22 de marzo de 2012

Invitados


No sé. Es lo que veo por la ventana. Al principio pensaba que iba a haber casas, puertas, autos. Pero solo hay un espacio vacío y luego los árboles esos que forman un bosque. ¡Un bosque! Es que es insólito. No lo puedo creer.

Ahí miré bien el bosque. No es un bosque, es un cementerio. Y, entremedio de las tumbas y los sarcófagos, hay árboles. Me pregunto si las raíces le hacen algo a los muertos ahí enterrados. Se deben estar metiendo en los cajones, abriendo las tapas.

El espacio vacío sigue vacío. Pero ahora hay unos camiones y ayer, cuando se ponía el sol,  distinguí una casita de chapas. Hasta me parece ver gente. ¿Serán los dueños de los camiones o los cuidadores del cementerio?

El hombre que está en la puerta de la casucha me está mirando. No sé como puede verme si estoy detrás de estos vidrios oscuros. Se quedó ahí parado mirándome y después se metió dentro de la casa. Bueno, casa, lo que se dice casa, no es… Es un cuadrado de chapas, no puede tener más de dos metros de alto.

Los camiones no se mueven. Llevo días mirándolos pero no se han movido ni un ápice. Están cubiertos de tierra como si no se hubieran movido en mucho tiempo. Sin embargo, estoy segura que el primer día no los vi. Estaba el espacio vacío sin los camiones ni la casucha.

Estaré loca, porque me parece que cada vez hay menos árboles. Al principio era un bosque. Ahora casi los puedo contar. Son ciento diecinueve, más o menos. Las tumbas no las puedo contar, deben ser miles. Y hay gatos entre las tumbas que, de noche, duermen en los camiones. No los veo, porque cuando oscurece, no se ve nada por la ventana. Pero sé que duermen en los camiones. Hay marcas en la capa de tierra que los cubre.

Hoy no vi ni gatos ni al señor de la casucha. Solo había un hombre que caminaba por el espacio vacío con bolsas. Una blanca y una negra. Y arrastraba los pies, así que se le formaban nubes de tierra alrededor mientras caminaba. Iba caminando lentamente hasta el final del espacio. Cuando llegó al marco de mi ventana, desapareció.

Mientras dormía, me tocaron la puerta. Escuché el ruido entre sueños y, cuando me desperté, ya no escuchaba nada. Se habían ido. Pero yo sé quienes son. Son los que viven en la casucha, vienen a verme de cerca porque saben que los miro y que escribo sobre ellos. Menos mal que dormía porque no se me ocurre qué decirles.

Creo que los gatos vienen del cementerio. Cruzan el espacio vacío para dormir en los camiones, pero vienen del cementerio y de los árboles. Salen de adentro de las tumbas. Trepan por las raíces de los árboles y llegan a la superficie. Me parece que la gente de la casucha les tiene miedo. Cuando hay gatos no hay gente.

Ahora sé lo que llevaba el hombre en las bolsas. Eran gatos. Uno blanco y uno negro. A veces los gatos se mueren durante la noche y las personas los encuentran, como dormidos arriba de los camiones.

El señor de la casucha me estaba mirando de nuevo. Lo saludé con la mano, sabiendo que era imposible que me viera a través de los vidrios oscuros. Pero levantó la mano. Me asusté y cerré la cortina. Porque de noche, ellos me ven a mí.

Cuando abrí las cortinas esta mañana no estaban los camiones. Alguien me tocó la puerta y me di vuelta sin pensar en la gente de la casucha. Puse la oreja en la puerta y escuché una respiración. No abrí.

Pasaron una cuantas horas y no pude con la curiosidad. Detrás de la puerta había una bolsa. No me hizo falta mirar para saber lo que había adentro. Malditas personas de la casucha. Maldito el hombre que levantaba tierra con los pies. Él llevaba dos bolsas, ¿dónde está la otra?

Hoy salí de la habitación. Agarré la bolsa y caminé por los pasillos, bajé las escaleras, llegué a la puerta principal. El espacio vacío era más grande desde abajo, y no se veía el cementerio. Caminé por la tierra, entre los camiones, y vi las marcas que dejan los gatos. Llegué a la casucha y golpeé la puerta de chapa. El señor me abrió. “Al fin”, dijo y me estiró la mano.

Le di la bolsa y me hizo señas de que entrara. Nos paramos junto a una ventana que tenía la casucha, era mucho más chica que la mía, la de la habitación. Miramos juntos hacia el cementerio. “Son ciento diecinueve árboles”, me comentó. Y vimos como los gatos empezaban a salir de las tumbas.


2 comentarios:

  1. aaaa es algo tenebroso pero con suspenso lo cual me resulta sumamente atractivo, el hombre de la casucha como es físicamente? el bosque sí tiene 119 árboles!! que había en la bolsa?, aunque resulta obvio no lo sé. Besos espero más... pronto!

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  2. jajaja gracias, Sari!!!
    Te diría que en la bolsa había... gatos!

    Con todas estas dudas, voy a tener que continuar el cuento!!!
    Beso enorme.

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