13 de mayo de 2013

Galicia, una esquina al mar (1era parte)


De las 17 comunidades autónomas que tiene España (algo así como nuestras provincias) he visitado exactamente 10, contando también mi última adquisición: Galicia.

Ya estaba encantada con el norte español desde antes, cuando conocí Asturias (y muy brevemente, el País Vasco) y descubrí una España verde y montañosa, repleta de ríos y arroyos, con una curiosa herencia celta y que se jacta de servir los mejores y más abundantes platos. Galicia terminó de enamorarme, con sus infinitas costas de playa o acantilados, sus deliciosos mariscos y esa gente que habla con el que considero el acento más simpático del país.


En algún punto indefinido, al menos para mí (que venía bastante dormida y cómodamente apretujada entre mi cuñado y mi marido en la parte trasera del auto), dejamos atrás el paisaje árido de los alrededores de Madrid y la suaves ondulaciones amarillentas de esporádicas vacas y molinos de viento, para entrar en una zona de cerros verdes, con pinos y ríos llenos de agua.

Galicia, en forma de esquina, limita por dos lados con el mar (el Cantábrico y el Océano Atlántico) y al sur con Portugal. Debe su nombre a las oleadas de celtas que llegaron en varias ocasiones hasta el siglo IV a C. Allí se habla, además de castellano, gallego, el idioma más hablado por su zona histórica en España, y que suena parecido al portugués.

Grande fue mi sorpresa al descubrir nuestro alojamiento. Es tradición en Galicia quedarse en las llamadas “casas rurales” que no son más que antiguas casonas restauradas respetando su característica arquitectura: paredes muy gruesas de piedra (para guardar dentro el calor), ventanas pequeñas y mucha madera en su interior. En este caso, teníamos reservada una encantadora casa antiguo molino llamada “A Maquía de Medín”, con un arroyo que pasaba justo debajo de ella, creando un ambiente sumamente pintoresco y típico de esta región. En la antigüedad, el agua hacía funcionar el molino que usaban los habitantes de la zona por turnos y pagaban al cuidador una parte de su molienda.

Aunque nadie se hubiera opuesto a pasar los días disfrutando de nuestro gracioso molino, comiendo delicias locales o simplemente tomando sol junto al arroyo (porque nos tocaron todos días de sol, algo muy poco común en Galicia); nos incitamos a recorrer los lugares más destacados de la zona: Santiago de Compostela, La Coruña y las famosas Rías Bajas.

Galicia es una comunidad muy volcada al mar, tanto en sus tradiciones como en su gastronomía. De hecho, durante los años en que las carreteras de España no estaban tan desarrolladas, a los gallegos les era más fácil ir a los lugares en barco que por tierra. Aunque lo que se dice fácil, no sería. Una gran porción del territorio es la llamada “Costa de la Muerte”, bautizada así luego del naufragio en 1596 que se cobró 1706 almas. También, probablemente debido a sus gigantescos acantilados y sus entradas del mar (llamadas “rías”), una de las zonas con más faros que visité.


Los peregrinos infinitos

La ciudad de Santiago de Compostela es la capital de la provincia. Reconocida por la Catedral, que tiene sus remotos orígenes allá por el año 814 cuando un ermitaño llamado Pelayo se dejó guiar por unas luces en el horizonte que lo llevaron, presumiblemente, a la tumba del apóstol Santiago.

Si bien el descubrimiento era un poco sospechoso, teniéndose en cuenta que habían pasado ocho siglos desde la muerte del apóstol en Jerusalén, vino muy bien a la comunidad católica de una España que se encontraba ocupada por los musulmanes, quienes pujaban por propagar su religión en el norte también. Alfonso II el Casto, rey de Asturias, vio en este descubrimiento el pretexto perfecto para crear un punto religioso equiparable a Roma y Jerusalén y dio comienzo al llamado Camino de Santiago, convirtiéndose él mismo en el primer peregrino en recorrerlo.


Se inició así una tradición milenaria de peregrinos que llegaban desde Francia o Italia, que llevaban como estandarte la vieira o concha de Santiago y como objetivo común: llegar a la Catedral. Esta afluencia de fieles hizo que los ritos católicos se entremezclaran y se actualizaran en una época de escasa comunicación. Hoy en día siguen llegando peregrinos a la ciudad (en 2011 unos 170.000) que hacen el Camino de Santiago por razones religiosas o simplemente deportivas. Los unos y los otros llevan una libreta que van sellando en diferentes puntos de su recorrido y obtienen “la Compostela” al llegar a Santiago; en los años jacobeos, ésta se traduce en una indulgencia plenaria.

La actual Catedral de Santiago se erige sobre la tumba del apóstol y comenzó a construirse en 1075. Es de estilo barroco y en ella destacan el Pórtico de la Gloria y el gigantesco Botafumeiro, un incensario de 62 kilos y 1,60 metros de altura (que no estaba). A mí, lo que más me llamó la atención fueron los tubos del órgano que salen como disparados para todos lados, por encima de las cabezas de los visitantes.

La Catedral comparte la plaza principal, o Plaza del Obradoiro, con el Palacio de Rajoy (el ayuntamiento) y el antiguo Hospital de los Reyes Católicos, creado para atender a los peregrinos que terminaban el camino; hoy es un lujoso hotel que también da cobijo pero a los peregrinos más adinerados.


Además de estos increíbles palacios, que se tornan naranja con la puesta de sol haciendo aún más bella esta parte de la ciudad, vale la pena visitar alguno de los edificios que forman la Universidad de Santiago (una de las más antiguas del mundo) y que se encuentra esparcida por el centro histórico.

En el aspecto alimenticio, nos deleitamos con los fabulosos mariscos locales (aunque el mejillón estaba suspendido debido al “envenenamiento” que asumimos sería la marea roja), comimos navajas, almejas y el famosísimo “pulpo a la gallega”, que viene acompañado por ”cachelos” (papas), aceite de oliva y pimentón. También comimos una buena porción de “queso de tetilla”, un queso de vaca con forma de… imagínense. Y de postre, más de una porción de la “tarta de Santiago”, una deliciosa torta de almendras, que decoran con una cruz de azúcar impalpable (aquella que asociamos al Banco de Galicia).

4 comentarios:

  1. La cruz blanca es la Cruz de (la Orden de) Santiago ; Velazquez fue unos de sus miembros

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    1. Pero mirá que bien!!! Gracias por tu aporte, María! Un beso grande

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  2. Hola linda!
    OH DIOS, MUCHAS GRACIAS POR EL RECORRIDO!!!
    Cuánta historia, cuanto tiempo... Es que debiste sentir cómo otras personas estuvieron donde tú estuviste, durante milenios se fue contruyendo lo que es, cimentándola y lo que hablas de la luz y los paisajes y awww... DIOS, QUÉ GRANDE TODO! Osea, lugares con más de mil años de historia, que aún se pueden visitar y estar bajo su techo. Eso, en Costa Rica, no se encuentra.
    Saludos!

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    1. Graciaaaaas!!! Que lindo tu comentario!!
      Me imagino que, aunque diferentes, Costa Rica no se debe quedar atrás en paisajes hermosos e historias increíbles!!
      Muchos besos!

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