Con el entusiasmo de quien pronto va a dejar un país (quizás
para siempre o, al menos, por mucho tiempo), nos embarcamos en nuestra última
aventura: Wellington, la capital de Nueva Zelanda que queda justo en el extremo
sur de la isla norte (no sé si se orientan aún). Una ciudad conocida por el…
viento (miren qué destacable) de hecho la llaman “windy Wellington” (ventosa Wellington).
El vuelo nos sirvió para viajar en la aerolínea local (Air New
Zealand), que nos sorprendió con un snack de quesos variados y con su curioso
video de seguridad que está protagonizado por personajes de El Señor de los
Anillos y el mismísimo Peter Jackson, el director de las películas, neozelandés
y quizás el principal hacedor de esta magnífica campaña publicitaria que tiene
a todo a todo el mundo alabando las maravillas naturales de Nueva Zelanda. Para
seguir con la temática, en el aeropuerto de Wellington un enorme cartel reza “The Middle of Middle Earth” (el centro
de la Tierra Media) y por dentro está decorado con figuras gigantes sacadas de
los libros.
El slogan de la ciudad, que nada tiene que ver con El Señor
de los Anillos, es “Absoluta y positivamente Wellington” (Absolutely positively Wellington) y debo admitir que me pregunté…
¿no será mucho? Pero la verdad es que la ciudad tiene mucho más que viento, es
un lugar precioso que con su alegre ambiente opaca positiva y absolutamente a
su vecina más famosa, Auckland.
Los lugares turísticos a visitar no son demasiados… pero
cada uno de ellos vale la pena. Empezamos por el histórico funicular de 1902,
que sale desde la calle comercial de Lambton Quay y sube por una colina hasta
lo alto, donde se encuentra el Jardín Botánico. Aunque los wellingtoneses estén
muy orgullosos de su Jardín Botánico (en realidad de todo el llamado “green belt” o cinturón verde que rodea
la ciudad) no es una visita que impresione, principalmente porque las especies
para ver son, en su mayoría, diversidad de helechos y árboles. Aún así, vale la
pena subir hasta allá arriba en el simpático funicular de madera para dar un
paseo por ese pequeño bosque y de paso visitar la preciosa casa en los árboles
que hace las veces de centro de información turística.
Por la noche, la calle peatonal Cuba Street es el lugar para
ir, llena de restaurantes y cafés de moda. Nos sorprendió el ambiente nocturno
de la ciudad porque los locales prestan especial atención (aunque tampoco es
que son para la tapa de una revista) a su vestimenta. En criollo, se visten
bien, mejor, como gente normal que va a salir a cenar por ahí. Punto para
Wellington. Tanto es así que sentimos en carne propia la discriminación de que
nos sentaran en el patio de un restaurante por nuestro informal atuendo de
hacer turismo… Nos ofendimos, aunque nosotros nos queríamos sentar en el patio.
Así que, punto para nosotros.
Además del Jardín Botánico, Cuba Street y el centro comercial de la ciudad, está la zona de
la costanera… Probablemente lo más hermoso de Wellington. Tiene restaurantes
con vista al mar, increíbles barcos amarrados, una bonita explanada para
caminar o hacer deporte y la visita turística infaltable: el enorme Museo de
Nueva Zelanda.
Con sus 6 pisos de curiosidades y su entrada gratuita, invita
a ir y a volver si te quedó algo por conocer. Entre lo que hay para ver, que,
como se imaginarán, es mucho, se destacan piedras extraídas del centro de la
Tierra (uno puede intentar levantarlas, aunque es casi imposible), un calamar
gigante (conservado en una gran pecera), una sala donde se explican los
movimientos tectónicos y los terremotos de la región (con una pequeña casita
donde se puede vivir un simulacro de terremoto de 6 puntos en la escala
Richter) y una sala dedicada a la historia del haka, esa interpretación estilo grito de guerra que hicieron famosa
los All Blacks.
Permítanme hacer una pausa para relatarles brevemente la
historia sobre cómo se originó el fiero grito de guerra que ahora atemoriza a contrincantes
de rugby y televidentes de todo el mundo. No empezó siendo tan bravo, no
señora… Érase una vez, un guerrero maorí que huía de un grupo de gente que
quería matarlo, este grupo contaba con un brujo que podía ver dónde se
ocultaba. Al llegar el guerrero a un poblado pidió asilo al jefe, que decidió
esconderlo en la tienda donde se guardaban las verduras y para protegerlo aún
más, puso a su señora sentada en la puerta de la tienda (alimentos y mujeres
bloqueaban la visión extrasensorial del brujo). Cuando llegaron los
perseguidores el jefe del poblado negó que allí se ocultara el guerrero que
estaban buscando y, después de un breve momento de tensión, se alejaron. Pasado
ahora sí el riesgo, el guerrero maorí salió de entre las papas y las batatas y
comenzó a entonar un apasionado grito que acompañó con golpes en el piso y en
su cuerpo… había nacido el haka, que
luego adoptó muchas otras letras. Ahí sentada, viendo el documental del Museo
de Nueva Zelanda, me tomé un momento para reflexionar y no pude evitar una
sensación de desasosiego con respecto al guerrero maorí. ¿No te escondieron
entre las verduras, acaso? ¿Es de valientes cantar cuando ya se fueron los
malos? El haka y toda su furia
salvaje maorí tomó otro color después de conocer esta historia de festejos
post-riesgo de muerte.
Volviendo a la ciudad, es imperdible la hermosa vista de la
bahía de Wellington en todo su esplendor desde lo alto del Monte Victoria. Poco
simpático es el colectivo que sube hasta la cima porque no funciona el fin de
semana. Así que caminamos por la ciudad (yo con toda mi humanidad que en esos meses
estaba multiplicada por 3 meses de bebito) y luego subimos por un sendero muy
rústico en el bosque hasta llegar al mirador. Y cuando en Nueva Zelanda algo es
rústico, es salvaje, apenas surcado por la huella del hombre… así que
caminábamos con el precipicio a un lado y los pinos al otro, a veces incluso
íbamos bosque através para acortar camino. Desde la punta del Monte Victoria la
vista de la ciudad es maravillosa, sobre todo para nosotros que, en la ciudad
del viento, tuvimos la suerte de tener un fin de semana con bastante poco.
Luego bajamos por el lado opuesto hasta llegar al Oriental
Parade, un paseo costero con una playa muy bonita y una vereda estilo
Copacabana. Nos sentamos a comer en un curioso restaurante que estaba adentro de
un barco anclado en la bahía (aparentemente el lugar a donde ir un domingo a la
mañana) y comimos una hamburguesa gigante mecidos por el oleaje bajo nuestros
pies. Desde ahí caminamos hasta la costanera del centro nuevamente, pasando por
el Museo de Nueva Zelanda y de paso visitando alguno de los varios mercados al
aire libre que decoran la ciudad durante los fines de semana. Los hay nocturnos
y diurnos, de comidas del mundo, de artesanías y hasta mercados navideños.
Todos valen la pena, los vendedores son muy simpáticos y se llenan de gente
local.
Uno de los mercados navideños más lindos que vimos fue
dentro de la antigua iglesia de Saint Paul’s, la más importante de Wellington
antes de que se construyera la nueva Catedral. Aunque Old Saint Paul’s por
fuera es un edificio bonito pero pequeño y que no llama demasiado la atención,
por dentro es una maravilla. Esta antigua iglesia anglicana está construida en estilo
gótico en madera oscura, lo que hace resaltar sus coloridos vitrales y las banderas
de las diferentes fuerzas armadas británicas, neozelandesas y estadounidenses
de la Segunda Guerra Mundial que cuelgan por encima de los antiguos bancos.
Parece el interior de un barco o de alguna iglesia laberíntica ortodoxa.
En fin, “absoluta y positivamente Wellington” es un eslogan
confuso pero la ciudad es muy linda y fácil de recorrer (al menos para
nosotros, que ya estábamos acostumbrados a los estándares rústicos
neozelandeses). Wellington tiene todo el encanto del sur del Hemisferio Sur,
con ese color del mar que no me deja olvidar a qué altura del planeta estamos y
con gente que disfruta los días de sol y poco viento (que son bastante
escasos). Y su Museo de Nueva Zelanda, tan completo y entretenido, es toda la
historia del país en seis pisos. Algo para sentirse orgullosos (el haka incluido, ¿por qué no?). La bonita
ciudad de Wellington, según mi humilde opinión, merece ser la capital.
Y así nos despedimos de Nueva Zelanda… Un país anglosajón,
isleño, rústico, tierra de oportunidades y de naturaleza pura. Otro país que,
para variar, se ganó un lugarcito en nuestro corazón y aprendimos a quererlo
con sus carreteras endemoniadas y sus maravillosos paisajes. Estén atentos a
este alargado vecino pobre de Australia (aún) porque, aunque todavía promete
más de lo que da, está camino de convertirse en algo realmente único en el
mundo. Su riqueza natural y su tradición cultural ya lo son. Así que aquellos
aventureros en busca de vida al aire libre y de naturaleza hasta decir basta,
de gente muy amable y muy sencilla, de playas interminables y praderas paraíso
de las ovejas; no lo duden, éste es su lugar en el mundo. Para mí fue una
experiencia inolvidable y muy enriquecedora, como todos los viajes que hacemos…
quizás no sea necesario volver (soy consciente de que estas palabras pueden
volverse en mi contra) pero guardaré todos los folletos y las crónicas para
cuando nuestro pequeño bebé quiera ir a conocer la clínica donde lo vimos
saltar por primera vez.
Unos días después ya estaba haciendo la valija para volver a
casa, aunque antes hice una escapada de un mes a la Argentina para pasar fin de
año en familia. Bien merecido me lo tengo, que empecé el 2014 en China, sin un
fuego artificial y sin pan dulce; viví en Hong Kong por un mes; hice otra
mudanza más; recibí a mis padres y a los invitados a la boda de mi cuñado en mi
casita madrileña nueva; acompañé a mi marido a Dinamarca varias veces y
finalmente habité casi tres meses en la otra punta del mundo. Y ni hablar de
nuestro mini Bebito que, con sus casi cinco meses de vida, ya dio la vuelta al
mundo completa: Madrid-Copenhague-Dubai-Brisbane-Auckland-Santiago de
Chile-Buenos Aires-Madrid… Y todo lo que te espera, mi cielo!
Hola, guapa!
ResponderEliminarCuánto tiempo sin saber de ti!
Tengo un nuevo concurso en el club al que perteneces. Te dejo el enlace por si te interesa:
http://elclubdelasescritoras.blogspot.com.es/2015/01/te-gustaria-conseguir.html
Saludos y feliz jueves!
Pd: Si no te interesa participar pero, en cambio, sí quieres ayudarme a promover mi novela, te estaría muy agradecida si lo hiceras!