8 de marzo de 2012

Diario de un superviviente


Querido diario: Todavía no sé si esto es cierto o lo inventé. Empezó como un sueño y cada vez se hacía más real. Supongamos que fue verdad…

Supongamos que estaba ahí. No estaba agitado ni jadeante. Pero empecé a tomar una bocanada de aire y un plástico me cubrió la boca y la nariz.

Seguí aspirando, como pretendiendo que a través de los minúsculos poros del plástico, pudiera pasar aire. Aire que, de todos modos, sería insuficiente.

De pronto necesitaba aún más aire. Estaba ahogándome. Me sorprendía como había pasado todo: de la nada, de la tranquilidad al ahogo.

-¿Me voy a morir?- Era una pregunta tan obvia, que nadie espera que le respondan.

-No- contestó mi cerebro-, pero esta batalla, la perdiste.

Me impresionó la violencia. Ya casi no tenía fuerza para inhalar. Y, de todas maneras, el aire no pasaba. Me di por vencido. Me da vergüenza reconocerlo.

-Ya no inhalo, me ahogo- pensé bruscamente, no rendido, más bien con desdén.

Pero en mis pulmones había quedado una pequeñísima reserva de aire, un diminuto aliento final. Decidido a no dramatizar más la experiencia, y casi con enfado, largué bruscamente ese último aire por la boca. Un último aliento como un bufido de un toro. Para morir enojado con la vida.

El plástico se desprendió (lo que lo retenía en su lugar era mi obstinada inhalación) y voló en el aire por un ratito hasta caer a mis pies.

Imposible contarle esta historia a nadie. Fui un tarado. Sé que me dejé morir. Y aún así, que sabia es la naturaleza; si no me hubiera dado por vencido, estaría muerto.

1 comentario:

  1. DUENDE EN EL ESPACIO
    a Agustín Ibarrola / Noviembre 1999



    El bosque en proyectadas imágenes,
    la empedrada y publicada Campa,
    la naturaleza y el arte en la Gran Sala.
    Y tú aquí, con la palabra,
    tan sólo la palabra,
    y tu corazón de duende en el espacio,
    tu figura de duende adentro
    y fuera del plano. El plano,
    que jugando revela a la mirada,
    la sintetizada realidad oculta. 258

    Las cosas y los hechos
    se han convertido en signo,
    en espíritu, en relámpago visual,
    y han escapado por el aire.
    Trozos y trazos, y colores,
    y pesos en el vaporoso aire,
    y un zigzaguear que te marea,
    sobre la Campa de Allariz,
    entre el Bosque de Oma,
    bajo el sol y la luna que nos guían. 268

    Todo ha quedado reducido a idea,
    a razón y a ojo, a huella de color
    deducido como un yugo. El Bosque
    ha resultado ser un matemático
    entrecruzar de formas y de almas,
    una lanza clavada en el costado
    eternamente dolorido del hombre.
    Por el laberinto del espacio
    que fluctúa bajo la luz y la mirada,
    van organizándose signos lejanos,
    seres volátiles, espíritus puros
    tratando de encontrar su reflejo.
    Y un horizonte, como si fuera
    la raya que marcara
    el comienzo de otro mundo.
    ¡Hasta aquí hemos llegado!

    Pero el Bosque es un sitio
    ambiguo y misterioso, un sueño
    de recuerdos e ideas fugaces,
    de gnomos apenas aprehensibles
    que se escurren, que saltan,
    no de rama en rama sino
    de tronco en tronco. No puedes
    descubrir de qué se trata,
    más que en el preciso instante
    en que atraviesas el lugar exacto.

    Desde las Asambleas del Monte,
    los hombres y mujeres vascos
    han bajado al bosque del duende.
    Se esconden y se ofrecen,
    se miran y se buscan, a veces,
    ni siquiera existen del todo,
    como la luz de las estrellas o la luna.
    Pero bajo los rayos del sol,
    si los miras a los ojos, se vivifican,
    renacen, y juegan con el revoloteo
    de signos y mariposas africanas
    que los acompañan. ¡Ah!, pero
    la larga lanza del Guernica
    aún persigue sus costados.

    El cielo de cada día, válganos Dios,
    ha caído como un meteoro
    sobre la Campa de Allariz,
    y otro meteórico compañero espacial
    lo observa a ras de suelo, con el verde pasto
    lamiendo su reluciente capa.
    Todos se quedan petrificados
    en ese enorme espacio quieto,
    de aire gallego, salpicado de meteoros,
    y piedras milenarias maquilladas
    que se dejan ver y querer. Entonces,
    se oye un chismorrear que crece:
    -¡Que viene el duende!. ¡Que viene el duende!
    Y todas las piedras se ponen
    colorete de cielo, de sol y de luna.
    El Bosque gira ahora en torno,
    atento a lo que acontece, enroscándose
    en el murmullo del aire, olfateando
    la libertad que no sucede.

    Y en la Gran Sala, el Bosque
    se ha vuelto papel de madera,
    y el papel es noticia, y la noticia volumen,
    idea del espacio que encierra y que aparta,
    que canta sus verdades en la piel.
    Y el Sotobosque se trenza en artilugios
    antiguos e imposibles, como
    entes geométricos, o rastros primitivos
    e intemporales. Se tiñen en lo esencial,

    fosforecen en la noche.
    Más allá, encapuchadas cabezas
    espían con el ojo de papel alerta.
    Están hechas de noticias duras,
    y palabras atroces abiertas en sus
    frentes te estremecen.
    ¿Todavía?.

    En el Bosque de Oma, un viento
    fieramente humano sopla destrucción,
    arranca los árboles de cuajo
    como un vendaval salvaje.
    Los ojos, los pájaros, las mariposas,
    los hombres y mujeres del Bosque,
    se ven de nuevo sacudidos. Un enorme
    vendaval azota Euskadi. Tan sólo
    queda el espacio, nuestro espacio.
    Y en su vacío, tu palabra.

    ResponderEliminar