Olga
había dado la orden de dejar el baño en perfecto estado, aún sabiendo que
estaba invadido de hormigas. Los insectos, que eran rojos y gordos, habían
traído tierra de vaya a saber donde y habían tapado las cañerías. Asomaba por
la boca del desagüe, entre los azulejos blancos, un montículo terroso y varias
cabecitas vigilantes. Don Aurelio se negó a contratar un plomero que realizara
la tarea, dijo que había asistido a varios cursos de fontanería avanzada y que
no había necesidad de traer a nadie. El baño se limpió, se fregó y se lustró.
Las hormigas desaparecieron por donde habían venido y el ojo supervisor de Olga
determinó que había sido una tarea satisfactoria. Don Aurelio sonrió para si
mismo y se puso las manos en los bolsillos.
Al día
siguiente, con la casa inundada hasta los tobillos, llamó a un plomero.
EL COLETIVO
ResponderEliminarSólo en Buenos Aires
viajo colectivamente en Coletivo,
que es una máquina gigantesca
de tortura,
sacudiéndose tenebrosa
sobre el espacio adoquinado y obsesivo.
La calle repetida
entre esquinas casi iguales,
pero tan distintas,
con el nombre a veces conocido
en la chapa azul de la fachada. 68
El Coletivo, es una lavadora
de almas navegantes
en la hipérbola transitoria
y ausente de su existencia
de mirada perdida
reflejada en la sucia ventanilla,
mientras alguien, cualquiera,
encima tuyo, 76
siempre te mira el escote,
o el periódico que lees,
y trata, con desgana,
de saber quién eres. 80
No hay suspensión,
no hay ballesta ni muelle,
ni freno ni suavidad,
ni conmiseración
en el mundo de esa máquina.
Ni arranque, ni giro,
ni sacudida combinada sobre la cundalini
que intente, tan desesperadamente,
arrancarte de tu asiento,
arrojarte al vacío eterno,
y despertarte o matarte,
de esa forma y para siempre. 92
No hay movimiento,
(¡Shake me baby, shake me do!),
ni precipitación tan notoria
en el mundo de esas máquinas
en movimiento. Ni hombre tan
ensimismado en su tarea, 98
en la manipulación
de las palancas y las llaves,
ni tan cabreado,
ni tan tardío o adelantado,
ni tan observador,
cómo el Coletivero. Antiguo
hombre orquesta transmutado
en operador mediático. 106
Todo es Coletivo
por la cuadrícula de Buenos Aires.
Coletivos que corren juntos,
que se cruzan o juegan
a ganarse, dejando
una estela ruidosa
sobre las empedradas calles.
Cajas metálicas rodantes
construidas con pliegues
de papel de regalo,
como paquetitos cursis de colonia
llenos de lacitos,
y etiquetas numeradas con saludos,
espejos que nos vigilan, 120
y suspiros automáticos
sobre la gente quieta, pero agitada,
obligadamente agitada
en sus asientos, antes
de que la pelvis y los riñones
crujan, o se descoyunten para siempre. 126
Y es el hombre sin pierna
que vende estampitas,
cuando el milagro
es que permanezca en pié. 130
El antiguo combatiente
que trafica exaltaciones
patrióticas, por una guerra
necesariamente perdida. 134
El desempleado que ofrece
destornilladores sucesivos,
fácilmente acoplables. 137
Y el niño huérfano
que habla de su hermanita,
sola y hambrienta
en el cercano suburbio. 141
La terrible tragedia de la ciudad
que viaja en Coletivo,
colectivamente y sin billete,
soñando con llegar
a alguna parte. 146