El drama, ¿qué es el drama? ¿Por qué las mujeres necesitamos un poco de
drama en nuestras vidas? Y ¿por qué, fundamentalmente, Alejo no comprende su
gran aporte a la vida conyugal?
En el título puse “ese alimento de los dioses” y así lo creo.
Efectivamente, los dioses griegos y romanos fueron los primeros que inventaron
el drama. ¡Y qué dramas!
Después vinieron las novelas y las películas, donde las mujeres
descargaron todas sus frustraciones, ilusiones, miedos y alegrías que tenían
guardados en la mente. Jane Austen, quien vivió un gran drama amoroso (si es
ajustada a la realidad la película que acabo de ver), calculo que se inspiró en
sí misma cuando escribió sus múltiples novelas. Sus libros son bastante densos,
cualidad que atribuyo a que ella, finalmente, no vivió el matrimonio en carne
propia. ¡Nada mejor que un esposo para bajar a la tierra el más greco-romano de
los dramas!
Uno de esos esposos que le preguntan a su esposa “¿Qué te pasa?”, y ella,
engañada por la falsa intención de la pregunta, contesta con un “Estoy media
triste porque mi vida no es lo que yo esperaba”. Entonces el marido pone cara
de comprensión y con un mimo en la cabeza (la peor clase de mimo) la
tranquiliza diciendo “No te preocupes, ya se te va a pasar”.
Digamos que Jane se conseguía un marido y se casaban. Pongámosle que se
amaban profundamente. El amor en un matrimonio es como esas bolas de cristal
con agua y que adentro tienen nieve o copitos, cuando uno las sacude un poco,
la nieve se esparce por toda la bola y cuando lo deja quieto, de a poco toda la
nieve cae hasta el fondo. El enamoramiento es la primera parte y el resto de un
matrimonio feliz es la segunda. El amor está, solo que no ocupa toda la bola
(siendo la bola el cerebro femenino, se entiende).
Claro que el amor no ocupa todo el cerebro de una mujer, en tanto y en
cuanto no se lo sacuda. Si, mis queridos, también se puede sacudir un cerebro.
¿Cómo? Muy fácil, las mujeres somos altamente susceptibles al…drama. Ahí lo
tienen.
En nuestra versión de la vida de Jane (digamos que la realidad
alternativa de Jane), ésta se casaba y toda la comarca acudía al casamiento.
Tenían una noche de bodas romántica, con pétalos de rosas, caricias, mimos. Se
iban unos días a Londres, donde se alojaban en la mansión y se pasaban los días
caminando por la ciudad agarrados de la mano, de pic-nic en la pradera o
bailando en fiestas de la alta sociedad. ¡Qué felices eran Jane y marido! (A
quién podríamos llamar Rubén, para mestizar un poco la novela).
Una mañana Jane se levanta y, mientras se peina, se mira al espejo. “¿Por
qué no seré rubia?”- se pregunta con cierta curiosidad. “Es más- piensa- como
me gustaría tener el pelo rubio y lacio, para poder peinarme con más
facilidad”. Sigue acicalándose durante unos minutos, intranquila, y de repente
revolea el cepillo por el aire, que le da de lleno en la frente a su marido
Rubén, y grita: “¡Odio mi pelo! ¡Mi hermana era rubia y yo tuve que salir
morocha y encima con estos rulos de morondanga!”
Directamente enojada y pasando rápidamente al desconsuelo se da cuenta de
que nació en el siglo incorrecto, que no hay alisado japonés ni Casting de Revlon que pueda asistirla en
su terriblemente errada vocación capilar.
Rubén, que no entiende nada, la mira con cariño y le dice “Mi cielo, a mi
me encanta tu pelo. Estás preciosa. Y, perdóname que te lo diga, pero tu pelo
es mucho más lindo que el de tu hermana”.
“No ves, Rubén- dice ella, entornado los ojos- que tenía razón. ¡Siempre
te cayó mal mi hermana! Y yo que la adoro, es mi mejor amiga del mundo. ¡Y vos
la odiás, Rubén, desgraciado!”- grita Jane, amenazándolo con el talco, todavía
en camisón y con los pelos hechos una maraña, decididamente poco elegante.
“Pero Jane- intenta el pobre Rubén, al que le vendría mejor quedarse
callado pero él no lo sabe- yo no odio a tu hermana. Y digamos que, muy mejor
amiga tuya no será porque no se ven nunca…” (Ibas bien, Rubén)
“Yo no sé qué tenés vos contra mi familia”- dice Jane, cuyos ojos
empiezan a llenarse de lágrimas. “No te entiendo, Rubén, sniff, yo me aguanto a
tu familia todas las fiestas y ¡¿vos me decís esto?!”
Ya las lágrimas corren por las mejillas de Jane quien, limpiándose la
nariz con la manga del camisón termina diciendo: “¿Sabés qué, Rubén? Hoy, el
desayuno, ¡te lo preparás vos!” Y sale rauda dando un portazo.
¿Qué pasó aquí? Bien, si le preguntamos a Rubén, probablemente nos conteste
que su mujer (quien era pura dulzura con él hasta ahora) se volvió loca de un
momento al otro y él se quedó sin desayuno. Jane, mientras tanto, corrió a
escribir una novela, porque se inspiró en el desgraciado de Rubén, el
infortunio de su pelo y su angustiante familia política.
Un rato después, con la panza vacía y una terrible confusión mental,
Rubén se acerca al escritorio donde Jane está sentada, escribiendo. Para él,
esto es como un juego de cartas, depende en un gran porcentaje del azar. El
movimiento que va a hacer puede salirle bien o puede tener un resultado atroz y
terminar peor que con la mera ausencia del desayuno. Rubén mira sus cartas, sus
herramientas para salir de meollos como estos. Las posibilidades son: un
abrazo, enojarse o simplemente ignorarla. “Siempre las mismas…”-piensa un poco
desalentado.
Se acerca a Jane, le da un abrazo y la mira (no le dice nada, gran jugada
de su parte). “Ay Rubén, ¡cómo te quiero!”- exclama ella para asombro de su
marido. Esta vez le salió bien, ni él se lo cree, ¡y eso que estuvo a punto de
enojarse!
Se besan apasionadamente sobre el escritorio y, mientras caminan hacia la
cocina abrazados, Rubén sabe que le espera más que un desayuno. “Soy un
campeón”- se felicita sin saber, verdaderamente, ni qué pasó ni cómo lo arregló;
fundamentalmente, si haber aprendido nada de esta lección.
“Él se dio cuenta y vino a consolarme”- se alegra Jane. “Qué bien, cómo
controlo a mi marido”- dice mientras prepara el desayuno.
Las mujeres amamos el drama. En mayor o en menor medida. Mejor en su
medida justa, si no queremos convertirnos en la verdadera Jane Austen y
quedarnos sin marido.
Fantastico y la pura verdad de nosotras!! Sin un poco de drama nuestras vidas serian aburridas.
ResponderEliminarFelicitaciones y me encanto descubrirte.
Gracias, Alexandra!!
EliminarQue alegría tenerte por aquí =)
Un beso grande!