21 de agosto de 2010

Crónicas de invierno: Esposos... esa rara avis.

Demás está decir que disfruto enormemente mi vida de casada. Considero que la clave de la felicidad esta en… (Ojo que voy a decir algo importante, no vaya a ser que este momento sea trascendental y yo haya perdido la oportunidad de hacerle una introducción). Como decía, la clave de la felicidad está en aprender a disfrutar de las pequeñas cosas lindas de todos los días.

Siempre deseo tener un momento lindo, divertido o romántico cada día. Creo que con uno alcanza. Pero, el que mire con atención verá que hay muchos de estos momentos en un día. Y es aquel que aprende a disfrutarlos, quien yo considero una persona sabia. Hay que acumular felicidades porque uno nunca sabe cuándo va a ser un día triste.

Bueno, la técnica de disfrutar los momentos no siempre sale naturalmente. Pero se puede empezar por casi cualquier lado. Por ejemplo, un día me subí a un colectivo que iba lleno de gente a más no poder. Quedé parada al lado del “pata” (chico) que cobra los pasajes, quien se apiadó de mí e hizo mover a un hombre para que en su asiento cupiera yo también. Sentarse en un colectivo lleno, cuando sabés que vas a viajar media hora es un lindo momento. No olvido dónde estaba: viajando en un vehículo destartalado por las polvorosas calles trujillanas; pero hay que agradecer las pequeñas cosas.

Me estoy desviando del tema. Contaba lo de disfrutar los momentos porque quería hacer referencia a ciertos comportamientos de mi marido que me resultan un potencial motivo de asesinato y a la vez, realmente graciosos.

Me explico: Mi marido, mi esposo, mi compañero marital, sufre de tres síndromes fundamentales que limitan sustancialmente su inclusión en las tareas domésticas y hasta sociales, de todos los días.

El problema número uno: La inmovilidad sobreviniente. Dícese de aquella paralización que se produce cuando, estando en camino a realizar una acción (probablemente alguna que no es de su especial agrado) algún elemento electrónico llama su atención y lo retiene inmóvil en su lugar. Ejemplo: Digamos que le pido a mi marido, muy amablemente, que saque la basura. Una vez que tiene la bolsa en la mano y está caminando hacia la puerta de entrada, un parpadeo luminoso atrae su atención. Cual merluza suicida ante la visión de un anzuelo, gira la cabeza y mira la televisión, que le responde deslumbrándolo con una sucesión de colores y burbujas. Y ahí queda… como congelado… mirando, por ejemplo, una propaganda de champú, con la bolsa de basura en la mano y tratando de hacer el menor movimiento posible con el fin de pasar desapercibido y de retrasar (todo hombre tiene derecho a soñar) el reproche inevitable que lo sacará de su trance.

Claro que esta condición se ve agravada por la enfermedad número dos: la monopolización de los aparatos electrónicos, que mi esposo sufre así mismo.

Este problema presenta dos síntomas que son: primero, el encendido de todos los aparatos electrónicos de la casa. Me refiero al televisor, computadora, equipo de música, Ipod, etc. Todo aquello que pueda proporcionar entretenimiento y tenga un botón on/off debe estar encendido. Este síntoma puede abarcar elementos no electrónicos también, como las luces y la heladera. Aclaro que todo esto se trata del encender cosas, no incluye el apagado (o el cierre, en el caso de la heladera).

Con esta condición, tendríamos un marido encendedor, que no es tan difícil de encontrar. En general, al género masculino le gusta encender. Es como si el botón grande de un aparato lo invitara a apretarlo. Claro, para eso lo hacen tan grande, no? Malditas compañías de electrónica! Quieren que mi matrimonio fracase.

En fin, a mi compañero marital no le alcanza con encender sino que además pretende supervisar el contenido. Es decir, si la televisión, la música y la computadora están prendidas, tienen que estar pasando algo satisfactorio para él. Por qué sucede esto?

Bien, me lo he preguntado mucho y llegué a la conclusión que es “por las dudas”. Vea, señora, mi cónyuge tiene temor a la falta de entretenimiento. Son momentos vacíos para él, en los que bien podría detenerse el mundo porque nada productivo estaba sucediendo, de todos modos.

De tal manera, cuando algún aparato deja de entretenerlo por un momento, tiene a los demás. Digamos que mientras la tele pasa una publicidad que no le interesa, él lee un mail en la computadora. Y mientras una página de internet se está cargando (esos valiosos 10 segundos!) aprovecha para ver un cachito de una película.

Todo esto me lleva al tercer y último padecimiento (al menos en este plano) de mi querido marido: la atención divergente.

Sin necesidad de explayarme demasiado en el tema, mi esposo procede a interesarse continua y sucesivamente por las más diferentes cosas. Una canción le gusta y la canta, antes que termine, descubre un blog que quiere leer, y ni bien le echó una ojeada, aparece una serie en la tele que nunca vió pero que le encanta.

Y como a veces intenta combinar varias de estas actividades con funciones normales de un ser humano, su cerebro sufre una sobrecarga y se pausa por momentos. Me explico? Sabe usted lo difícil que es tratar de contestar una pregunta mientras con un ojo intenta leer los subtítulos de una película? Es muy difícil. La persona en cuestión termina…rá ha… bland…o… a…sí, claro.

Tengalo en cuanta para la próxima vez que su marido haga zapping. Para una, el zapping es una molestia pero para ellos es ver todo a la vez. Aprecie en todo su esplendor el síndrome del hiperinterés televisivo. El sujeto está más dedicado a ver qué está sucediendo en los canales siguientes, que en ver algo realmente.

Con esto no quiero decir que mi esposo haya enloquecido. No. Todo lo contrario, es un individuo en permanente desarrollo. Será eso.

1 comentario:

  1. jajajajajajjaja, muy bueno !!!!!
    Pobre Ale...
    Besos a los 2 !!!!

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