¿Qué tendrá el mar? Algo tiene, porque la gente se siente
atraída por él instantáneamente. ¿Será que simplemente es lindo? Algunos dicen
que es relajante mirarlo, otros que es inspirador. La verdad es que algo tienen
esas inmensas masas de agua que varían en colores, desde el más profundo azul verdoso(ese
que parece negro) al celeste cristalino. La prueba de ello, en esta ciudad, es
el precio de las propiedades, que suben a medida que se acercan a la costa.
También significarán algo esos cientos de bancos mirando al mar, están puestos
así para que la gente se siente y contemple el agua. En este caso, el Estrecho
del Bósforo, que inclusive raramente tiene olas, lo que lo hace aún más
aburrido, o relajante, depende cómo se mire.
Nosotros no fuimos la excepción, así que también intentamos
acercarnos al mar lo más posible. Conseguimos unos 50 centímetros de mar en la
vista de nuestro balcón y, en los días nublados, tenemos que pelear para que
nos admitan que el mar está ahí. La mejor hora para ver el mar: la mañana, sin
duda. Los atardeceres son lindos, pero para ver el cielo. El mar se luce a la
mañana. Los pescadores estarían de acuerdo conmigo.
Y acá el mar se disfruta. No tanto la playa, porque son
pequeñas extensiones de arena y piedra, que se llenan rápidamente de gente durante
el verano. Excepto en éste, que es el mes del Ramadán, ¿quién querría estar
todo el día en la playa si no se puede beber ni comer nada hasta la caída del
sol? Tiene que ser un sufrimiento.
Pero la vida marítima se aprovecha. Hay toda una zona de
parques, con pasto y árboles de diferentes especies, con bancos mirando al agua
y estaciones con máquinas para hacer gimnasia. Además de eso, recorre toda la
costanera un paseo peatonal y para ciclistas que está un poco elevado (al igual
que los parques), de manera tal que siempre se ve hermoso el mar. Y también las
embarcaciones, dado que por éste lado del mundo el mar no es solo
contemplativo, está lleno de barcos turísticos, ferries, grandes
transatlánticos que esperan su turno para cruzar el Bósforo rumbo al Mar Negro
y yates deportivos.
También paseamos por el gran rosedal que se encuentra en el
Parque de Göztepe (mi barrio). Repleto de rosas de todo tipo y color, sorprende
que sea prácticamente inodoro. El rosedal inodoro. Es algo que no me esperaba,
imaginaba que me iba a invadir una ola de fragancia a rosas. Pero no, tuve que
meter la nariz en cada una de ellas para poder olerlas. Estas rosas
transgénicas de la modernidad.
Enfocando la responsabilidad del evidente olor a
transpiración en un señor que se paraba al lado mío y se sostenía de una de las
barras transversales, mi madre me quiso apartar de él. Así que cuando se abrió
un hueco entre la gente, me dijo “Vení para acá, mi amorcita” con la esperanza
de que eso mejorara el aire circundante.
Ahí me di cuenta que mi madre estaba haciendo responsable
del olor de todo un vagón, al pobre hombre que tenía parado a mi lado.
Reubicadas en otro lugar mejor, ella volvió a inspirar, esta vez con confianza,
para encontrarse de nuevo con el incipiente olor a axila rancia, al que se
agregaban oleadas de otro sobaco diferente que nos traía el aire acondicionado
desde el extremo del tren. “Son todos, Mami”, le dije “¡o, al menos, son
muchos!”. Y perdimos la batalla. El que se llevó la peor parte fue mi papá que
estaba parado en la zona en que no había asientos y la gente se veía obligada a
agarrarse de las arandelas que cuelgan, levantando los brazos.
Ya lo había vivido antes, estando de paseo con mi prima
Inés, en una de las muchedumbres en las que esperábamos para subir o bajar del
ferry. “No aletee, señora”, le decía Ine por lo bajo a una mujer vestida con el
traje completo de musulmana que, evidentemente, le estaba dando calor. Pero de
nada servía, en parte porque hablábamos en castellano, y en parte, porque creo
que esas ropas ya están impregnadas de sudores antiguos. Es que acá, cuando
huelen, huelen.
Santa Sofía es la gran joya de la ciudad. Es el monumento
que encierra en si mismo la compleja historia de Estambul. Fue iglesia católica
y catedral de Constantinopla durante el Imperio Romano, la tomaron los Cruzados
por unos cuantos años, y luego volvió a ser sede de la Iglesia Bizantina
mientras se produjo el cisma con los católicos de Roma. Después de la conquista
de Estambul por parte de los turcos (y musulmanes), se convirtió en mezquita. Y
finalmente, en 1931, durante el mandato de Mustafá Kemal Atatürk, se consagró
como el museo que es hoy en día.
Los Cruzados contribuyeron parcialmente a su destrucción
cuando la asaltaron en busca de reliquias religiosas. Otro tanto hicieron los
otomanos luego de que el sultán Mehmet II les prometiera tres días de saqueo
ilimitado, tras la caída de Constantinopla. También la azotaron terremotos e
incendios. Así que se entiende que la gracia de Santa Sofía sea su belleza un
poco ruinosa.
Aún así, se conservaron reliquias de todos las épocas que
vivió este gran edificio. A un costado de la entrada puede verse todavía, parte
de los relieves de mármol de la antigua iglesia del 415 d.C. La estructura
principal y los murales de pequeños mosaicos dorados y de colores, son del 550 d.C.
aproximadamente. Luego vinieron las decoraciones islámicas (1453), entre las
que se destacan grandes discos negros con caracteres árabes en dorado, que
decoran los costados de la cúpula central. También se agregaron el mimber y el
mihrab que, construido en orientación a La Meca, quedó ligeramente hacia un
lado de lo que fue en épocas católicas el altar. En uno de los costados del
cuerpo principal de Santa Sofía, hasta puede verse un trozo del piso original,
con piedras de colores.
Almorzamos en un elegante restaurante frente a Santa Sofía,
probamos más especialidades locales, y seguimos rumbo al Palacio de Topkapi. La
entrada principal se encuentra a solo unos metros del museo y, luego de pasar
el arco que forman las puertas, se accede al jardín del frente del palacio. Es
un jardín bonito pero del estilo local: con plantas, flores y árboles de todo
tipo. Muy prolijo y limpio, pero nada de geometrías francesas.
Dentro del palacio hay muchas habitaciones que visitar,
casi todas decoradas con dos de las fijaciones arquitectónicas del imperio
otomano: los azulejos pintados y el dorado. El dorado es lo que más impresiona
porque no son pequeños detalles, son molduras enteras y gordas rejas de
entrada. Todo tiene dorado, lo aman, como aman el oro. Dicen que en las
vidrieras de las joyerías del Gran Bazar hay unas diez toneladas de oro.
El islam es una religión curiosa que se nutre de todo tipo
de sucesos históricos y religiosos. Se supone que Mahoma, el profeta más
destacado y el hombre más santo de la religión, predicó en La Meca y huyó a la
ciudad de Medina tras ser perseguido. En el palacio se guardan, curiosamente,
algunas reliquias referentes a Mahoma, como pelos de su barba y la huella de su
pie. Es raro, no voy a decir que no. Pero más raro es lo siguiente: la Kaaba,
el lugar más sagrado del islamismo, ubicado en la ciudad de La Meca y hacia
donde se orientan los rezos de los musulmanes, es una construcción en forma de
cubo que supuestamente realizó Abraham y su hijo Ismael; y en una de sus
esquinas está la Piedra Negra, una roca de origen meteórico que le entregó el
Ángel Gabriel. ¿Qué se yo? Todas las religiones son raras.
En el Palacio de Topkapi también abundan las salas
decoradas con alfombras, cortinas bordadas, lámparas de colores y grandes
sillones sin patas, como pegados al suelo. Todos espacios de relajación real,
con vistas a los jardines o al mar. No me imagino una actividad frenética por
esos lados.
Así como la ciudad de Estambul tiene sus fijaciones, mi
padre tiene las suyas. Una de ellas son los pájaros y, dado que aquí hay
tantos, se la pasó persiguiendo cuervos y gaviotas para sacarles la foto
perfecta. Lo malo era que iba muy lentamente, así que los pájaros tenían tiempo
de mirarlo y huir mientras él sacaba la cámara del estuche, se ponía los
anteojos para ver de cerca, bajaba la tapa que encendía el visor y finalmente,
le daba al botón de fotografiar.
Otra de sus fijaciones, al menos en este viaje, fueron los
eunucos. Después de leer en las descripciones del Palacio de Topkapi y de su
harem, que los eunucos eran los encargados de la seguridad de las esposas del
sultán y de su madre, se puso a recabar información sobre el tema. De tal
manera que nos espantó durante varios días con detalles espeluznantes sobre qué
se les cortaba y qué se les dejaba a las distintas clases de eunucos (a algunos
solo el pene, y a otros todo), también nos contó sobre las inspecciones a las
que eran sometidos con regularidad para comprobar que seguían siendo
impotentes; y nos dio estadísticas aterradoras como que de cada tres hombres (en
general negros) que se sometían a esa “operación”, solo sobrevivía uno.
Hoy en día se vive un gran ardor por el Sr. Atatürk. Tanto
es así que su cara decora todos los espacios públicos de la ciudad. Plazas con
sus monumentos a caballo, fotos suyas en las oficinas, su perfil tallado en las
colinas, estatuas de él en una gran silla donde los niños van a sacarse fotos,
calcomanías con su firma en los autos, y podría seguir. Tuvo la suficiente
inteligencia para crear un sistema político que funcionaba y sus reformas
laicas también contribuyeron a la modernización y evolución de este país,
aunque era un autoritario y los rumores dicen que no todo era color de rosas
para Mustafá Kemal. Impacta semejante fanatismo. Hoy en día, las fuerzas
armadas son las encargadas de conservar su legado, que de a poco empieza a
resquebrajarse bajo el mandato más religioso que muestran las autoridades
actuales.
Tal vez uno de los más sanos fervores de los turcos sea el
fútbol, del que son fanáticos. Fenerbahçe, Besiktas y Galatasaray son los tres
cuadros locales y es una cuestión fundamental al encarar cualquier tipo de
conversación con los ellos. Pero existe espíritu deportivo todavía. Las
hinchadas festejan por la calle ante la visión de sus contrarios sin que se
desate una hecatombe. Por nuestro barrio nos toca ser del Fenerbahçe, lo cual
es una pena porque tiene los feos colores azul y amarillo. O tal vez sea
dorado, un tono que está empezando a gustarme. Pero, ¿qué se le va a hacer?
Nosotros tampoco podemos abstraernos de las fijaciones de Estambul.
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