13 de agosto de 2012

Las viejas y las nuevas fijaciones de Estambul


¿Qué tendrá el mar? Algo tiene, porque la gente se siente atraída por él instantáneamente. ¿Será que simplemente es lindo? Algunos dicen que es relajante mirarlo, otros que es inspirador. La verdad es que algo tienen esas inmensas masas de agua que varían en colores, desde el más profundo azul verdoso(ese que parece negro) al celeste cristalino. La prueba de ello, en esta ciudad, es el precio de las propiedades, que suben a medida que se acercan a la costa. También significarán algo esos cientos de bancos mirando al mar, están puestos así para que la gente se siente y contemple el agua. En este caso, el Estrecho del Bósforo, que inclusive raramente tiene olas, lo que lo hace aún más aburrido, o relajante, depende cómo se mire.

Nosotros no fuimos la excepción, así que también intentamos acercarnos al mar lo más posible. Conseguimos unos 50 centímetros de mar en la vista de nuestro balcón y, en los días nublados, tenemos que pelear para que nos admitan que el mar está ahí. La mejor hora para ver el mar: la mañana, sin duda. Los atardeceres son lindos, pero para ver el cielo. El mar se luce a la mañana. Los pescadores estarían de acuerdo conmigo.

Y acá el mar se disfruta. No tanto la playa, porque son pequeñas extensiones de arena y piedra, que se llenan rápidamente de gente durante el verano. Excepto en éste, que es el mes del Ramadán, ¿quién querría estar todo el día en la playa si no se puede beber ni comer nada hasta la caída del sol? Tiene que ser un sufrimiento.

Pero la vida marítima se aprovecha. Hay toda una zona de parques, con pasto y árboles de diferentes especies, con bancos mirando al agua y estaciones con máquinas para hacer gimnasia. Además de eso, recorre toda la costanera un paseo peatonal y para ciclistas que está un poco elevado (al igual que los parques), de manera tal que siempre se ve hermoso el mar. Y también las embarcaciones, dado que por éste lado del mundo el mar no es solo contemplativo, está lleno de barcos turísticos, ferries, grandes transatlánticos que esperan su turno para cruzar el Bósforo rumbo al Mar Negro y yates deportivos.


También paseamos por el gran rosedal que se encuentra en el Parque de Göztepe (mi barrio). Repleto de rosas de todo tipo y color, sorprende que sea prácticamente inodoro. El rosedal inodoro. Es algo que no me esperaba, imaginaba que me iba a invadir una ola de fragancia a rosas. Pero no, tuve que meter la nariz en cada una de ellas para poder olerlas. Estas rosas transgénicas de la modernidad.

El tranvía que recorre la parte histórica de la ciudad, en el lado europeo, es muy moderno y casi diría que lujoso (sobre todo para los estándares de transporte público latinoamericanos). Tiene aire acondicionado, pantallas que indican las paradas y hasta una agradable locución que avisa en turco y en inglés las paradas más turísticas. Mis padres y yo esperábamos ese tranvía, un día en que la sensación térmica había llegado a los 39ºC . La agradable oleada de frescura que nos llegó cuando se abrieron las puertas, fue duramente combatida por el olor a axila que llegó con ella. Mis padres casi retrocedieron por la sorpresa.

Enfocando la responsabilidad del evidente olor a transpiración en un señor que se paraba al lado mío y se sostenía de una de las barras transversales, mi madre me quiso apartar de él. Así que cuando se abrió un hueco entre la gente, me dijo “Vení para acá, mi amorcita” con la esperanza de que eso mejorara el aire circundante.

Ahí me di cuenta que mi madre estaba haciendo responsable del olor de todo un vagón, al pobre hombre que tenía parado a mi lado. Reubicadas en otro lugar mejor, ella volvió a inspirar, esta vez con confianza, para encontrarse de nuevo con el incipiente olor a axila rancia, al que se agregaban oleadas de otro sobaco diferente que nos traía el aire acondicionado desde el extremo del tren. “Son todos, Mami”, le dije “¡o, al menos, son muchos!”. Y perdimos la batalla. El que se llevó la peor parte fue mi papá que estaba parado en la zona en que no había asientos y la gente se veía obligada a agarrarse de las arandelas que cuelgan, levantando los brazos.

Ya lo había vivido antes, estando de paseo con mi prima Inés, en una de las muchedumbres en las que esperábamos para subir o bajar del ferry. “No aletee, señora”, le decía Ine por lo bajo a una mujer vestida con el traje completo de musulmana que, evidentemente, le estaba dando calor. Pero de nada servía, en parte porque hablábamos en castellano, y en parte, porque creo que esas ropas ya están impregnadas de sudores antiguos. Es que acá, cuando huelen, huelen.


Santa Sofía es la gran joya de la ciudad. Es el monumento que encierra en si mismo la compleja historia de Estambul. Fue iglesia católica y catedral de Constantinopla durante el Imperio Romano, la tomaron los Cruzados por unos cuantos años, y luego volvió a ser sede de la Iglesia Bizantina mientras se produjo el cisma con los católicos de Roma. Después de la conquista de Estambul por parte de los turcos (y musulmanes), se convirtió en mezquita. Y finalmente, en 1931, durante el mandato de Mustafá Kemal Atatürk, se consagró como el museo que es hoy en día.


Los Cruzados contribuyeron parcialmente a su destrucción cuando la asaltaron en busca de reliquias religiosas. Otro tanto hicieron los otomanos luego de que el sultán Mehmet II les prometiera tres días de saqueo ilimitado, tras la caída de Constantinopla. También la azotaron terremotos e incendios. Así que se entiende que la gracia de Santa Sofía sea su belleza un poco ruinosa.

Aún así, se conservaron reliquias de todos las épocas que vivió este gran edificio. A un costado de la entrada puede verse todavía, parte de los relieves de mármol de la antigua iglesia del 415 d.C. La estructura principal y los murales de pequeños mosaicos dorados y de colores, son del 550 d.C. aproximadamente. Luego vinieron las decoraciones islámicas (1453), entre las que se destacan grandes discos negros con caracteres árabes en dorado, que decoran los costados de la cúpula central. También se agregaron el mimber y el mihrab que, construido en orientación a La Meca, quedó ligeramente hacia un lado de lo que fue en épocas católicas el altar. En uno de los costados del cuerpo principal de Santa Sofía, hasta puede verse un trozo del piso original, con piedras de colores.


En plena visita a este hermoso museo, intentando absorber con la vista la mayor cantidad de cosas a la vez, llegó el momento de volver a meter el dedo en otra columna. Cola, pulgar en el agujero, giro antinatural de la muñeca y foto.

Almorzamos en un elegante restaurante frente a Santa Sofía, probamos más especialidades locales, y seguimos rumbo al Palacio de Topkapi. La entrada principal se encuentra a solo unos metros del museo y, luego de pasar el arco que forman las puertas, se accede al jardín del frente del palacio. Es un jardín bonito pero del estilo local: con plantas, flores y árboles de todo tipo. Muy prolijo y limpio, pero nada de geometrías francesas.

El Palacio de Topkapi fue construido allí porque era un punto estratégico, una suave colina desde la que se veía el Estrecho del Bósforo hacia delante, el Mar de Mármara a la derecha y el Cuerno de Oro a la izquierda. Cualquier ataque marítimo hubiera sido visto con siglos de anticipación.

Dentro del palacio hay muchas habitaciones que visitar, casi todas decoradas con dos de las fijaciones arquitectónicas del imperio otomano: los azulejos pintados y el dorado. El dorado es lo que más impresiona porque no son pequeños detalles, son molduras enteras y gordas rejas de entrada. Todo tiene dorado, lo aman, como aman el oro. Dicen que en las vidrieras de las joyerías del Gran Bazar hay unas diez toneladas de oro.

También está la galería de las joyas del palacio, que son deslumbrantes (como era de esperarse) pero no le vendrían mal otro poco de luz, para no tener que pegar la nariz al vidrio para distinguir las esmeraldas y los diamantes. Y el otro lugar destacado es la sala de las reliquias religiosas.

El islam es una religión curiosa que se nutre de todo tipo de sucesos históricos y religiosos. Se supone que Mahoma, el profeta más destacado y el hombre más santo de la religión, predicó en La Meca y huyó a la ciudad de Medina tras ser perseguido. En el palacio se guardan, curiosamente, algunas reliquias referentes a Mahoma, como pelos de su barba y la huella de su pie. Es raro, no voy a decir que no. Pero más raro es lo siguiente: la Kaaba, el lugar más sagrado del islamismo, ubicado en la ciudad de La Meca y hacia donde se orientan los rezos de los musulmanes, es una construcción en forma de cubo que supuestamente realizó Abraham y su hijo Ismael; y en una de sus esquinas está la Piedra Negra, una roca de origen meteórico que le entregó el Ángel Gabriel. ¿Qué se yo? Todas las religiones son raras.

En el Palacio de Topkapi también abundan las salas decoradas con alfombras, cortinas bordadas, lámparas de colores y grandes sillones sin patas, como pegados al suelo. Todos espacios de relajación real, con vistas a los jardines o al mar. No me imagino una actividad frenética por esos lados.


Así como la ciudad de Estambul tiene sus fijaciones, mi padre tiene las suyas. Una de ellas son los pájaros y, dado que aquí hay tantos, se la pasó persiguiendo cuervos y gaviotas para sacarles la foto perfecta. Lo malo era que iba muy lentamente, así que los pájaros tenían tiempo de mirarlo y huir mientras él sacaba la cámara del estuche, se ponía los anteojos para ver de cerca, bajaba la tapa que encendía el visor y finalmente, le daba al botón de fotografiar.

Otra de sus fijaciones, al menos en este viaje, fueron los eunucos. Después de leer en las descripciones del Palacio de Topkapi y de su harem, que los eunucos eran los encargados de la seguridad de las esposas del sultán y de su madre, se puso a recabar información sobre el tema. De tal manera que nos espantó durante varios días con detalles espeluznantes sobre qué se les cortaba y qué se les dejaba a las distintas clases de eunucos (a algunos solo el pene, y a otros todo), también nos contó sobre las inspecciones a las que eran sometidos con regularidad para comprobar que seguían siendo impotentes; y nos dio estadísticas aterradoras como que de cada tres hombres (en general negros) que se sometían a esa “operación”, solo sobrevivía uno.


Los turcos, he descubierto, que tienen debilidad por los héroes. Además de adorar a Mahoma en plano religioso, lo tienen a Mustafá Kemal en el plano civil y político. Llamado Atatürk, o padre de los turcos, se convirtió en héroe nacional cuando lideró la guerra de independencia de las tropas aliadas luego de la primera guerra mundial. Se instauró en el poder como presidente vitalicio(1923), terminó con los sultanatos y los califatos, creó la República Turca, prohibió el uso del fez (sombrerito típico del Imperio Otomano) bajo pena de muerte y obligó a cambiar la escritura al alfabeto latino (hasta ese momento tenían alfabeto árabe), entre otras cosillas.

Hoy en día se vive un gran ardor por el Sr. Atatürk. Tanto es así que su cara decora todos los espacios públicos de la ciudad. Plazas con sus monumentos a caballo, fotos suyas en las oficinas, su perfil tallado en las colinas, estatuas de él en una gran silla donde los niños van a sacarse fotos, calcomanías con su firma en los autos, y podría seguir. Tuvo la suficiente inteligencia para crear un sistema político que funcionaba y sus reformas laicas también contribuyeron a la modernización y evolución de este país, aunque era un autoritario y los rumores dicen que no todo era color de rosas para Mustafá Kemal. Impacta semejante fanatismo. Hoy en día, las fuerzas armadas son las encargadas de conservar su legado, que de a poco empieza a resquebrajarse bajo el mandato más religioso que muestran las autoridades actuales.

 
Tal vez uno de los más sanos fervores de los turcos sea el fútbol, del que son fanáticos. Fenerbahçe, Besiktas y Galatasaray son los tres cuadros locales y es una cuestión fundamental al encarar cualquier tipo de conversación con los ellos. Pero existe espíritu deportivo todavía. Las hinchadas festejan por la calle ante la visión de sus contrarios sin que se desate una hecatombe. Por nuestro barrio nos toca ser del Fenerbahçe, lo cual es una pena porque tiene los feos colores azul y amarillo. O tal vez sea dorado, un tono que está empezando a gustarme. Pero, ¿qué se le va a hacer? Nosotros tampoco podemos abstraernos de las fijaciones de Estambul.

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