Todas las mañanas, en el acto de la bandera, los alumnos se
formaban de menor a mayor y entonaban el himno.
-Sean eteeernos los laureeeles, que supiiimos concebiiir…- cantaba
Marcos en el patio del colegio.
-Conseguir- susurró Diego.
-¿Qué?
-Conseguir, no concebir- repitió su amigo, al que la maestra
había corregido en ocasiones anteriores, y ahora se daba el lujo de reprenderlo
a él, que cantaba desaforadamente y hacía las veces de batutas con los dedos
índices.
Marcos no lo miró. Ya no podía cantar “concebir” sabiendo
que estaba equivocado. Y los dedos como batutas le parecieron tontos. Pero aún
así, siguió entonando con valentía.
-Con glooria moriiir…chan chan chan chan chan chan- Marcos terminó
la última oración del himno y aplaudió un rato más largo que los demás. Él se
despedía de algunas cosas esa mañana.
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