4 de Septiembre de 2008
Día 2: Llegamos al aeropuerto Ataturk de la ciudad de Estambul. La ciudad de Estambul
me pareció una belleza; muy limpia y prolija, llena de flores y jardines, muy
“occidental” pero con un fuerte toque “árabe”. El pobre taxista nos intentaba
mostrar cosas pero no hablaba una gota de inglés; así que él decía “Sultan
Ahmet” y nosotros repetíamos haciendo que sí con la cabeza. ¡Ja!
Resulta que hace unos días empezó acá el Ramadán, para los que no saben les
cuento que es un período religioso en el que no se come nada desde que sale el
sol hasta que se pone.
Salimos a pasear por la noche estambulense que estaba llena de gente haciendo
lo mismo; yo pensaba que eran turistas (por la piel blanca y los rasgos
occidentales) pero cuando se acercaban hablando resulta que eran turcos. Ahí
fue cuando me di cuenta que los turcos y las turcas son muy distintos a Bin
Laden y su señora, parecen muy europeos.
Cuando nos vino el hambre, nos paramos en un puestito de comida típica y
señalamos una foto de un shawarma o algo del estilo. El señor preparó dos y nos
los fuimos comiendo mientras paseábamos. Muy ricos pero la carne sabe más
fuerte de lo que estamos acostumbrados; aunque pasó desapercibida por la cantidad
de pickles que llevaba. Eso había sido un “Durum”.
Después de caminar un rato, nos tomamos un taxi a Taksim, una peatonal de 3 km
que está muy de moda y llena de restaurantes, pastelerías y bares de yiyas
(pipas de agua). Todo muy lindo y distinto, los edificios, las comidas, la
gente, hasta pasó un tranvía que resultó ser el de trayecto más corto del mundo
(solo recorre 600 metros,¿a quién se le ocurre?). También paseamos por un
mercado de artesanos que estaba lleno de seguridad y periodistas porque el
intendente de Beirut y el ministro de Estambul estaban visitando
los puestos y sacándose fotos con la gente. ¡Unos ídolos! Los vimos y todo,
aunque ahora que lo pienso no sabría decirles quién era quién.
Antes de dar por concluida la noche, nos compramos unos dulces típicos turcos.
Ale se comió un bodoque empalagoso que era una mezcla de dulce de leche con
nueces y milhojas; y yo mastiqué unas gomitas con gusto a perfume. Como me
gusta el turismo gastronómico…
Día 3: Hoy nos levantamos y, previa confirmación de que teníamos incluido el
desayuno (muy argentino lo nuestro), nos fuimos a la terraza a tomar el
desayuno de los campeones, y tomé té como el 99% de la población turca.
Ya con las pilas cargadas, nos fuimos a Sultan Ahmet, una zona muy linda
que concentra gran parte de los edificios más importantes de la ciudad.
Visitamos la Mezquita Azul, que es la más grande y fastuosa de Estambul. Es todo un acontecimiento
visitar una mezquita “en funcionamiento” porque te hacen sacar los zapatos y
cubrirte la cabeza y los hombros a las mujeres, antes de pisar la alfombra. Yo
me había llevado mi propia pashmina, pero te prestaban unas si no tenías y
también se las daban a los hombres con shorts. Es una experiencia única pasear
por una mezquita, primero porque todos andan en patas o en medias, y se
concentra un leve olor a pie no feliz; pero por otro lado, es tan distinto que
en una “iglesia” no haya nada, ni bancos, ni asientos, ni nada, solo el piso
alfombrado, una escalerita donde sube el imán a llamar a la oración (mimber) y
una especie de puerta decorada que indica para dónde queda la Meca (mihrab).
Luego de la mezquita, visitamos la plaza que fue Hipódromo romano; tiene 3
cosas importantes para ver: un obelisco, un obelisco más viejo y un obelisco
con firuletes. Fuera de chiste, es muy importante.
Llegamos a las puertas de Aya Sofia o Santa Sofía, que fue iglesia por
900 años y mezquita por 400; y hoy en día es Museo, ¡pavada de historia! Y algo
para aprender, porque en vez de tirarla abajo, cuando se convirtió en mezquita,
quitaron las cruces y cubrieron las imágenes con yeso, por eso está todo tan
bien conservado. Es muy linda e inmensa; y tiene muchas representaciones hechas
en mosaico que las vieron alguna vez, seguro. Una cosa hermosa y de gran
importancia histórica, sobre todo si escuchás a Alejo leer las 200 páginas de
la guía ilustrada de Estambul que explica hasta el pelo de la emperatriz.
De tanto ver joyas nos dio hambre y almorzamos en un restaurant medio caro unos
palitos con carne como de hamburguesa pero más especiada; ricos, no sé cómo se
llamaban. De ahí a la Cisterna del
Palacio, que es un sótano gigantesco lleno de columnas, donde se guardaba
el agua. Se llueve un poco, así que andás a los saltos entre los charcos. Pero,
está muy bueno y no creo que haya visto nada parecido. En el fondo hay dos
cabezas gigantes de Meduza puestas al revés, no se sabe por qué motivo.
Dando por terminado el día, nos dirigimos a un taxi, precavidos preguntamos el
precio: 30 Lt, porque había atasco por el Ramadán y no sé qué, ¡jajaja! nos
reímos y salimos caminando, cruzamos media Estambul en el trayecto y varias
veces estuve por abandonar, pero llegamos al hotel y nos ahorramos la plata. ¿Quién
se ríe ahora? Ah, en el camino paramos en Pizza Hut a reponer energías (hay que
ir variando las especialidades locales con la alta cocina internacional).
Cruzamos por vez número ciento ochenta y dos el puente de Gálata, que está
lleno de pescadores y restaurantes de pescado; rumbo al Mercado de Especias. Es
un show para los sentidos, sentís todos los olores del mundo, especias, quesos,
aceitunas, dátiles, velas; y es increíble la cantidad de cosas que hay en cada
puestito. Almorzamos unos “Pide” que
son como una pizza doblada que puede ser de carne y vegetales o de jamón, queso
y huevo.
¡Mezquita de Suleimaniye! No fue
fácil de encontrar, y en el camino nos encontramos con unos nenitos que nos
arrojaron uvas y se reían. No nos peleamos para no armar un lío internacional,
pero quedamos dolidos. La mezquita estaba en construcción y parcialmente
cerrada, pero pudimos visitar el cementerio (muy curioso) y las tumbas de
varios sultanes y sus familiares, difuntos todos ellos, En cuanto vimos que a
un extranjero le pedían “donation” salimos raudos hacia la calle, al grito de
“¡Doneishon no… argentineishon!”
Salir del Gran Bazar (o “Kapah Carsi”) es todo un tema. Gracias a que
Alejo tiene una habilidad natural para el turco, logramos leer los carteles y
salimos primero al patio de una casa, después a una escalera que daba a otro
patio donde unos señores jugaban al backgammon, después a un túnel en
construcción y de ahí a la calle. En cada curva había un “Exit” escrito por los
propios dueños de casa, me imagino que hartos de dar instrucciones.
Después pasamos por las puertas de la Universidad de Estambul, que todo
alrededor tenía una especie de carpas gigantes con mesas y sillas donde se
sirve la comida a gente pobre y no tanto cuando se pone el sol, en cumplimento
con el Ramadán.
Vuelta al tren-tranvía y a casita/hotel.
11 de Septiembre de 2008
Día 5: Nos levantamos y desayunamos con tranquilidad, después de todo es
nuestra luna de miel y si lo levanto a las 8:30 a Alejo vamos causar daños
irreparables en la pareja, y fuimos al Palacio
de Dolmabahce.
Bueno, volvamos al palacio. Es una belleza de estilo europeo, construida con
materiales traídos de muchos países diferentes, todo hecho en tamaño XXL y en
una ubicación que termina de pintar el cuadro. Para recorrerlo hay que ir con
guías que vienen en dos formatos: idioma turco e idioma inglés aproximado. Ale
decía que entendía, así que cada tanto me explicaba un poco de cosas; yo,
mientras, sacaba fotos y miraba pavadas que el turista inexperto se pierde,
como por ejemplo un cuadro con vacas anoréxicas de tamaño natural.
Vimos las salas principales del sultán y de sus funcionarios, la mezquita, los
parques y el Harem, que es donde dormía el sultán, sus 4 esposas, su madre y
sus “preferidas” (¿dormía el sultán?). Muy macho el señor sultán, pero en su
habitación tenía un empapelado con flores y estrellitas.
Desde ahí nos tomamos el “Tramway”, el tranvía-tren, hacia las orillas de Cuerno
de Oro (que es la zona occidental de Estambul).
A los costados del Puente de Gálata
está lleno de restaurants de pescado. Buscamos uno que pareciera frecuentado
por locales, para mezclarnos con el pueblo, ¿vió? Y nos pedimos lo que pedían
todos: un sándwich de pescado desconocido, que te lo trae el mozo con la mano,
sin plato ni nada. Nos sentimos muy estambuleños.
Día 6: Hoy fuimos al Museo Arqueológico de Estambul que tiene un millón de
cosas; entre ellas, el sarcófago de Alejandro Magno, muchos frisos y
esculturas, un museo. Todo me resultó muy “egipcio”. Me doy cuenta que tengo un
despelote con las culturas.
A la noche fuimos al café de Pierre Loti, que queda exactamente en la
otra de punta de Estambul, a la vuelta. Es un cafecito muy sencillo, con las
mesitas puestas en una terraza con la vista más espectacular de la ciudad y del
Bósforo. Se puede bajar desde allá arriba en un teleférico y se ve muy
lindo todo, hermoso. ¡Es una ciudad maravillosa!
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