Las
ciudades tienen sus rutinas, sus tiempos; y Madrid no es una excepción. Pero el
paso de los tiempos latinoamericanos al tiempo europeo se nota. Todo baja un
cambio. Tal vez la razón sea que las cosas funcionan mejor, la gente tiene
menos de qué preocuparse… aunque siempre encuentren motivos para ello.
Y es
verdad. Que ciertas cosas funcionen bien hace que uno descanse. Descanse de la
inseguridad, de la inestabilidad, de la injusticia y de la apatía de la que
venimos, al menos yo. Las mentes quedan un poco más despejadas para pensar en
otras cosas. Las mentes y los noticieros, que pueden pasarse media hora entre
reportajes por el clima (con entrevistas a los peatones para saber su opinión),
las alergias de la primavera (con más entrevistas y quizás algún estornudo en
vivo) y la ofensa de la princesa porque cierto presidente no la saludó (y una
encuesta on-line sobre la opinión de los televidentes).
Madrid
todavía no es primer mundo pero, los que venimos de tan lejos, tenemos que
quedarnos un buen rato para encontrar cosas que criticar. Y quien busca,
encuentra, desde luego. Podría hablarles de la crisis, de ETA, de la
discriminación, de las drogas, de los que asocian la bandera española con el
franquismo, de los cómodos indignados, etcétera; porque problemas hay en todos
lados. Pero, en cambio, prefiero destacar aquellas cosas que hacen que valga la
pena venir y quedarse.
De los
bares ya hablé y, aunque desapareció el humo, siguen quedando los papelitos en
el suelo, las cañas (cervezas) de parados y los gritos de los camareros
(alguien me dijo que “mozo” se lo toman a mal). Pero los madrileños son así,
ruidosos y cariñosos, con una copa en la mano y un poco bestias en sus modales.
También los hay elegantes, pero no se imaginen a María Eugenia de Chikoff.
Hasta el rey a veces me parece un poco bruto (con respeto, Don Juan Carlos, no
se me vaya a ofender). Y, por supuesto, las azafatas de Iberia, que se encargan
de trasladar algunos de sus bellos modales al mundo internacional. No se
ofendan si me ofendo cuando me tratan mal, es que los latinoamericanos somos
así, un poco sensibles.
¡Y el
inglés! Como han renovado la lengua inglesa por estos lados. Viene en dos
cómodas versiones: el inglés con pronunciación nativa y las palabras inglesas españolizadas.
Ni hace falta buscar ejemplos, los encuentra uno por todos lados. Cómo me he
divertido leyendo y escuchando palabras como “güifi” (wifi), “udos” (U2),
“deuvedé” (DVD), “gofre” (waffle) y “espíderman” (Spiderman). Aún así, uno las
termina diciendo porque, reconozcámoslo, es muy gracioso. Ni hablar cuando me
tocaba deletrear mi apellido… que termina en “uvedoble”, la de “güifi”,
¡jajaja!
Destacando
otro aspecto cultural, me sorprendió gratamente la cantidad de gente que lee en
el metro (subte). Son muchos los que van con su libro o su libro electrónico,
de parada en parada, leyendo sin levantar la vista. Eso me encanta, ¡yo misma
lo hago! Y el metro… tan limpio, funciona tan bien, llega tan lejos. Una locura
de transporte. Diría que le perdí el miedo a quedarme sola en las estaciones y
todo. Eso si, hay que tener en cuenta que cierra como a las dos de la mañana,
que una vez nos quedamos encerrados en Plaza Castilla.
También me
gusta que haya tanta gente “grande” por Madrid. Eso habla bien de la ciudad. Yo
no me había dado cuenta hasta que me lo dijo una amiga a las primeras semanas
de llegar. Tenía razón, hay mucha gente mayor por todos lados. Paseando por los
parques, sentados en las fuentes de La Vaguada, tomando café en los bares. Y como
tengo una abuela que en unos meses cumplirá 90 años (una lectora fiel), sé que
para que la gente mayor ande por la calle, tome el transporte público, vaya a
comer afuera, todo tiene que funcionar bien y tener precios adecuados.
De eso me
hizo dar cuenta Maru y también de la falta de “Guía T”, ese librito tan
preciado en Buenos Aires, con las rutas de los colectivos, las paradas, las
direcciones. Parecía imposible pensar una vida sin Guía T (o sin kiosquero,
para el caso, que se supiera de memoria las rutas de los colectivos), ¡pero
existe! No tengo idea a quién preguntarle por un autobús en Madrid, nunca me
tomé otro que no fuera el que iba a la casa de mis suegros, al pie de la
sierra, en un pueblito llamado Soto del Real. Pero algo me dice que todo el
mundo lo busca simplemente en internet.
“Las zonas
de marcha”, como llaman acá a los barrios para salir, siempre están repletas de
gente. Sea invierno o verano. Dentro de los bares, de las cafeterías, de los
restaurantes, en las terrazas, en las veredas. Los madrileños aman sus salidas,
podrían vivir en la calle las 24 horas del día. Tanto las aman que los viernes
se deja de trabajar a las tres de la tarde. Puf, ¡desaparecen!
Se van a
comer, siempre están comiendo. Como para no, con la cantidad de cosas ricas que
hay por todos lados. Y esa costumbre de las tapas… le pasan el plumero a los
amarettis que te dan con el café o a los maníes con la cerveza en Buenos Aires.
¡Acá se come! Las tapas más frecuentes son las aceitunas, la tortilla de papas
y la chistorra (un chorizo finito frito). La comida light no va con la
tradición española y está bien, porque los inviernos son crudos y la gente
tiene hambre. Sin ir más lejos, los menús del día, (que come todo el mundo a
mediodía) consisten en entrada, plato y postre. Y cosas tan consistentes como
guiso de lentejas, spaguetti boloñesa, huevos revueltos con jamón; eso de
entrada nomás.
Se me
prohibió decirle fiambre al jamón serrano, ¿estará bien decirle chacinado? Como
el jamón serrano, el lomo, la morcilla de burgos, el chorizo colorado y tantos
más que es imposible nombrarlos. Y luego las habas, las lentejas, los
garbanzos, los porotos… todas esas cosas que creíamos olvidadas, las encuentro
en los platos de Madrid. ¿Mariscos? Sí, todos. ¿Pescados? Miles, mi favorito
sin lugar a dudas, el bacalao. Y carne también hay, los cortes son raros y la
cocinan poco, pero la cuota carnívora se puede cumplir perfectamente. Además,
teniendo bacalao en la carta, no se me ocurriría pedir carne. ¿Para que me la
traigan “poco hecha” y tener que pelearme? ¿Para que luego salga de la cocina
arrebatada y me quieran hacer creer que eso está cocido? No, como buena carne y
mucha cuando voy a la Argentina.
Y casi me
olvido de los pasos de cebra. ¡Los pasos de cebra! Significan algo, los autos
paran, esperan. No estoy diciendo que los españoles hayan descubierto la
pólvora, ni mucho menos. Pero descubrieron algo parecido: las multas. Y con
eso, santo remedio, la gente empieza a cumplir las normas de tránsito sin
problemas. Es que le gente es muy dura, tienden a la viveza criolla hasta que
les cae una multa. ¡Otra cosa! La expresión “es que”, que se me pegó
indefectiblemente, parece que es muy madrileña. Así que no sabré dónde queda el
barrio de Vallecas (en algún lugar del sur, al que le temo), pero me voy
mimetizando con la cultura local.
También
tomo “claras con limón” (cerveza con gaseosa de limón), digo “mercadillo”
(feria de vendedores ambulantes), uso el pasado perfecto en las oraciones, sé
quiénes son los políticos de turno y uso “zapatillas de andar por casa” que, en
criollo, son pantuflas. Si es que me he vuelto muy madrileña. También porque,
como ven, es muy fácil dejarse malcriar por Madrid y su gente.
Es una
ciudad en la que todos se sienten a gusto, turistas o locales. Es una buena
ciudad. De la que nos despedimos por un tiempo... ¡en busca de nuevas aventuras! ¡Gracias, Madrizzz y gracias a todos aquellos que hicieron de éste,
un año y medio lleno de felicidad (ustedes saben quiénes son)!
Cintia. Lástima que se perdieran por falta de tiempo, y me refiero al vuestro por ser entonces pequeños y estar en Baires o por ahí, la llamada Movida Madrileña, años finales de los 70, hasta finales de los 80, la transición, alcalde marchoso, juventud más marchosa aún, ideas, fantasías, vida loca pero creativa, la España en la modernidad de todas las artes, las gentes en la esperanza de una nueva vida. De alguna forma Madrid mantiene ese espíritu que existe casi desde su principio, y a pesar de todas las catástrofes vividas. Y tambiene mantiene las "tapas", aunque ahora sean vintage.
ResponderEliminarjajaja es cierto! Tenés mucha razón, Norberto...
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