Cuando llegué me dijeron que el agua de la canilla no era potable. Y
lo recalcaron. Pero una noche tuve sed. Y, un poco dormida, me serví un vaso y
me lo tomé. No paso nada. Sigo acá y ahora me hago la despreocupada con
respecto a las advertencias acuíferas. Yo tomé agua de la canilla y sobreviví,
¿ya soy turca? Y no solo eso, también reconozco a dos muecines diferentes que
llaman a la oración, uno me daña los tímpanos más que el otro que, en principio
pensé que era una mujer y luego decidí que se trataba de un chico joven.

Además de las palomas musulmanas, hay muchísimos pájaros. Hay
cuervos, gaviotas y otros que no conozco. Hoy se paró un cuervo en la ventana
de mi habitación (que estaba abierta), pegó un grito y casi me muero de un
infarto. Me están tomando confianza los pajarracos, en cualquier momento me
vienen a disputar el mate cocido. Se
aprenden muchas cosas del mundo cuando te condenan a una única ventana...

Las distancias en Estambul son largas. Por un lado, porque la ciudad
es realmente grande, y por el otro, porque hay un caos de tránsito casi todo el
tiempo. Cruzar en auto entre los lados europeo y asiático depende de dos
puentes que suelen estar bastante atascados a las horas importantes.
Pero eso no nos impidió pasear un poco… al menos, en el tiempo que
nos quedaba después de vagar por la ciudad en busca del próximo lugar donde
vivir. Cosa que, por cierto, ya encontramos: un departamento hermoso en la zona
de Göztepe Park (el que está lleno de tulipanes) y a unas cuadras del mar.
Estos fines de semana fuimos a un típico “brunch” de domingo a la
mañana en el Café Cadde; también salimos a la noche por los bares del barrio
europeo de Taksim; caminamos por la playa de Caddebostan, que no es una playa,
sino un paseo por la costanera, con parques a los costados y curiosos asientos
en forma de libro; y visitamos dos barrios en los que no había estado nunca.
El primero, del lado asiático y llamado Çengelköy, es un barrio de
casas tradicionales otomanas que miran al Bósforo. Las casas otomanas son
enteramente de madera, en general tienen dos o tres pisos y, cuando están bien
conservadas, son bonitas. Tienen balcones y techos curiosos, se asemejan a casas
de brujas. La mayoría de las que vi, en precario estado de conservación,
parecían carecer también de estabilidad pero, aún así, están en pie desde vaya a
saber uno cuándo.
Hay muchos restaurantes con vistas, mesitas en la calle donde la
gente juega al backgamon o fuma las famosas “nargiles” (pipas de agua con
tabaco aromatizado) que inundan las calles de olores frutales . Hay decenas de
pequeños cafecitos donde sentarse a tomar “çay” (chai) y quemarse los dedos con esos minúsculos vasitos
de vidrio donde los turcos decidieron servir el té. También descubrimos un
mirador de madera con bancos, donde la gente se sienta a contemplar el atardecer
sobre el agua. Nos compramos unas bolitas pegoteadas (como buñuelos con miel),
que parecían ser la especialidad local y también nos sentamos a mirar… ¿Qué
mejor que fundirse en las actividades de los lugareños? Porque mirar el Bósforo
y comer buñuelos se me antoja más fácil que aprender a jugar al backgamon.
Otro fin de semana nos llevaron a conocer, del lado europeo, la zona
de Örtakoy. Luego de cruzar el puente del mismo nombre, bajamos hasta ese
barrio que queda junto al Bósforo y mira, a través de la masa de agua, al lado
asiático de la ciudad. Es famoso porque ahí están las discotecas de alto nivel y
los lugares para salir por la noche.
Pero también tiene hermosos cafés y restaurantes, todos ubicados como en
terrazas sobre el agua, lo cual es muy entretenido porque el Bósforo es un
estrecho muy transitado. Se pueden ver pequeñas embarcaciones privadas, ferris,
cruceros y gigantescos barcos llenos de contenedores.
Este barrio también tiene casas otomanas pintadas de colores. Y por
las pequeñas callecitas que separaban las casas, había un mercado de alhajas y
cosas similares que le agregaba un atractivo especial. Desayunamos el domingo
de Pascua en un café muy top, mirando al puente de Örtakoy. Y sí, la Pascua
pasó por acá sin pena ni gloria… Esta vez no nos tocó festejo familiar ni huevos
de chocolate, hubo que conformarse con el desayuno turco… tampoco estuvo tan
mal. Lo más rico fue algo dulce (los turcos se lucen con sus postres), pero
esta vez mucho más sencillo: ricota con miel. Ricota que no es ricota,
estrictamente hablando, es más cremosa; y miel del panal. Cortábamos trocitos
de panal y lo untábamos junto con la ricota en un pan. ¡Algo delicioso!
Como última excursión gastronómica, fuimos a comer a un restaurant
con horno de barro (donde, después me vine a enterar, comieron Bill y Hillary
Clinton en su visita a Estambul). Un sitio muy lindo, elegante pero no
demasiado pretencioso; frente al parque Göztepe, en medio de lo que será
nuestro próximo barrio. Comimos las riquísimas “pide” que son como pizzas
dobladas en los costados haciendo una especie de barquito. Exquisitas, con
queso, carne de cordero y vegetales. Gastronómicamente hablando (y en muchos
sentidos más), todo es diferente por acá, pero creo que vamos a poder
sobrevivir… al menos, de hambre, no moriremos.
Hola Cintia. Tiempo lleva reconocer el territorio habitado/habitable. Todos los lugares del mundo son casi iguales, lo único es que nosotros no lo somos. Veo que a lugar nuevo decoración del blog nueva, colores nuevos acordes.Nosotros seguimos tratando de escibir, si es posible mejor, pues mejor. Las crónicas como las tuyas ayudan mucho al relato. Me parece estupendo, y deseo que todo os vaya bien por allí. Ya sabes, los argentinos llevamos años conviviendo con ellos desde el cole, y "turquito", a fin de cuentas, en la Argentina es todo ser humano procedente del mundo árabe, quizás porque los turcos, en aquellos años de la inmigración primaria, dominaban muchos más países. Buena suerte, buena escritura, buenos Kebag.
ResponderEliminarGracias, Norberto!
EliminarQue lindo que mis crónicas ayuden al relato... Cómo va esa escritura? Estoy segura que hubo mejorías apreciables!
Yo también sigo intentando escribir, parece ser de que eso, no nos salvamos!
Me gustó tu reflexión. Todavía no consigo convencer a los argentinos que la mayoría de los turcos no tienen bigote! jajaja
Abrazo grande!