30 de enero de 2012

Las Hormigas


    Olga había dado la orden de dejar el baño en perfecto estado, aún sabiendo que estaba invadido de hormigas. Los insectos, que eran rojos y gordos, habían traído tierra de vaya a saber donde y habían tapado las cañerías. Asomaba por la boca del desagüe, entre los azulejos blancos, un montículo terroso y varias cabecitas vigilantes. Don Aurelio se negó a contratar un plomero que realizara la tarea, dijo que había asistido a varios cursos de fontanería avanzada y que no había necesidad de traer a nadie. El baño se limpió, se fregó y se lustró. Las hormigas desaparecieron por donde habían venido y el ojo supervisor de Olga determinó que había sido una tarea satisfactoria. Don Aurelio sonrió para si mismo y se puso las manos en los bolsillos.

    Al día siguiente, con la casa inundada hasta los tobillos, llamó a un plomero.

1 comentario:

  1. EL COLETIVO

    Sólo en Buenos Aires
    viajo colectivamente en Coletivo,
    que es una máquina gigantesca
    de tortura,
    sacudiéndose tenebrosa
    sobre el espacio adoquinado y obsesivo.
    La calle repetida
    entre esquinas casi iguales,
    pero tan distintas,
    con el nombre a veces conocido
    en la chapa azul de la fachada. 68

    El Coletivo, es una lavadora
    de almas navegantes
    en la hipérbola transitoria
    y ausente de su existencia
    de mirada perdida
    reflejada en la sucia ventanilla,
    mientras alguien, cualquiera,
    encima tuyo, 76



    siempre te mira el escote,
    o el periódico que lees,
    y trata, con desgana,
    de saber quién eres. 80

    No hay suspensión,
    no hay ballesta ni muelle,
    ni freno ni suavidad,
    ni conmiseración
    en el mundo de esa máquina.
    Ni arranque, ni giro,
    ni sacudida combinada sobre la cundalini
    que intente, tan desesperadamente,
    arrancarte de tu asiento,
    arrojarte al vacío eterno,
    y despertarte o matarte,
    de esa forma y para siempre. 92

    No hay movimiento,
    (¡Shake me baby, shake me do!),
    ni precipitación tan notoria
    en el mundo de esas máquinas
    en movimiento. Ni hombre tan
    ensimismado en su tarea, 98



    en la manipulación
    de las palancas y las llaves,
    ni tan cabreado,
    ni tan tardío o adelantado,
    ni tan observador,
    cómo el Coletivero. Antiguo
    hombre orquesta transmutado
    en operador mediático. 106

    Todo es Coletivo
    por la cuadrícula de Buenos Aires.
    Coletivos que corren juntos,
    que se cruzan o juegan
    a ganarse, dejando
    una estela ruidosa
    sobre las empedradas calles.
    Cajas metálicas rodantes
    construidas con pliegues
    de papel de regalo,
    como paquetitos cursis de colonia
    llenos de lacitos,
    y etiquetas numeradas con saludos,
    espejos que nos vigilan, 120


    y suspiros automáticos
    sobre la gente quieta, pero agitada,
    obligadamente agitada
    en sus asientos, antes
    de que la pelvis y los riñones
    crujan, o se descoyunten para siempre. 126

    Y es el hombre sin pierna
    que vende estampitas,
    cuando el milagro
    es que permanezca en pié. 130
    El antiguo combatiente
    que trafica exaltaciones
    patrióticas, por una guerra
    necesariamente perdida. 134
    El desempleado que ofrece
    destornilladores sucesivos,
    fácilmente acoplables. 137
    Y el niño huérfano
    que habla de su hermanita,
    sola y hambrienta
    en el cercano suburbio. 141



    La terrible tragedia de la ciudad
    que viaja en Coletivo,
    colectivamente y sin billete,
    soñando con llegar
    a alguna parte. 146

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