Querido diario: Todavía no sé si esto es cierto o lo
inventé. Empezó como un sueño y cada vez se hacía más real. Supongamos que fue
verdad…
Supongamos que estaba ahí. No estaba agitado ni jadeante.
Pero empecé a tomar una bocanada de aire y un plástico me cubrió la boca y la
nariz.
Seguí aspirando, como pretendiendo que a través de los
minúsculos poros del plástico, pudiera pasar aire. Aire que, de todos modos,
sería insuficiente.
De pronto necesitaba aún más aire. Estaba ahogándome. Me
sorprendía como había pasado todo: de la nada, de la tranquilidad al ahogo.
-¿Me voy a morir?- Era una pregunta tan obvia, que nadie
espera que le respondan.
-No- contestó mi cerebro-, pero esta batalla, la perdiste.
Me impresionó la violencia. Ya casi no tenía fuerza para
inhalar. Y, de todas maneras, el aire no pasaba. Me di por vencido. Me da
vergüenza reconocerlo.
-Ya no inhalo, me ahogo- pensé bruscamente, no rendido, más
bien con desdén.
Pero en mis pulmones había quedado una pequeñísima reserva
de aire, un diminuto aliento final. Decidido a no dramatizar
más la experiencia, y casi con enfado, largué bruscamente ese último aire por
la boca. Un último aliento como un bufido de un toro. Para morir enojado con la vida.
El plástico se desprendió (lo que lo retenía en su lugar era
mi obstinada inhalación) y voló en el aire por un ratito hasta caer a mis pies.
Imposible contarle esta historia a nadie. Fui un tarado. Sé
que me dejé morir. Y aún así, que sabia es la naturaleza; si no me hubiera dado por
vencido, estaría muerto.
DUENDE EN EL ESPACIO
ResponderEliminara Agustín Ibarrola / Noviembre 1999
El bosque en proyectadas imágenes,
la empedrada y publicada Campa,
la naturaleza y el arte en la Gran Sala.
Y tú aquí, con la palabra,
tan sólo la palabra,
y tu corazón de duende en el espacio,
tu figura de duende adentro
y fuera del plano. El plano,
que jugando revela a la mirada,
la sintetizada realidad oculta. 258
Las cosas y los hechos
se han convertido en signo,
en espíritu, en relámpago visual,
y han escapado por el aire.
Trozos y trazos, y colores,
y pesos en el vaporoso aire,
y un zigzaguear que te marea,
sobre la Campa de Allariz,
entre el Bosque de Oma,
bajo el sol y la luna que nos guían. 268
Todo ha quedado reducido a idea,
a razón y a ojo, a huella de color
deducido como un yugo. El Bosque
ha resultado ser un matemático
entrecruzar de formas y de almas,
una lanza clavada en el costado
eternamente dolorido del hombre.
Por el laberinto del espacio
que fluctúa bajo la luz y la mirada,
van organizándose signos lejanos,
seres volátiles, espíritus puros
tratando de encontrar su reflejo.
Y un horizonte, como si fuera
la raya que marcara
el comienzo de otro mundo.
¡Hasta aquí hemos llegado!
Pero el Bosque es un sitio
ambiguo y misterioso, un sueño
de recuerdos e ideas fugaces,
de gnomos apenas aprehensibles
que se escurren, que saltan,
no de rama en rama sino
de tronco en tronco. No puedes
descubrir de qué se trata,
más que en el preciso instante
en que atraviesas el lugar exacto.
Desde las Asambleas del Monte,
los hombres y mujeres vascos
han bajado al bosque del duende.
Se esconden y se ofrecen,
se miran y se buscan, a veces,
ni siquiera existen del todo,
como la luz de las estrellas o la luna.
Pero bajo los rayos del sol,
si los miras a los ojos, se vivifican,
renacen, y juegan con el revoloteo
de signos y mariposas africanas
que los acompañan. ¡Ah!, pero
la larga lanza del Guernica
aún persigue sus costados.
El cielo de cada día, válganos Dios,
ha caído como un meteoro
sobre la Campa de Allariz,
y otro meteórico compañero espacial
lo observa a ras de suelo, con el verde pasto
lamiendo su reluciente capa.
Todos se quedan petrificados
en ese enorme espacio quieto,
de aire gallego, salpicado de meteoros,
y piedras milenarias maquilladas
que se dejan ver y querer. Entonces,
se oye un chismorrear que crece:
-¡Que viene el duende!. ¡Que viene el duende!
Y todas las piedras se ponen
colorete de cielo, de sol y de luna.
El Bosque gira ahora en torno,
atento a lo que acontece, enroscándose
en el murmullo del aire, olfateando
la libertad que no sucede.
Y en la Gran Sala, el Bosque
se ha vuelto papel de madera,
y el papel es noticia, y la noticia volumen,
idea del espacio que encierra y que aparta,
que canta sus verdades en la piel.
Y el Sotobosque se trenza en artilugios
antiguos e imposibles, como
entes geométricos, o rastros primitivos
e intemporales. Se tiñen en lo esencial,
fosforecen en la noche.
Más allá, encapuchadas cabezas
espían con el ojo de papel alerta.
Están hechas de noticias duras,
y palabras atroces abiertas en sus
frentes te estremecen.
¿Todavía?.
En el Bosque de Oma, un viento
fieramente humano sopla destrucción,
arranca los árboles de cuajo
como un vendaval salvaje.
Los ojos, los pájaros, las mariposas,
los hombres y mujeres del Bosque,
se ven de nuevo sacudidos. Un enorme
vendaval azota Euskadi. Tan sólo
queda el espacio, nuestro espacio.
Y en su vacío, tu palabra.