De las 17 comunidades autónomas que tiene España (algo así
como nuestras provincias) he visitado exactamente 10, contando también mi
última adquisición: Galicia.
Ya estaba encantada con el norte español desde antes, cuando
conocí Asturias (y muy brevemente, el País Vasco) y descubrí una España verde y
montañosa, repleta de ríos y arroyos, con una curiosa herencia celta y que se
jacta de servir los mejores y más abundantes platos. Galicia terminó de
enamorarme, con sus infinitas costas de playa o acantilados, sus deliciosos
mariscos y esa gente que habla con el que considero el acento más simpático del
país.
En algún punto indefinido, al menos para mí (que venía
bastante dormida y cómodamente apretujada entre mi cuñado y mi marido en la
parte trasera del auto), dejamos atrás el paisaje árido de los alrededores de
Madrid y la suaves ondulaciones amarillentas de esporádicas vacas y molinos de
viento, para entrar en una zona de cerros verdes, con pinos y ríos llenos de
agua.
Galicia, en forma de esquina, limita por dos lados con el
mar (el Cantábrico y el Océano Atlántico) y al sur con Portugal. Debe su nombre
a las oleadas de celtas que llegaron en varias ocasiones hasta el siglo IV a C.
Allí se habla, además de castellano, gallego, el idioma más hablado por su zona
histórica en España, y que suena parecido al portugués.

Aunque nadie se hubiera opuesto a pasar los días disfrutando
de nuestro gracioso molino, comiendo delicias locales o simplemente tomando sol
junto al arroyo (porque nos tocaron todos días de sol, algo muy poco común en
Galicia); nos incitamos a recorrer los lugares más destacados de la zona:
Santiago de Compostela, La Coruña y las famosas Rías Bajas.
Galicia es una comunidad muy volcada al mar, tanto en sus
tradiciones como en su gastronomía. De hecho, durante los años en que las
carreteras de España no estaban tan desarrolladas, a los gallegos les era más
fácil ir a los lugares en barco que por tierra. Aunque lo que se dice fácil, no
sería. Una gran porción del territorio es la llamada “Costa de la Muerte”, bautizada
así luego del naufragio en 1596 que se cobró 1706 almas. También, probablemente
debido a sus gigantescos acantilados y sus entradas del mar (llamadas “rías”),
una de las zonas con más faros que visité.
Los peregrinos
infinitos
La ciudad de Santiago de Compostela es la capital de la
provincia. Reconocida por la Catedral, que tiene sus remotos orígenes allá por
el año 814 cuando un ermitaño llamado Pelayo se dejó guiar por unas luces en el
horizonte que lo llevaron, presumiblemente, a la tumba del apóstol Santiago.
Si bien el descubrimiento era un poco sospechoso, teniéndose
en cuenta que habían pasado ocho siglos desde la muerte del apóstol en
Jerusalén, vino muy bien a la comunidad católica de una España que se
encontraba ocupada por los musulmanes, quienes pujaban por propagar su religión
en el norte también. Alfonso II el Casto, rey de Asturias, vio en este
descubrimiento el pretexto perfecto para crear un punto religioso equiparable a
Roma y Jerusalén y dio comienzo al llamado Camino de Santiago, convirtiéndose
él mismo en el primer peregrino en recorrerlo.

La actual Catedral de Santiago se erige sobre la tumba del
apóstol y comenzó a construirse en 1075. Es de estilo barroco y en ella destacan
el Pórtico de la Gloria y el gigantesco Botafumeiro, un incensario de 62 kilos
y 1,60 metros de altura (que no estaba). A mí, lo que más me llamó la atención
fueron los tubos del órgano que salen como disparados para todos lados, por
encima de las cabezas de los visitantes.
La Catedral comparte la plaza principal, o Plaza del
Obradoiro, con el Palacio de Rajoy (el ayuntamiento) y el antiguo Hospital de
los Reyes Católicos, creado para atender a los peregrinos que terminaban el
camino; hoy es un lujoso hotel que también da cobijo pero a los peregrinos más
adinerados.
Además de estos increíbles palacios, que se tornan naranja
con la puesta de sol haciendo aún más bella esta parte de la ciudad, vale la
pena visitar alguno de los edificios que forman la Universidad de Santiago (una
de las más antiguas del mundo) y que se encuentra esparcida por el centro
histórico.

La cruz blanca es la Cruz de (la Orden de) Santiago ; Velazquez fue unos de sus miembros
ResponderEliminarPero mirá que bien!!! Gracias por tu aporte, María! Un beso grande
EliminarHola linda!
ResponderEliminarOH DIOS, MUCHAS GRACIAS POR EL RECORRIDO!!!
Cuánta historia, cuanto tiempo... Es que debiste sentir cómo otras personas estuvieron donde tú estuviste, durante milenios se fue contruyendo lo que es, cimentándola y lo que hablas de la luz y los paisajes y awww... DIOS, QUÉ GRANDE TODO! Osea, lugares con más de mil años de historia, que aún se pueden visitar y estar bajo su techo. Eso, en Costa Rica, no se encuentra.
Saludos!
Graciaaaaas!!! Que lindo tu comentario!!
EliminarMe imagino que, aunque diferentes, Costa Rica no se debe quedar atrás en paisajes hermosos e historias increíbles!!
Muchos besos!