Salimos no demasiado temprano y con nuestras valijas de
mano, hacia el segundo aeropuerto de Estambul, el que queda del lado asiático.
Se llama Sabiha Gokçen en honor a la primera aviadora de combate del mundo y la
primera mujer aviadora de Turquía. Desde allí, nos esperaba un corto vuelo
hasta la ciudad de Izmir, a unos 450 kilómetros al sudoeste de Estambul.
Izmir o Esmirna, en castellano, es una ciudad antiquísima. Fue
fundada en el 3.000 a.C. y pasó de unas manos a las otras, hasta que le llegó
el turno a Alejandro Magno, que construyó la nueva ciudad y elevó su prestigio.
También después siguió un frenético cambio de poder sobre la ciudad, de los
griegos pasó a los seléucidas, y de éstos a los romanos. Con un agradable
episodio histórico que cuenta que el general romano Sila, tras conquistar la
ciudad, hizo desfilar a todos sus habitantes desnudos en pleno invierno.
Después de los bizantinos, la tuvo el Reino de Venecia, los
Estados Pontificios y el Imperio Otomano Fue escenario de terribles
persecuciones a los cristianos en la época romana, de un período de exterminio
de los griegos y del posterior éxodo de los que quedaban (más de un millón de
griegos abandonaron Turquía), cuando volvió a manos turcas, en 1922.
La Izmir actual, también llamada “La perla del Egeo”, se
considera una de las ciudades más liberales y occidentalizadas de Turquía.
Tiene el segundo mayor puerto y abarca las viejas ciudades de Éfeso y Pérgamo,
sus grandes rivales de la antigüedad.
En el camino del aeropuerto a la ciudad, que son como 13
kilómetros, nos sorprendió una gigantesca cara de Atatürk tallada en la
montaña, mirando con ojos ceñudos por encima de la población. Curioso, por
decir algo. Luego de instalarnos en un lindo hotel del centro, nos fuimos hasta
la costanera, siguiendo esa ancestral atracción que ejercen las grandes masas
de agua. En éste caso, el mar Egeo.
En la costanera de Izmir, el mar Egeo es bravo y verde
oscuro. Intimida. Los ferries se acercaban a la costa bamboleándose y las olas
rompían con fuerza contra el muro, mojando el la vereda del paseo.
La plaza principal de Izmir, y uno de sus atractivos
turísticos, es la plaza de Konak, a unos metros del mar. Con su gran explanada
gris, contiene dos monumentos curiosos para ver: la Mezquita de Konak, cubierta
de azulejos, y la Torre del Reloj, construida en 1901 por un francés y decorada
con cuatro fuentes a su alrededor. También vale la pena ver el moderno Konak
Pier, un antiguo muelle restaurado al estilo Puerto Madero por Gustav Eiffel,
que acoge tiendas de marcas internacionales y selectos restaurantes.
En las inmediaciones del barrio de Konak, se encuentra el
Ágora que era un centro de comercio y arte en la época romana, por el siglo II.
Allá íbamos en auto, conducidos por Alejo y el GPS, cuando evidentemente
doblamos donde no era y nos metimos en pleno Mercado de Kemeralti. Uno se
acostumbra a lugares como el Gran Bazar o el de las Especias, pero en sus
orígenes, los mercados eran simplemente calles con interminables tiendas a
ambos lados y que, en algunos casos, estaban techadas con toldos o telas de
arpillera. A ese tipo de mercado fuimos a parar. Parecía que en cualquier
momento no iba a caber ni auto, las callecitas se iban angostando por la gente
y las cosas que ocupaban las veredas. Sobre nosotros, unos rudimentarios toldos
de colores nos protegían del sol, pero algunos rayos pasaban y hacían que
cambiara la coloración de todo mientras pasábamos de un toldo al siguiente.
Suspendí mi pánico, como suelo hacer en esas ocasiones, para guiarnos fuera de
esa maraña de gente, tiendas, mercaderías, mesitas, cajas, puestos de comida y
conductores tan poco precavidos como nosotros. No fue la mejor de las
experiencias, pero nos alegramos de haber ido en auto, porque de otra manera
nunca hubiéramos ido.
El Ágora está en pleno proceso de excavación y puede verse
desde fuera de las rejas, un error si quieren tentar a los turistas. Parece una
estructura impresionante, conserva arcos y escaleras ya que tenía tres pisos, y
se supone que es el ágora romana mejor conservada. Pero creo que va a estar
mejor cuando terminen de armarlo, excavarlo y, si es posible, techarlo también.
La guía recomendaba ir a visitar el Castillo de Alejandro
Magno antes de que se ponga el sol. En lo alto de la ciudad de Izmir, a 185
metros sobre el nivel del mar, se alza el barrio de Kadifekale. Allí hay restos
de una acrópolis y su muro donde se cree que se asentó Alejandro Magno en su
paso por la ciudad, y desde donde se ve una espectacular panorámica de la bahía.
También veíamos por debajo nuestro las terrazas donde cocinaban con apuro las
mujeres musulmanas, esperando la puesta del sol.
La costanera, que se llama Kordon, es muy bonita, tiene un
camino de baldosas blancas y negras y grandes explanadas de pasto, donde la
gente se sienta a reposar y disfrutar de un sol gordo y anaranjado mientras se
pone sobre el mar. En una plazoleta central, se alza el Monumento a la
Independencia, que parece uno de esos árboles africanos, los baobabs, pero
representa una batalla . Frente a todo esto hay hileras interminables de
restaurantes y bares, que se iluminan cuando empieza a anochecer con unos
faroles decorados. Elegimos un lugar elegante para cenar (después de todo,
estábamos con mis padres) y disfrutamos nosotros también del atardecer y de
toda la gente que paseaba sin cesar por la costanera.
A 74 kilómetros al sur de Izmir se encuentra Éfeso, la
ciudad antigua más impresionante de Turquía. En ella se hallaba una de las
Siete Maravillas de la Antigüedad, el Tempo de Artemisa, del que ahora solo
quedan algunas columnas. Pero, fuera de
eso, la mayor parte de la ciudad está muy bien conservada. Eso se debe (al
menos, en parte) a que fue abandonada por sus habitantes para asentarse en
otros lugares. Esto no sucedió con urbes como Izmir y Atenas, que tienen sus
tesoros arquitectónicos por debajo de ellas.
Éfeso es una verdadera maravilla y se puede apreciar casi
sin dificultad como era en la antigüedad. Una clara imagen del paso del tiempo
la da la Avenida Liman Arcadiana, una gran avenida con columnas a cada lado por
la que caminaron (se dice) Cleopatra y Marco Antonio. En su momento iba desde
el Gran Teatro hasta el puerto de Éfeso, mientras que hoy en día, el mar queda
a unos cuantos kilómetros.
Es posible ver sus templos casi enteros, entre ellos, la
primera iglesia consagrada a la Virgen María, que aún tiene la nave central y
la pila bautismal. Otra de sus largas calles empedradas, es la llamada Vía del
Mármol (estaba pavimentada de mármol) que iba desde el Gran Teatro hasta la
Biblioteca de Celso. Las casas de los antiguos habitantes subían por la ladera
de una colina desde las calles principales, y se pueden ver hasta las letrinas
comunitarias, hechas sobre una larga plancha de piedra en forma de asiento con
huecos, que daban a una canaleta principal. Una distancia de medio metro
separaba a los asistentes, para nada incómodo. Y con el paso del tiempo perdió
el techo y las paredes, así que hoy en día hasta tiene vistas.
Uno de los monumentos que más impresionan de Éfeso es el
Gran Teatro, una de las ruinas más bellas y más grandes de la ciudad. Sus
graderías estaban recubiertas de mármol, tenía capacidad para 24.000
espectadores y fue escenario de luchas de gladiadores en la época romana. El
otro es la Biblioteca de Celso, la joya de Éfeso, construida en honor al padre
del cónsul. En el período clásico, fue la tercera biblioteca más grande del
mundo. Su impresionante fachada de columnas de varios metros tiene cuatro
estatuas de mujer que representan la sabiduría, el carácter, el poder judicial
y la experiencia, consideradas las virtudes de Celso.
Hay muchas otras cosas que ver en la vieja y bella ciudad de
Éfeso. Y todo está al alcance de la mano, uno camina por sus calles y toca sus
columnas. No hace falta demasiado esfuerzo para imaginarse cómo vivían sus
habitantes. Es verdaderamente, un viaje a la antigüedad.
En sus inmediaciones quedan dos atractivos turístico más que
vale la pena visitar. El primero: la Casa de la Virgen María, una sencilla
capilla que se levanta sobre lo que fueron los restos de la casa donde vivió, luego
de trasladarse a esta zona junto a San Juan (a que Jesús encargó el cuidado de
su madre). Suena bastante increíble y existen otras “casas de la Virgen”
esparcidas por el mundo, pero ésta, fue visitada ya por cuatro Papas, lo cual
debería significar algo. Se supone que si uno se confiesa en esta capilla
obtiene una indulgencia plenaria, así que allá fue mi madre a confesarse un
simpático sacerdote franciscano que, curiosamente, había nacido en Buenos
Aires.
De vuelta en Estambul, visitamos algunas cosas nuevas, como
la Estación del Orient Express y su pequeño museo, y volvimos al Mercado de las
Especias. Luego tuve que acceder a que mis padres pasearan un poco solos, y
allá fueron, solitos a la aventura. Con total éxito (de algún lado debo haber
salido yo) recorrieron el Palacio de Dolmabahçe, la Torre de Gálata y hasta
descubrieron el Tunel de Taksim, el tranvía más corto del mundo, que sube hasta
lo alto de Gálata.
La despedida de Estambul consistió en recorrer la ciudad
hasta llegar a la Colina de Pierre Loti, un bigotudo escritor de novelas francés,
que, luego de recorrer medio mundo, llegó a Estambul y se instaló por aquí unos
años. Desde el café con su mismo nombre, que se armó en su antigua casa, se
tiene una vista asombrosa del Cuerno de Oro, esa lengua de agua que divide en
dos a la parte europea. La ciudad empezó a iluminarse cuando bajaba el sol y se
escucharon primeros cantos de la noche del imán.
Estambul cambió desde que vinieron mi prima Inés y mis
padres, ahora es más familiar, tiene recuerdos míos a la vuelta de cada
esquina. Ir al supermercado, tomarme el ferry o comprar especias en el Bazar
son cosas que puedo compartir a la distancia, y eso es mucho más de lo que
podía pedir… También les mostré orgullosa, sabiendo que no decepciona a nadie,
esta ciudad tan linda en la que nos toca vivir por ahora. Y descubrimos juntos
pequeños rincones y grandes maravillas como la antigua de Éfeso. Porque pasear
es lindo, pero es mucho más lindo si uno lo comparte con aquellos que quiere.
¡Me aguardan nuevas aventuras! Este año viene muy acontecido.
Y no puedo esperar a asombrarme con el próximo descubrimiento y luego, por
supuesto, volver a disfrutarlo todo, mientras escribo para compartirlo con
ustedes.
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