-Un viaje consiste en
trasladarse de un lugar a otro. Aunque hay acepciones muy diferentes, ésta es
la más aceptada. Involucra a un sujeto, movimiento y un medio de transporte que
puede ser tan variado como un caballo o el magnífico AVE.
Es el propósito de un
viaje llegar a destino. Pero hay veces que el recorrido en sí es tan especial
que se convierte en un destino propio. En tales ocasiones, el motivo de alarde al
compartirlo con otros deja de ser el “estuve en” para pasar a ser el “viajé
por” (que es lo mismo que decir que uno recorrió un lugar, no solo como
consecuencia indivisible de la acción de trasladarse, sino como motivación en
sí, prestando atención a los paisajes y tal vez, deteniéndose a tomar
fotografías).
Podría sonar
incongruente el hecho de que un viaje sea un destino, pero suele darse que el destino de una persona sea simplemente
viajar. Aunque, si se entiende viajar
como trasladarse de un lugar a otro, parece evidente que será ese el destino
todo el género humano, ya que es muy difícil llevar una vida sin transportarse
de un lugar al siguiente.
Aun así, supongamos que
una persona consigue pasarse toda su existencia sin movilizarse, ni siquiera un
ápice; supongamos que esté absolutamente detenida. En ese caso cabría utilizar
la segunda acepción de viaje, referida a algo más espiritual o intelectual y
convenir que, aunque tal persona haya logrado no moverse en toda su vida, es
posible que igualmente haya realizado viajes que lo llevaron de un lugar a otro
en su intelecto o en su espiritualidad.
Por lo tanto, nuestro
razonamiento tiene que concluir que todos los seres humanos estamos viajando. Socialmente
usted pueda no ser aceptada cuando diga que está viajando, si está quieta en un
sitio. Existe la posibilidad de que consideren que está utilizando drogas.
Así que, volviendo al
tema que nos ocupaba, es recomendable que se refiera a un viaje cuando tenga pensado llegar a cierto destino o cuando realice
un recorrido memorable. Siendo todos éstos lugares físicos y no los que estén
en su imaginación.
-¿Cuánto falta?-
preguntó la niña, que no entendía de teorías, ni de destinos pero que, aun así,
ya tenía su propia concepción de lo que significaba viajar. El chófer sonrió.
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