6 de febrero de 2012

Oíd mortales

-Oíd, mortales, éste es el trato: Ustedes sacrificarán en mi honor a una niña todas las primaveras. Y yo, a cambio, les daré lluvia.

-¡No!- gritaron los mortales. No porque no sobraran niñas en ese pueblo, pero porque estaban hartos de los absurdos pedidos de los dioses.

-¿Cómo qué no?- inquirieron los dioses, enfurecidos, mientras el cielo se estremecía entre truenos y relámpagos.

-¡Que no!- repitieron ellos.

-Las más horribles plagas caerán sobre ustedes si no satisfacen nuestras demandas. ¡Las más horribles!

Los hombres miraron a su alrededor. La tierra estaba seca desde hacía meses, no crecía nada en ese yermo suelo. Los niños lloraban de hambre, las madres se arrancaban los pelos con desesperación. Los adultos estaban enfermos, agotados. Los animales habían huido y las casas se habían quemado. Ya no quedaba nada, solo desesperanza.

-¿Qué más nos puede pasar?- preguntaron los mortales mirando al cielo- ¿Qué más? Traigan las plagas y los huracanes, bajen demonios y fieras a destrozarnos. Nada nos importa ya.

Durante un horrible minuto se hizo el silencio. No duró mucho para los hombres, pero para los dioses fue como una eternidad.

De repente, una única gota transparente cayó del cielo. Mojó la tierra por un segundo y pareció evaporarse nuevamente. Otra gota. Muchas más.

Los hombres habían ganado.

2 comentarios:

  1. Que lindo Cin!! Esperanzador. Hay que saber decir que no y mantenerse fiel a las ideas. Besos!!!

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  2. ENCONTRE TU VERSO ESA NOCHE
    Marzo de 2000

    Esa noche encontré tu verso,
    tu boca recitando como si fuera
    la boca pez-dentada de OPS
    mascullando en mis entrañas.
    Infectándome, precisa y sabiamente.

    Esa noche encontré tu verso.
    La palabra que lo articula,
    la idea hecha de sensaciones,
    y recuerdos análogos.
    La boca que recita mordiendo,
    al verbo que muere y resucita.

    Té ví, supuse que eras muchacha
    machucadura, la que hiere y golpea
    con el duro verso dorado, esa cosa,
    maltratando a alguien por contusión,
    en el alma. La que machea para machar.
    La voz opaca y rota, la cadencia curiosa
    del tuyo sur iluminado, en sombras.

    Luego estampaste tu simple nombre
    de María, en el libro dedicable.
    (Con mi rotulador de punta fina).
    ¡Gracias por escucharme!, agregaste.
    ¡Gracias por recitarlas!, me dije.
    Palabras que abren cicatrices,
    surcos para nuevas verdades.
    Y me fui callado, chorreando imágenes.

    Esa noche encontré tu verso,
    tu boca esquinada de verbos y palabras;
    la cadencia curiosa de tu voz opaca…

    (¡Y olvidé mi rotulador de punta fina!)

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