
A las cuevas de Waitomo se accede ahora por un moderno
centro de información en medio del bosque. Por dentro, las cuevas son de piedra
caliza que se formó hace 30 millones de años debajo del mar. Sus paredes
muestran vetas de diferentes colores e incluso contienen restos fósiles de
esqueletos de peces, moluscos y corales. Cuando los movimientos de las placas
tectónicas comenzaron a empujar grandes masas de tierra por esta zona de Nueva
Zelanda, las cuevas salieron a la superficie. Con el paso del tiempo, el agua de
lluvia se empezó a colar dentro y comenzó a gastar la piedra caliza para crear
curiosas estructuras en forma de conos llamadas estalactitas y estalagmitas,
según si la base está en el techo de la cueva o en el suelo. Su formación es
terriblemente lenta (un centímetro cúbico cada 100 años) y se asemejan a los
castillos de arena mojada en la playa. Cuando se unen una estalactita y una estalagmita,
se forma una extraña columna que parece derretida.

Las cuevas están llenas de estas decorativas formaciones
rocosas en muchos tonos de rosa y marrón. Y el agua sigue goteando por todos
los rincones, tanto es así que hay ríos y lagos subterráneos. Por ellos se
puede andar en pequeños barquitos que navegan en la oscuridad para no asustar a
los más ilustres habitantes de estas cuevas: los gusanos brillantes (glowworms).
Luego de pasear entre estalactitas y estalagmitas (no me
canso de decirlo, me siento tan culta…) nos sumergimos en la profundidad de la
cueva bajando por unas escaleras peligrosamente poco iluminadas, hasta llegar a
un río. Aleccionados por la guía sobre la imposibilidad de hacer fotos, de
hacer ruido o de encender luces (los gusanos brillantes son bastante exigentes
con su público), nos subimos a un minúsculo barquito en la oscuridad de la
gruta. Tal era la oscuridad que solo escuchábamos el agua del río, no veíamos
las paredes de la cueva, ni siquiera nos veíamos las caras. Todo esto (el
silencio, la oscuridad, el barquito) tuvo sentido cuando miramos hacia arriba…
nos deslizábamos muy lentamente por este río subterráneo con algo similar a una
galaxia brillando por encima de nuestras cabezas.
Como la naturaleza es a la vez maravillosa y un poco
desagradable, estas pequeñas lucecitas en la oscuridad no eran más que una
especie de mosquitos y sus hijos: las larvas. Estos insectos producen un efecto
único en el mundo (literalmente, porque solo existen en Nueva Zelanda):
prendidos al techo de las cuevas, desprenden unas lucecitas verdes y azules,
como luciérnagas pero de otro color. Hay tal cantidad en los techos de Waitomo,
que se ven como un cielo estrellado. ¡Es algo alucinante! A parte de la belleza
estética, las larvas utilizan esa luz para atraer a sus presas y sueltan un
hilo baboso semejante al de las arañas, para atraparlas.

(Nota de la autora: como no se podían sacar fotos, las imágenes con las que acompaño estas crónicas pertenecen a la página de las cuevas de Waitomo waitomo.com y a otros viajeros que tuvieron la amabilidad de poner sus fotos en internet como amusingplanet.com, whenonearth.net, travelet.com y bisozozo.com ).
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