Un elegante sedán recorre las calles de
la ciudad. Maneja un hombre negro que va escuchando las noticias en la radio.
- Rogelio,
¿querés apagar eso?
- Si,
señora- responde el chofer.
En el asiento trasero viaja una señora
mayor vestida de rosa. Su pelo está impecablemente peinado en un moño. Entre
los pliegues de su cuello, se divisa un collar de perlas, con el que juega
compulsivamente. Con la otra mano, acaricia un perro blanco y peludo que descansa
en su regazo.
El auto se detiene al llegar a una gran
puerta enrejada. El chofer baja la ventanilla y habla por un momento con el
guardia de seguridad que se acerca. Luego se abre la reja y el auto avanza
hasta la entrada principal de un enorme edificio de color indefinido.
La señora de rosa se baja haciendo
equilibrio con sus tacos, para los que ya está un poco anciana. Se alisa las
arrugas de la falda y luego estira el brazo que tiene el perro y se lo entrega
a Rogelio, que está parado sosteniendo la puerta del auto. Camina tambaleante,
con su bolsito de piel colgando del brazo, y se dirige hacia la puerta, donde
la espera una persona.
- Buenas
tardes, señora Patsy- la saluda amablemente.
- Buena
tardes, Fiodor. Esa gravilla que pusieron en la entrada va a ser que una se
mate por tratar de caminar unos metros. ¿No alcanzaba el presupuesto para poner
un piso como la gente?
Fiodor reprime una mueca de disgusto y
abre la puerta. La señora deja su bolsito en la canastilla y pasa por el
detector de metales que, invariablemente, suena. El guardia la mira con agobio y le pasa
rápidamente un detector manual. Suena en el cuello, en los brazos, en las
orejas. La señora se impacienta, agarra su bolsito de piel y la dejan pasar.
Llega hasta la sala de los asientos y
elige el número seis. Se sienta en una de esas sillas naranjas que tanto odia
y, tomando el teléfono que hay a un costado, mira a través del vidrio.
Frente a ella se encuentra sentado un
hombre. Parece haberse peinado con esmero, pero no está limpio ni afeitado. Una
fea cicatriz le recorre la frente y las gotas de sudor resbalan hasta las
cejas. Con una mano toma el teléfono de su lado, tiene los dos brazos
completamente tatuados.
- Hijo,-
dice la señora una vez que tiene el aparato en la oreja- me vengo a vivir con
vos.
A continuación, y ante la mirada atónita
del hombre, la señora mete la mano en su bolsito, camina hacia el guardia que
está en la puerta y lo apuñala en el estómago. Mientras el guardia cae al suelo,
grita llamando a los demás.
La señora vuelve hasta el teléfono. Se
limpia las manos con un pañuelo blanco con puntillas y toma el aparato de
nuevo.
- ¿Te
parece bien, mi cielo?
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