27 de marzo de 2012

Crónicas turcas: Comienzos en la ciudad bicontinental

Estambul tenía que aparecer lenta y claramente… pero se hizo un bollo. Lo primero fue que el avión se aproximó a la ciudad “por el lado incorrecto”, entonces Ale no sabía bien qué era lo que estábamos viendo. Yo, ni lo intentaba. Solo atiné a preguntar “qué agua es esa?” y se me contestó una de las dos opciones que ya sabía: el Mar Mediterráneo o el Mar Negro. Igualmente, tampoco era el Mar Mediterráneo estrictamente hablando. Los turcos lo llaman Mar de Mármara. Pero es como hacer la distinción entre el Mar Argentino y el Océano Atlántico, solo nos importa a los argentinos.

Con todo lo que me suele gustar la comida de avión (creo que tiene algo que ver con que todo está en su envoltorio y cada cosa en su lugar, es una comida ordenada en la que ves desde la entrada hasta el postre… el aleph de las comidas) la del vuelo Madrid-Estambul estuvo incomible. Hasta para Ale. Así que comimos pan con manteca y un quesito de estos de sabor internacional.

Llegamos al aeropuerto y nos estaba esperando un señor bigotudo con un cartel con nuestros nombres. Mi nombre había llegado a Estambul antes que yo. Eso es nuevo. El señor nos dijo “Hola” entonces le preguntamos si hablaba español. “No”, contestó, y pasamos abruptamente al inglés. Viajamos en un auto-combi por la ciudad mientras se ponía el sol. No reconocí nada de mi luna de miel. Tal vez la torre de Gálata, pero aún así no me impactó ningún recuerdo especial.

Estambul es la ciudad en la que se encuentra la división entre Europa y Asia. Esa división es el Estrecho del Bósforo, una lengua de agua que conecta el Mar de Mármara, con el Mar Negro. Así que la ciudad queda dividida en dos, la parte europea, que tiene todo el centro histórico y que, a la vez, está surcada por un río llamado Cuerno de Oro; y luego está la parte asiática, más residencial. Cruzamos toda la parte europea y el puente hacia el lado asiático, para llegar al barrio de Üsküdar, donde están las oficinas de Ale y, temporalmente, nuestro hogar en forma de hotel. El Volley Hotel. Ya se van a enterar por qué.

Un botones parecido a un pequeño boxeador nos ayudó con las valijas. Las arrastró vigorosamente por el hotel, sin hacer caso a las insistencias de Ale. Primero, el horror: la llave no andaba. Como si no lo supiera. Siete meses de vivir en el Holiday Inn de Puebla, México, me enseñó la facilidad con la que se desmagnetizan esas llaves-tarjeta. Las coleccionábamos. Al principio los de la recepción nos preguntaban “¿la acercó al teléfono celular?” pero, a medida que fueron pasando los meses, nuestras facciones se convertían en puro odio al llegar a la habitación y comprobar que, una vez más, la llave no andaba. Ninguna de ellas. Entonces las arrojábamos sobre el mostrador de la recepción ante la mirada atónita del mexicano de turno y ya no se animaban a preguntarnos nada.

Así que tuve un poco de pena por el pequeño boxeador que corría por los pasillos rumbo a la recepción para reconfigurar nuestra llave-tarjeta. Mientras lo esperábamos apareció otro que, con una llave que sí abría, se acercó a la puerta. El mini boxeador volvía corriendo con una tarjeta en la mano y se encontró, casi con decepción, que ya otro había abierto la puerta y ahora encendía las luces.

Al principio pensé que la heladera (esas heladeritas de habitación de hotel) estaba en un lugar un poco inconveniente, el medio del pasillo. Pero no puedo decir que me haya llamado demasiado la atención. Sí me di cuenta que había algún problema cuando el señor con la llave correcta y el mini boxeador se pusieron a dar alaridos de sorpresa mientras zarandeaban las manos en torno a la heladera.

Seguía yo en otro mundo, mientras a ellos le daba un ataque. Me senté en la cama, cansada como estaba y le pregunté a Ale qué pasaba. “La heladera como que… se salió”, contestó sorprendido de que yo no hubiera notado todas las bebidas y demás productos que  estaban alineados en una mesita.

Largué la carcajada. No pude evitarlo, me tenté de risa mientras miraba la heladerita  que parecía haber intentado huir del hueco en el que le correspondía quedarse. Me imaginé por un momento a la heladera en plena fuga y, a la vez, acomodando los productos encima de la mesa.

El pequeño boxeador y el de la llave correcta me miraron y me dio cosa que pensaran que me reía de ellos. Intenté concentrarme en otra cosa que no fuera la heladera prófuga, pero era muy gracioso.  Decidieron cambiarnos de habitación. Cuando ya se iban, habiendo comprobado que todos los electrodomésticos estaban en su correcto sitio, el mini boxeador le dijo a Ale que lo invitaba a un partido de vóley que había en una hora. No entendimos demasiado. No sabíamos si quería que Ale jugara con ellos al vóley o había un partido importante que ver en la tele.

Cuando bajamos al bar del hotel, con la vaga esperanza de comer algo más que las papas fritas que Ale había abierto en la habitación, vimos que el ambiente estaba un tanto agitado. Todos parecían… apurados. Los seguimos. Subimos una escalerita y nos encontramos con una impresionante cancha de vóley techada. ¿O se dice estadio?

Se disputaban alguna clase de titulación los equipos de vóley femenino: Galatasaray vs. Tomiz (de Rumania). Como diría mi primo “Partidazo!” jajaja. Las jugadoras medían 6x3 metros. Rápidamente nos decidimos a apoyar al equipo local. Sobre todo cuando vimos la hinchada, una horda descontrolada hombres que cantaban y sacudían banderas. No sabía que el vóley despertara tanta pasión.

No consideraba necesario poner quién ganó pero, de repente, me acordé de mis lectores masculinos. El Galatasaray, por muy poco, estuvo peleado.

Por un momento creí que tenía una visión porque vi un cartonero pasando a toda velocidad por la calle frente al hotel. Un cartonero, con un carro lleno de botellas de plástico y cartones. Verán, la calle tiene una pendiente bastante pronunciada, así que se paran con un pie en una botella de plástico que ponen en el suelo y se deslizan cuesta abajo, usando ese pie como timón, protegiéndose la zapatilla con la botella, y haciendo un ruido terrible. Cartoneros fórmula uno.

De cena, comimos unos sándwiches muy raros y yo me tomé mi primer çay (té). La televisión turca fue una completa pérdida de tiempo porque, los programas que no estaban en turco, estaban en alemán. Grandioso. Terminamos viendo por un rato la propaganda del Easy Off Bang, que acá también existe, por lo visto.


Cuando corrí las cortinas por la mañana, dándome cuenta que no había oído el primer llamado a la oración (es como a las 5 y media), contemplé azorada la vista desde mi habitación: un gran terreno con algunos camiones y, más atrás, un bosque. ¿Un bosque? ¿Pensé que estábamos en plena ciudad? Después miré mejor el bosque y resultó que era un cementerio. Tanto mejor.

No pudo haber sido semana más ideal para que, en el taller de escritura, la tarea fuera escribir un “cuento raro”. Con esas vistas, imposible no encontrar la inspiración (el cuento “Invitados”).

Desayuné en el último piso del hotel, con el equipo del Tomiz, mientras veía la ciudad y, lejos, el agua. Vaya a saber uno qué agua. Hasta que mire bien en un mapa, no lo sabré. Tampoco colaboran acá en el hotel con mi cultura porque me contestaron, con descaro, que no tenían un mapa. Un mísero mapa. Debería darles vergüenza. Seguro que si le decía al pequeño boxeador, habría ido trotando por la ciudad hasta dar con uno.

Lo que desayuné no supe si era té o café. Una rareza de las infusiones. Después determiné que sería te, porque había un gran cartel en el termo que era de café. Acompañé mi té con un plato de papitas al horno, aceitunas, un rollito de jamón y queso y un pan. Un desayuno de lo más absurdo, lo sé, pero debo probar especialidades locales. 

Por la tarde caminé hasta la oficina de Ale, a escasas cinco cuadras y, aún así, logré perderme. Después me hallé, por suerte, y fuimos a ver el primer departamento de lo que será la búsqueda del nuevo hogar.

Poniendo riesgo mi escaso conocimiento de turco, me atreví a sentarme en un bar con mesitas en la vereda para almorzar. El menú tenía fotos. Comí un dürüm de pollo, que es como una gran tortilla rellena de pollo y verduras… no muy lejos de los tacos. También pedí un agua y contesté que “sí, quiero un té”. Un logro para mi primer choque cultural con la vida salvaje turca.


El mapa lo tomé prestado de http://bigapple.forogratis.es/estambul-capitulo-1-llegada-t2292.html

6 comentarios:

  1. Tienes que hacer un relato sobre la heladera que intentaba huir antes de que se le ocurra a Juanjo Millás ;) Muy bueno
    Rubén

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    1. ajajaja quién es Juanjo Millás?? Me voy a poner a escribir la biografía de la heladera prófuga!

      Abrazo, Rubén!

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  2. Cin! mori con el cartonero formula uno!
    y un flash el voley, el cementerio, los camiones... arribas las cronicas turcas!!

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    1. Gracias, Lau!!!! Allá fueron las otras... tengo para escribir largo y tendido acá! jajaja

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  3. Interesantes, aleccionadoras, entretenidas tus crónicas de Turquía, así vamos conociéndola e intgerpretándola a tu través. Veo que os adaptais a buen ritmo, salvando el tema del idioma, pero siempre quedará el internacional inglés, y los gestos, esos grandes intérpretes de Babelia. Y además siempre queda ir al cine, sabiendo que los turcos tienen grandes películas acerca de su modernidad y el relato de costumbres. Últimamente los hay a montones, entre otros accidentes, los de sus relaciones con Alemania país de migración mayoritaria, o hacia las zonas del petróleo. Eres estupenda en tus crónicas, te animo a no dejarlas. Un recuerdo cariñoso. Estas dos últimas semanas estamos sin Elvira, que se ha ido a Baires invigada por el Gobiderno de la Ciudcad de Buenos Aires a escribir sobre "La Ciudad Contada", y a simposiar sobre ello. Se la habrá pasado estupendo. Nosotros con las postulaciones acerca de la necesidad femenina de una habitación, dinero y más, para poder escribir tranquilamente. Ya te enterarás. Besos, NOrberto.

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    1. Gracias, Norberto! Que lindas tus palabras... Seguiré escribiendo nomás! Da gusto tener lectores que disfruten leyendo las crónicas =)

      A ver qué cuenta Elvira cuando vuelva! Ojalá le haya gustado BA.

      jaja extraño los relatos del taller! Un abrazo grande.

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