


Baccio cerró su cuaderno y se llevó mi teléfono. Suspiré. Este día no se iba a terminar nunca.




Ningún actor de Hollywood fue dañado para escribir este cuento. Toda similitud con la realidad es mera imaginación.

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